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¿Dónde están los nuevos héroes de la música latinoamericana?
Mar, 03/06/2014 - 11:12

Francisco González

El triste e invisible récord de Viña del Mar
Francisco González

Francisco González es periodista de AméricaEconomía.com. Estudió periodismo en la Universidad de Playa Ancha (Chile) y ha trabajado como reportero en El Mercurio de Valparaíso y en Diario Estrategia. Además se desempeñó como gestor de proyectos independientes como Revista Pólvora y el sitio QuintaInterior.cl.

“Baterías marchantes, guitarras afiladas, voces escépticas que cantan de política” fue la frase que se me metió en la cabeza la primera vez que escuché a Los Prisioneros, desde una añosa radio con cassete, artefacto que día tras día sonaba en la casa de un vecino como si “Sudamerican Rockers” formara parte de un ritual diario que, sin querer, me abría las puertas a la música con contenido social, género que tiene a la agrupación chilena como integrante obligado de la banda sonora de aquellos años.

No seria difícil narrar la historia de Latinoamérica a través del proceso creativo de sus artistas musicales. A través de ellos, por ejemplo, podríamos acompañar las etapas de transformación regional solo con tomar en cuenta los himnos nacionales que cuentan el duro proceso de independencia, o los himnos de batalla, donde se nos narran las desafortunadas guerras entre países hermanos.

Latinoamérica ha vuelto una y otra vez a convulsionarse, sin embargo, cada vez menos por motivos bélicos y más por razones sociales. La desigualdad histórica llevó a una generación completa de músicos a tomar la guitarra cual arma, y hacer frente a las injusticias de la vida a través de líricas. Violeta Parra y Víctor Jara, en Chile; Mercedes Sosa, León Gieco y Facundo Cabral, en Argentina; Alfredo Zitarrosa y Daniel Viglietti, en Uruguay; Nilo Soruco, en Bolivia; Chico Buarque, en Brasil, y Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, en Cuba (solo por nombrar a algunos), fueron voces cumbre de una generación, la mayoría de ellos acallados por las dictaduras latinoamericanas de las décadas 70 y 80.

Pero el relevo fue tomado hábilmente por los chilenos Los Prisioneros; Los Fabulosos Cadillacs, en Argentina; Aterciopelados, en Colombia, y ya bien entrados los 90 por los mexicanos de Molotov.

Tras la primera década de este siglo, con una relativa calma en la región, hoy parece que nuevamente Latinoamérica vuelve a convulsionarse con la crisis política en Venezuela y la puesta en el tapete, una vez más, del viejo tópico que aún no tiene solución: la desigualdad. Sin embargo, esta vez la primera línea de artistas parece no acompañar este proceso como en otras ocasiones (a excepción de los chilenos Ana Tijoux, Nano Stern, Manuel García y Chinoy; Orishas y Carlos Varela en Cuba, y los puertorriqueños de Calle 13).

Las razones, creo que se pueden explicar  en parte de esta forma:

-La irrupción de las redes sociales: Facebook y Twitter nos sacaron del anonimato. Hoy todos tenemos rostro en internet, y también una opinión. Antes buscábamos identificación, escuchar nuestras ideas y pensamientos en algún discurso, y en esto los músicos eran los personajes necesarios para llevar el estandarte de multitudes y hacerlo público. Hoy mis ideas se suben a la red en segundos y se hacen públicas, aunque solo las lean cinco personas. El músico se convierte solo en uno más de los móviles, y bastante secundario.

-La “elitización” de la música: para vivir de la música y proyectar una carrera, hay que tener dinero, además de cierto talento. Ese respaldo económico de cierta forma marca nuestro vivir y nuestras acciones. Si utilizamos el ejemplo chileno, Violeta Parra y Víctor Jara vienen de un ambiente lleno de dificultades, las cuales conocen de cerca y exponen en su obra. Misma situación ocurre con Los Prisioneros, salidos de la popular comuna de San Miguel, cuyas vivencias los llevaron a ser los mejores canalizadores de la molestia de los barrios más populares contra la dictadura de Augusto Pinochet. Para ejemplificar mejor este punto podemos utilizar el caso inglés o norteamericano, donde la música sigue siendo una alternativa de los jóvenes para salir de la marginalidad, como lo fue en el caso de Eminem, Noel y Liam Gallagher, Beastie Boys, entre muchos. Las realidades no vividas o desconocidas, de esta forma se marginan del repertorio.

-La “introspección” de la música: obviamente la temática ha cambiado. Lo social ha sido cambiado por un viaje del artista hacia su interior. Autodescubrimiento, y por sobre todo muchos sentimientos, llenan las líricas de la primera línea. La irrupción con fuerza de la escena electrónica, donde importa más el sonido que la letra, también ha sido un factor. Muchos Dj's, pero pocos con una crítica (a cualquier cosa).

-El contexto: la realidad del siglo pasado es muy distinta a la que se vive por estos días. Latinoamérica, a pesar de ser una de las regiones más desiguales del planeta, está alejada de los regímenes dictatoriales, y sus ciudadanos hoy gozan de una “bonanza económica”. El acceso al crédito ha cambiado la vida de los latinoamericanos, pudiendo tener cosas que antes resultaban imposibles. Tampoco existen los dictadores de aquellos años, y ejércitos en las calles o grupos de inteligencia reprimiendo a los ciudadanos. El enemigo cambió, y parece que nos ha costado mucho identificar qué apariencia tomó en esta etapa.

Como puede ver, la primera línea no está interesada en asumir este rol. Sin embargo, en el underground existen bastantes bandas que tienen una opinión frente a los sucesos cotidianos. Incluso algunos de sus movimientos han tenido algo de éxito, aunque sea por poco tiempo. Dentro de esta línea destaca el fenómeno de la cumbia villera argentina, que en sus orígenes, además de canciones de amor, contaba historias que ocurrían al interior de las “villas miseria” de ese país. Similar fue lo que ocurrió con el reggaetón, que causó furor en varios países, y que nació de manifestaciones de descontento e historias de pobreza, narcotráfico y pandillas. Curiosamente, en ambos casos, a la hora de masificarse, perdieron la “vocación social”.

Los héroes de la guitarra latinoamericanos están fatigados. Hoy solo son ídolos que de vez en cuando, sobre un escenario, nos traen a la memoria tiempos pasados que ya parecen muy lejanos. Los “sudamerican rockers” están en el congelador, a la espera de que surja un nuevo contexto que les permita volver a la primera línea de la escena músical.