Las primeras rutas no fueron escogidas para hacerse famosos, sino por vivir sensaciones extremas.
Russia Beyond the Headlines. Alexander Panov y Artiom Kirakozov, dos jóvenes especialistas en relaciones públicas, prefieren llamarse ministros, aunque en su caso este título no requiere caras serias ni trajes oficiales. Y es que la verdadera actividad del Ministerio de Viajes Estúpidos, como aseguran ellos en su blog de viajes, tiene más que ver con los viajes locos, el peligro y un desprecio deliberado por la burocracia.
Las primeras rutas no fueron escogidas para hacerse famosos, sino por vivir sensaciones extremas. El primer viaje consistió en recorrer 7.000 kilómetros desde Moscú hasta Goa en un buggy, un vehículo para ir por la arena, cruzando Asia Central, Afganistán y Pakistán. “¿Qué cuál era nuestra experiencia conduciendo este tipo de vehículo? Habíamos dado un par de vueltas por el patio”, reconoce Alexander.
Para este viaje sólo consiguieron la mitad de los papeles necesarios: les faltaba el Carnet de Passages (un documento de aduanas), y la licencia del buggy tuvieron que comprarla de forma ilegal (ya que necesitaban una licencia de todoterreno, no de turismo).
“Y recordad: ¡esta locura no se detiene!”, reza el eslogan del Ministerio. A estos muchachos no los detuvo ni el coche medio deshecho por conducir por campo abierto, ni las colas de varios días en las fronteras, ni el peligro de las armas en Afganistán.
Para poder cruzar las fronteras más rápidamente, los jóvenes se hacían pasar por pilotos famosos, se hacían fotografías con los soldados y seguían adelante. Y en medio de Afganistán, unos hombres armados detuvieron a los “ministros” y los llevaron a un lugar desconocido.
“Mientras pensábamos en cómo huir, llegamos hasta su comandante”, recuerda Alexander. Estos hombres resultaron ser la policía. El oficial decidió que los dos hombres blancos podían correr algún peligro viajando en aquel extraño vehículo y ordenó a unos barbudos armados con ametralladoras que los acompañaran.
Su coartada les ayudó en todas partes menos en la India. Allí no funcionó la historia de los pilotos, ni la elocuencia de los rusos, ni el soborno. Por no llevar el carnet, la policía les confiscó el buggy, de modo que los 2.000 kilómetros restantes tuvieron que recorrerlos en dos motocicletas compradas apresuradamente.
“Hay que ver lo aburridos que son esos agentes de aduanas” –se lamenta Artiom-. “¡Qué falta de humanidad!”.
Contactos culturales
No se sabe si en Colombia tomaron a estos dos viajeros por capos del narcotráfico, pero el caso es que consiguieron recorrer América Central en una limusina negra que compraron justo al llegar, fumando puros y con elegantes pajaritas. ¿Para qué? Por la sensación de tener posibilidades ilimitadas y de vivir “por todo lo alto”. ¡Y para conseguir algunas fotos para el blog, claro!
El tercer viaje, que consistía en navegar desde Moscú hasta Madagascar en una lancha de goma, no incluía en sus planes numerosos contactos con los habitantes locales: los dos amigos tenían previsto pasar un mes a solas con el mar. Por ironías del destino, este viaje ha terminado siendo una auténtica inmersión en otra cultura. En lugar de Antananarivo, el viaje los llevó hasta una prisión de El Cairo.
Cuando la lancha comenzó a inundarse en medio del Mar Negro, los dos viajeros se dieron cuenta de que reforzar la base de la lancha con planchas de metal no había sido muy buena idea. La reparación duró demasiado. A Egipto llegaron con retraso, dieron poca importancia a su visado de entrada y pronto acabaron arrestados. Suerte que finalmente no se decidieron a instalar una ametralladora falsa en la lancha, como habían pensado hacer para asustar a los piratas somalíes.
En la cárcel se entretuvieron con la lectura del único libro que tenían (un manual de lectura rápida) y jugando al póker con sus compañeros de celda. No habían imaginado que se llevarían tan bien con ellos.
Ahora los viajeros bromean diciendo que tienen amigos por toda África: rebeldes, falsificadores de monedas, ladrones, no siempre se tiene la oportunidad de hablar libremente con este tipo de gente. “Había un guardaespaldas yemení que valió mucho la pena conocer –recuerda Artiom-, era un tío duro y valiente. Nos enseñó sus 11 heridas de bala y nos contó la historia de cada una”.
Los viajeros no comprendieron lo que sucedió en el juzgado, ya que tuvieron que comunicarse con el fiscal por gestos: nadie hablaba inglés ni ruso. Pero finalmente todo acabó bien: ochos días después los amigos fueron puestos en libertad y deportados. Hacia finales de año los “ministros” quieren terminar su viaje y llegar hasta Madagascar en motos de agua.
Y para su cuarto viaje, los rusos están aprendiendo a conducir un mini-helicóptero. Ya han recorrido el mar y la tierra, es hora de conquistar el cielo.
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