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Isabel Allende y el inquietante pago de Chile
Vie, 17/04/2015 - 14:21

Claudio Pereda Madrid

La batalla de la avenida que abre heridas en Chile
Claudio Pereda Madrid

Claudio Pereda Madrid es sub editor del sitio LifeStyle. Con estudios de magíster en Ciencias Políticas (Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos, Anepe, Chile) y Estudios Latinoamericanos (U. de Chile), se ha desempeñado en las secciones Economía (Las Últimas Noticias), Cultura (La Nación) y Reportajes (La Tercera), además de la radio Cooperativa y revistas Rock&Pop y Zona de Contacto, entre otros medios chilenos. Es fundador de la revista Cultura y Tendencias. Posee también experiencia como profesor universitario en Comunicación Estratégica y Periodismo de Investigación. Sus cuentas en redes sociales: @peredamadrid y @RevistaCyT

Mientras Chile cultiva una imagen de país acogedor y comprensivo con el foráneo, subrayándose siempre en el inconsciente colectivo nacional una vieja canción que dice "y verás como quieren en Chile, al amigo cuando es forastero", paralelamente existe y se potencia con los años una inquietante dinámica de condena con el éxito de los propios, conocida como "el pago de Chile".

Muchos han bebido de ese amargo líquido ya desde los albores de la historia. Uno de los próceres de la independencia, Bernardo OHiggins, termina sus días en un doloroso autoexilio en Perú. Para qué hablar cómo se reía la intelectualidad chilena de los telares de Violeta Parra. O de su manera de cantar. Se sabe qué pasó con ella en Europa y de la trascendencia de su arte en el mundo.

También han pasado por ese tránsito oscuro políticos, intelectuales, artistas y músicos. Si bien es cierto que “nadie es profeta en su tierra", Chile tiene ciertas lógicas que hacen más compleja esa realidad, en la que es necesario salir y alejarse del nido para demostrar que realmente se puede volar.

Mientras este año se recuerda el 126 aniversario del nacimiento de Gabriela Mistral, educadora y poetisa que en Chile sencillamente no pudo ni siquiera tomar impulso para su vuelo, por primera vez una universidad local le entrega una distinción Doctor(a) Honoris Causa a la exitosa escritora Isabel Allende.

Como siempre, el reconocimiento interno ha sido muy posterior al externo. Con evidente vergüenza hay que apuntar, por ejemplo, que Chile entrega el Premio Nacional de Literatura a Mistral seis años después que el Premio Nobel.

Y si bien en el caso de Allende se le entregó el Premio Nacional el año 2010, no es menos cierto que la élite intelectual ariscó con asombro la naríz. Y lo hace cada vez que se observan los ránkings de ventas en los que la escritora se aburre de estar permanentemente en los primeros lugares.

En noviembre del año pasado, Allende fue distinguida en Estados Unidos con la máxima condecoración que puede aspirar un civil en el país del norte. Allende jamás ha recibido alguna condecoración similar en su país y menos algún reconocimiento académico. Hasta este mes, cuando la Universidad de Santiago se sacudió los prejuicios del intelectualismo local y fue la primera casa de estudios chilena en distinguir a la escritora que ha vendido casi 50 millones de libros en el mundo.

El asunto de fondo es más profundo, porque -además- es la segunda escritora chilena en recibir este tipo de distinción por alguna casa de estudios (antes sólo la Mistral), lo que abre el asunto hacia una variedad de temas críticos, como el evidente machismo que hay inmerso en esta situación.

Nacida en Lima, Perú, pero de familia chilena, creció en medio de un ritual: su patria fue su tribu y su tribu fue Chile. Su único punto de referencia, en medio de una vida de constantes viajes y desarraigo por la labor diplomática de su padrastro, fue su familia. Y obviamente, la escritura, que en forma cíclica e inconsciente la llevaba una y otra vez a cerrar el círculo.

"Viajé en barcos, aviones, trenes y automóviles, siempre escribiendo cartas en las cuales comparaba lo que veía con mi única y eterna referencia: Chile", anota en su libro de memorias "Mi país inventado". De su padre biológico heredó un apellido extremadamente atractivo, aunque –cuenta- no cultivó lazos con esa rama familiar, a excepción de su tío Salvador.

"Él era primo de mi padre y fue la única persona de esa familia que permaneció en contacto con mi madre, después de que él se fuera. Además fue muy amigo de mi padrastro, de modo que tuve muchas ocasiones de estar con él durante su presidencia. Aunque no colaboré con su gobierno, los años de la Unidad Popular fueron seguramente los más interesantes que he vivivo. Nunca me he sentido tan viva, ni he vuelto a participar tanto en una comunidad o en el acontecer de un país", comenta en el citado libro.

Dos años después del 11 de septiembre de 1973, se fue a vivir a Venezuela, país en el que luego de publicar su tercer libro finalmente renunció a su cargo de administradora en una escuela y comenzó a considerarse escritora de tomo y lomo. Sus obras llegaron a obtener tanto éxito a nivel mundial, que en un viaje promocional por Estados Unidos conoció a su actual esposo, el abogado americano William Gordon.

Casados ya por casi 20 años, viven en San Francisco, California. Desde allí administra también la fundación que ayuda a mujeres y niños, financiada con las utilidades de su libro "Paula", en el que relata la enfermedad y consiguiente muerte de su hija Paula, en 1992, a los 29 años.

Aunque se considera de izquierda, no tiene traumas en sentirse parte de la sociedad americana. Dice que los lazos profundos que logró con su esposo "me pudieron haber llevado al África o al Asia".

Un párrafo de "Mi país inventado" resume ese sentimiento: "No estoy obligada a tomar una decisión: puedo tener un pie allá y otro acá, para eso existen los aviones. Por el momento, California es mi hogar y Chile es el territorio de mi nostalgia".

De hecho, en el mismo libro destaca el inquietante cruce del 11 de septiembre. "Por una escalofriante coincidencia –karma histórico- los aviones secuestrados en Estados Unidos se estrellaron contra sus objetivos un martes 11 de septiembre, exactamente el mismo día de la semana y del mes –y casi a la misma hora- en que ocurrió el golpe militar en Chile en 1973. Aquél fue un acto terrorista orquestado por la CIA contra una democracia. Las imágenes de los edificios ardiendo en humo, las llamas y el pánico, son similares en ambos escenarios. Ese lejano martes de septiembre de 1973 mi vida se partió, nada volvió a ser como antes y perdí a mi país. El martes fatídico de 2001 fue también un momento decisivo: yo gané un país".

Isabel Allende reconoce una relación compleja con la figura de su padre, quien –en algún momento de su niñez- abandonó la casa familiar para nunca volver. Eso hasta que un día, siendo ella ya una joven profesional, la policía quiso ubicarla para que reconociera a un tal "Tomas Allende", quien había muerto en la calle.

Corrió con el alma en un hilo, pensando que se trataba de su hermano. Sin embargo, la "tranquilidad" le volvió por unos momentos, al ver que -en verdad- era un señor bastante mayor. Fue su padrastro quien le explicó que ese cuerpo que yacía en la morgue, se trataba de su verdadero padre.

Puede ser también un buena imagen que resume cómo se relaciona con la intelectualidad local. Ella siempre aclara que la gente la hace sentir que nunca se ha ido. "Me basurearon por treinta años y el Premio Nacional de Literatura me dio una cierto nivel con el mundo académico, pero el resto de la gente siempre ha sido cariñosa y eso es lo que vale. Vale que te subes a un taxi y el tipo te besa y no te cobra. Vale que vas a un restorán y te llevan a la cocina a saludar a la gente. Eso es lo que realmente interesa, los lectores", dijo la escritora tras recibir la primera distinción académica en su país.

Vale la pena darle una vuelta al pago de Chile. La intelectualidad local se está pareciendo peligrosamente a la política: está llegando atrasada a la realidad y a lo que está pasando en la calle.