América Latina debe buscar esquemas productivos nuevos, basados en la innovación y la colaboración.
¿Será América Latina desarrollada en 2036? Difícil saberlo. La región crece hoy más que el resto del mundo y promete ser uno de los ejes de un nuevo escenario de la economía mundial, junto con Asia. Una clase media emergente, con la capacidad y disposición a adquirir todo tipo de bienes, alimenta la demanda interna, y el sector externo está garantizado por la inversión extranjera y la demanda por materias primas, en especial del mundo emergente. América Latina tiene un potencial tremendo, pero ¿cómo aprovechar la oportunidad?
“La tasa de inversión es muy baja, el grado de apertura comercial es limitado, los niveles de educación de capital humano son pobres”, dice Alberto Ramos, gerente del grupo de investigación económica para América Latina de Goldman Sachs. “Casi todos los países tienen que ampliar y modernizar su infraestructura pública; además en términos de reformas estructurales ha pasado muy poco en los últimos años”.
Ésta es la crítica liberal. Pero hay otra, como la de Roberto Mangabeira Unger, profesor de la facultad de derecho de la Universidad de Harvard y uno de los intelectuales latinoamericanos de mayor prestigio internacional, que acusa a los sistemas de desaprovechar el potencial creativo de la región.
“Hoy está surgiendo una segunda clase media, esta vez empresarial, de pequeños emprendedores que luchan por sus ideas y por una cultura de colaboración”, dice el abogado brasileño, que sostiene que América Latina necesita un modelo de desarrollo propio y no imitar lo que han hecho los países que hoy son desarrollados. Seguir esquemas productivos nuevos, centrados en la innovación y en la colaboración, pero también con una fuerte competencia interna, que permita dar un salto a la productividad. La materia prima está. “No podemos aceptar la controversia ideológica del mundo de los últimos siglos: más mercado-menos Estado versus más Estado-menos mercado”, dice. “Hay que democratizar la economía de mercado”.
En una órbita similar está Ricardo Ffrench-Davis, economista de la Universidad de Chile, ex experto en desarrollo de la Cepal y autor del libro Reformas para América Latina después del fundamentalismo neoliberal. Para él, las economías latinoamericanas deberían escoger sectores clave para desarrollar clústers. “Producir docenas o cientos de bienes intermedios, y algunos equipos y maquinarias o repuestos, asociados a la industria del cobre, los salmones o el vino, por ejemplo”, dice. El beneficio es para las grandes compañías exportadoras y para pequeñas firmas que crecen en torno a ellas. Un tema vinculado además con financiamiento, políticas de investigación y capacitación de empresarios y trabajadores.
El Post-consenso. En los 90, el discurso era que el Estado debía hacerse a un lado y disciplinarse. Y se hizo. Los gobiernos de izquierda y derecha adelgazaron, privatizaron y se racionalizaron. Las cuentas fiscales se ordenaron y gracias a políticas contracíclicas, los monstruosos déficits crónicos quedaron en el olvido. Muchos bancos centrales son autónomos o tienen buenos esquemas de rendición de cuentas, y la inflación parece ser parte del pasado.
Pero hoy al Estado se le pide más. Es visto como actor clave, aunque no bajo el prisma tradicional industrializador. “No hay que escoger entre el modelo americano y el modelo asiático de Estado, que impone políticas industriales”, dice Mangabeira Unger. “Hay una tercera opción: organizar la producción en forma de una coordinación estratégica descentralizada y participativa entre empresas y gobiernos”.
El tema tiene mucho que ver con la modernización del sistema público, que implica mejorar la gestión de los recursos públicos, es decir, hacer más con lo mismo. Eso pasa por crear mejores instituciones, más transparencia y también un mayor control, generando entes encargados de monitorear los programas y políticas estatales que den a conocer sus investigaciones públicamente. La simplificación de los sistemas tributarios y de los servicios también es clave. Un ejemplo es el proyecto chileno de “Ventanilla única”, que busca que las pequeñas empresas tengan sólo una contraparte en el Estado para sus trámites.
Pero el Estado, o las leyes, implican un cuello de botella para el desarrollo, incluyendo problemas en los mercados del trabajo y sistemas de educación precarios. El vicepresidente de sectores y conocimiento del BID, Santiago Levy, sugiere centrarse en la informalidad. “La informalidad y la productividad son enemigos, y ése es uno de los grandes lastres con que carga América Latina”, dice este economista mexicano, un convencido, junto con Mangabeira Unger, de que apostar a un modelo de desarrollo de trabajo barato es un error. “Hay que buscar sistemas que incentiven la cualificación”, dice el brasileño.
Mucho se ganaría si se cortan los vínculos entre protección social y condición de empleo o tamaño de empresa, dice Levy. “Los mercados laborales funcionan mal y en muchas partes las reglas fiscales promueven la informalidad”. Las mejoras van asociadas a los dos temas con mayor rezago: la educación y la desigualdad (ver columnas de Heraldo Muñoz y de Andreas Schleicher).
La corrupción es otro de los grandes flagelos de la institucionalidad pública. México, uno de los países más golpeados por este problema, tiene un entramado institucional complejo, con leyes particulares para cada estado y poca fiscalización central. “Es un terreno fértil para la corrupción”, dijo a la prensa local Eduardo Bohórquez, director ejecutivo de Transparencia Mexicana.
Capital para todos. En un cuarto de siglo los sistemas financieros han cambiado radicalmente, pero queda muchísimo por hacer. “La gran falla de nuestro mercado de capitales es que financia muy bien a las empresas grandes, con una buena historia, y a la gente con riqueza, pero todavía financia muy poco a personas con buenas ideas pero que no tienen patrimonio, ni historia ni relaciones sociales”, dice el chileno Ffrench-Davis. Su idea es buscar fórmulas para que los recursos de los fondos de pensiones, por ejemplo, lleguen un escalón más abajo. “Que compren bonos a firmas medianas, o a grupos de empresas, con fondos de garantía estatal”, dice.
Sería una buena manera de elevar el ahorro y la inversión de los países, uno de los puntos de inestabilidad macro que quedan en la región. Mangabeira Unger aboga por una base interna como fuente de financiamiento de proyectos. “Ningún país crece con el dinero de los otros”, dice. “El capital extranjero es más útil cuando menos se depende de él”. Enfatiza la importancia de elevar el ahorro privado y público (a través de los sistemas de pensiones) e innovar en mecanismos que canalicen el ahorro de largo plazo hacia inversión productiva.
Pero difícilmente los ahorros se irán a las nuevas empresas si no garantizan una mayor productividad. Y ahí la región está en problemas, como plantea el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Luis Alberto Moreno, en su columna en la página 24. Según datos del BID, un país latinoamericano típico podría haber aumentado su ingreso per cápita en un 54% desde 1960 hasta hoy si su productividad hubiera crecido al mismo ritmo que la del resto del mundo. Entre 1990 y 2005, la productividad industrial creció 2% en la región, mientras que en Asia oriental lo hizo 3,5%. En los servicios, la diferencia es peor: 0,1% contra 2,5%.
“Necesitamos subir la escala de productividad”, dice Mangabeira Unger. “Y para eso hay que ir a formas de producción más densas en conocimiento, con más innovación fuera de los centros industriales”. A su juicio, el paradigma industrial de América Latina (especialmente de Brasil) significa gran escala, máquinas, procesos productivos rígidos, velocidad de trabajo y patrones de excelencia fabril. Pero es un modelo retrógrado. Y de los costos ambientales ni hablar, los pagarán las generaciones futuras.
En todo caso, la base para el crecimiento está. Las democracias se consolidaron en la mayoría de los países en los últimos 20 años. Salvo excepciones que confirman la regla, hoy los gobiernos gozan de mayor o menor estabilidad. Las clases políticas lo piensan dos veces antes de embarcarse en aventuras que comprometan la imagen país. Pero las democracias también deben profundizar sus niveles de participación hacia abajo. “Desarrollo es participación de la sociedad”, dice Ffrench-Davis. “Hay que fortalecer las organizaciones sociales, los sindicatos, las ONG y los consejos de diálogo social”.
De lo contrario hay riesgos. ¿Cuánto tiempo aguantarán sociedades como la chilena, con altísimos índices de desigualdad? ¿Y cómo hacerle frente al populismo?
Lo primero es consolidar la estabilidad macro. “No es un tema que haya que dar por resuelto”, dice Levy, del BID, quien estima que es necesario fortalecer institucionalmente los avances en materia fiscal, generar mecanismos abiertos de discusión para evitar sorpresas y asegurarse de que se está respondiendo al contexto mundial.
La bonanza de hoy no es suficiente para asegurar un camino. Una parte de ella se explica por la estabilidad macro, pero quizá la mayor parte se debe a un holgado escenario internacional. “Mucho del crecimiento desde 2003 tiene que ver con un entorno externo muy favorable”, dice Ramos, de Goldman Sachs. “Me preocupa que dependamos mucho de los altos precios de los commodities y de una liquidez externa barata y abundante”.
¿Estamos preparados para el invierno? “En algún, momento las cosas van a cambiar”, dice Santiago Levy, del BID. “Nadie sabe cuándo ni cómo, pero van a cambiar”. Tal como lo plantea Ffrench-Davis en su libro, el foco de América Latina debería avanzar, más que en el manejo de crisis, en el manejo de los ciclos de auge. De lo contrario, la resaca después de la fiesta puede ser igual de triste que en otras ocasiones.
La clave está en montar una política industrial capaz de atraerlos y entregarles el protagonismo del crecimiento, con nuevas formas institucionales que privilegian la cooperación competitiva.