La madrugada del 9 de noviembre, en la transmisión de la mesa de análisis de Imagen Televisión desde Washington, el exdirigente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, concluía que con el triunfo de Donald Trump llegaba la hora de hacer política.
El priista con mayor poder desde el Congreso en los gobiernos del PAN, y cuyo oficio fue clave para concretar reformas en este sexenio no tuvo tiempo para aclarar si su dicho era un deseo, un pronóstico o el reconocimiento en voz alta de un desafío.
Lo cierto es que mientras el peso caía frente al dólar y el saldo electoral de Estados Unidos era visto como pesadilla por los mexicanos que habitan Twitter y Facebook, el comentario del exgobernador sonorense sonó a consuelo, a algo así como ya vendrán los políticos profesionales a diseñar soluciones.
Y es que para nosotros la llegada de Trump a la Casa Blanca no es una incógnita ni un asunto abstracto. Se trata del candidato que, en campaña, convirtió en grito de batalla de sus seguidores la oferta de levantar un muro para cerrarle el paso a los mexicanos.
Así que más allá de elucubraciones sobre el valor electoral que entre los estadunidenses habría tenido la visita del republicano a Los Pinos, lo concreto y evidente para todos es que nadie en el gobierno del presidente Enrique Peña se ha atrevido a sugerir siquiera que le vamos a decir “¡no!” a esa muralla.
Frente a esa locura de campaña que hoy es un potencial acto de gobierno, vale la pena preguntar si la declaración de Beltrones, la de que llegó el turno de la política profesional, aplicaría en la definición de la estrategia que el Estado mexicano tomará frente al muro y las otras amenazas de Trump: expulsión de indocumentados y cambios a modo del TLC.
Porque aún no sabemos qué sigue en la política exterior. Hemos escuchado ya al Presidente, a la canciller Claudia Ruiz Massieu y al secretario de Hacienda, José Antonio Meade. Pero sus intentos por calmar los ánimos y prometer apoyo a compatriotas en EU no dejan en claro si vamos a cruzarnos de brazos mientras llegan el cemento y los ladrillos a la frontera.
La duda incluye desde cuál será el camino de la diplomacia mexicana hasta el nombre del titular de la Cancillería en enero próximo, cuando, como dicta la tradición del trato bilateral, Peña viaje a DC para atestiguar el inicio del gobierno de Trump.
Es cierto que los cambios de gabinete son, particularmente en este sexenio, sospechas que los propios secretarios siembran a través de mensajeros para fastidiar a sus compañeros de gabinete. Pero en el caso de la conducción de la política exterior, no es descabellado aventurar el relevo de Ruiz Massieu, quien se habría opuesto a la visita del republicano el 31 de agosto, según versiones extraoficiales que ella misma dejó correr.
Pero también porque Luis Videgaray, el operador de la presencia de Trump en Los Pinos y quien alertó al Presidente de la posible derrota de Hillary Clinton, fue reivindicado por la nueva realidad de EU como el cerebro del peñismo y no tendría por qué seguir en la banca.
Si el exsecretario de Hacienda renunció a ese cargo para asumir el costo de la visita —por la molestia de Barack Obama—, hoy su apuesta de hace dos meses lo convierte en el interlocutor natural de la Casa Blanca.
¿O a qué políticos profesionales se refería el exlegislador Beltrones? Acaso a los integrantes de un Senado que debería tomar en serio su papel constitucional en el resguardo de la política exterior y activarse para ejercer la diplomacia parlamentaria que se requeriría para ir al Capitolio y plantearle a su contraparte estadunidense un muro contra el muro de Trump.
¿O será que encima de los amagos del futuro gobierno de EU tendremos la mala suerte de una oposición mezquina que se limitara a llorar lo sucedido y a capitalizar el supuesto de que Peña habría contribuido al éxito del discurso del odio del ganador?
Porque con la llegada de Trump hay todavía algo peor que el proyecto del muro: el triunfo de la antipolítica, del discurso de que todos los partidos son iguales, la apuesta de que el statu quo ya valió, la idea de que justo estamos como estamos, muy mal, gracias a los profesionales de la política.
Esa antipolítica que gana terreno con Cuauhtémoc Blanco, como alcalde de Cuernavaca y cuando Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, asegura que es “a toda madre” gobernar Nuevo León sin rendirle cuentas a los partidos, hoy ha dejado de ser una anécdota local o regional para convertirse en el referente de la alternancia en la nación aún más poderosa del mundo.
Así que Trump sacude el tablero electoral mexicano hacia 2018 porque redime a Luis Videgaray, el alter ego del presidente Peña. Porque enterró el efecto Hillary que empoderaría a las políticas del mundo occidental, con la presidenciable del PAN, Margarita Zavala, incluida.
Pero más allá de los nombres, el futuro Presidente de EU convertirá su amenaza en obligado tema de campaña presidencial y pondrá a prueba la política profesional mexicana en la que Beltrones decía seguir confiando la madrugada del miércoles.
El dilema está ahí: si la política no sirve para parar el muro, la antipolítica —y su contagio— nos habrá amurallado.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.