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Releyendo a Adam Smith en el siglo XXI
Martes, Abril 23, 2013 - 13:37

Juan Ramis-Pujol, profesor del Departamento de Dirección de Operaciones e Innovación en ESADE Business School.

“Ninguna sociedad puede ser feliz y próspera si la mayor parte de sus ciudadanos son pobres y miserables” (libro I, Cap. VIII). ¿Conoce usted a algún economista o estadista que luche abiertamente para defender dicho principio? En cambio, seguro que conoce a un montón de especialistas de la economía que le explicarán las mil bondades de conceptos como el de la mano invisible o el del seguir el interés propio. Pues bien, según Adam Smith todos estos principios no tienen sentido por separado. En primer lugar, y como economista clásico, entiende perfectamente que la economía no es un fin en sí mismo, sino un medio para crear bienestar. De ahí que pueda acuñar, sin dudarlo, la cita con la que comenzamos este artículo. En segundo lugar, resulta que Smith no define en su libro, “La riqueza de las naciones” (1776), sus conceptos más conocidos tal como nos los presentan definidos hoy en día. Así pues de la relectura de su libro, hemos extraído unas lecciones que nos parece adecuado resumir en este artículo.

Empezaremos con el primero de los principios que se mencionan hasta la saciedad: El de la mano invisible. Quizás sea el concepto central de Adam Smith y sobre el que más se han fundamentado y justificado los principios del capitalismo y del libre mercado en el pasado y actualmente. Veamos la cita textual que aparece en su libro: “Cada individuo intenta encontrar la utilización más ventajosa para su capital. Es su beneficio, y no el de la sociedad, lo que tiene en mente. Pero este ejercicio le lleva de forma natural, incluso necesaria, a elegir la utilización que también será más ventajosa para la sociedad … Así, como en múltiples otras situaciones, resulta ser guiado por una mano invisible para producir un fin que no era parte de su intención” (libro IV, Cap. II).

Al observar cómo se interpreta y utiliza el concepto actualmente hay varios matices que conviene sopesar. En primer lugar, no podemos ignorar que Smith piensa en un mundo con múltiples competidores pequeños e independientes actuando en plena libertad (libro I, Cap. X). Sitúa el buen funcionamiento de la mano invisible claramente en una situación, la de la competencia perfecta, que a lo largo de la historia, y en algunos mercados más que en otros, ha resultado ser más bien precaria; tal como lo es hoy en día. A Adam Smith las grandes corporaciones le producen un gran rechazo precisamente por los motivos indicados. En su libro se muestra siempre extremadamente preocupado porque las grandes organizaciones o colectivos van casi siempre buscando privilegios y regulaciones ventajosas. Así pues, queda claro que hay excepciones importantes, que tienden a ocurrir a menudo, y que pueden minar el buen funcionamiento de la mano invisible.

Pasemos al segundo de los principios: El de seguir el interés propio. Al hablar de las personas uno de los conceptos del pensamiento de Adam Smith que más impacto ha tenido es el de la justificación de “seguir el interés propio”. Hoy en día la visión mayoritaria en el mundo capitalista da por descontados los beneficios de seguir el interés egoísta de cada individuo. Por otra parte, también resulta evidente, para algunos, que el exceso de codicia es un indicador de que dicho principio se sobrepasa a menudo más allá de lo razonable.

Sin embargo, al leer el libro de Adam Smith (libro I, Cap. II), surgen algunos matices interesantes que contrastan con la interpretación actualmente aceptada. En primer lugar cabe destacar que el concepto que utiliza Smith no es el de “interés egoísta” sino el de “amor propio” (“self-love”); de naturaleza pues significativamente diferente. Asimismo el concepto no se plantea en forma unívoca sino que le otorga una naturaleza bidireccional. En realidad Smith parte de la premisa de que primero convendría conocer el interés del prójimo con el fin de poder realizar nuestro propio interés. Pero aún va más allá, y nos indica que seguir nuestro propio interés ciegamente sin intentar comprender los deseos de los demás no sólo puede ser contraproducente sino que seguramente hará que nos equivoquemos. Así pues, el interés egoísta de naturaleza individualista generalmente aceptado no fue ni sería aprobado por Adam Smith. ¡Casi nada!

Uno de los grandes peligros que sobrevuelan la civilización humana es la infravaloración tanto de los clásicos como de la educación de corte humanista. Tendemos todos a valorar en exceso el dinero, la economía y la formación técnica. En la época de Smith, los primeros economistas tenían conocimientos tanto técnicos como humanistas. La historia, la filosofía o la literatura son disciplinas que matizan y ponen en perspectiva los enfoques meramente técnico-económicos. Esperemos que la sabiduría del pensamiento de Adam Smith, tal como lo descubrimos en su relectura, así como la de otros clásicos, nos permitan ver nuestra civilización con otros ojos y tomar decisiones más acordes con los valores centrales de la humanidad. ¡No nos equivoquemos!

Autores

Juan Ramis-Pujol