Con una galería de polémicos ex alumnos y problemas de redefinición estratégica, la Escuela de las Américas podría estar viviendo sus últimos años.
Pocos centros de formación en el continente americano tienen tantos ex gobernantes y hombres poderosos entre sus egresados. Pero eso que sería un excelente pitch de marketing para otras, es un pasivo de imagen para la Escuela de las Américas (SOA, por sus siglas en inglés). Ninguno de estos egresados famosos llegó al poder por la vía de las urnas, y muchos de hecho se encuentran tras las rejas, están siendo procesados por la justicia de sus países o han recibido el juicio de la historia por abusar del poder.
Creado por el gobierno estadounidense en 1946 e instalado inicialmente en Panamá, este instituto fue el principal centro de capacitación para los militares de América Latina durante la Guerra Fría. Entre sus alumnos destacados se encuentran Manuel Noriega, quien estableciera una dictadura militar en Panamá y que en la actualidad se encuentra preso en Francia acusado de trabajar para el cártel de Medellín; Elías Wessin, el golpista dominicano que derrocó a Juan Bosh; el también golpista y dictador de Bolivia Hugo Banzer; Vladimiro Montesinos, asesor del presidente Alberto Fujimori y encargado del servicio de inteligencia del Perú, actualmente preso por corrupción y tráfico de armas; el ex presidente de facto argentino Roberto Eduardo Viola. Y un largo etcétera.
Los egresados de la SOA han sido vinculados de manera activa a violaciones de derechos humanos en toda la región en su lucha, primero contra las guerrillas izquierdistas y, posteriormente, en la lucha al narcotráfico, donde más de uno habría terminado como aliado de los criminales. De los más de 4.000 soldados que pasaron por la SOA, 19 fueron acusados de narcotráfico y violaciones severas a los derechos humanos. En el caso venezolano, el general Efraín Vázquez, graduado de la SOA, estuvo involucrado en el intento de golpe de Estado de 2002 contra Hugo Chávez.
Un currículum suficiente para que en agosto pasado 69 congresistas (2 republicanos y 67 demócratas) firmaran una carta dirigida al presidente Barack Obama para solicitarle el cierre del Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad (Whinsec, por sus siglas en inglés), como se rebautizó en 2001 a la SOA. Desde sus inicios el organismo ha cambiado en cinco ocasiones de nombre, “pero no sus enseñanzas”, asegura Pablo Ruiz, vocero de la ONG, SOA Watch (Observatorio para la SOA) cuya misión es lograr el cierre de la institución.
Aquí no pasa nada. El teniente Zarza es uno de los 1.764 soldados mexicanos que han cursado estudios en la SOA. No es su nombre verdadero y, aunque habló abiertamente con AméricaEconomía, la charla fue al margen de la estructura militar de su país, por lo que para evitar sanciones disciplinarias nos pidió no identificarlo.
Zarza acudió a la SOA en la segunda mitad de la década de 1990 y reconoce que, cuando su comandante lo recomendó para ingresar al curso de oficial de inteligencia e instructor, poco o nada sabía de la institución. Su formación hasta ese momento había sido la de comando y se encontraba en la línea de fuego en la lucha contra el narco.
“Para mí fue una beca a los Estados Unidos, yo no era un mando alto ni tenía formación en el área de especialidad, pero fui el promedio más alto en el curso propedéutico, así que, con todo y las quejas de los otros oficiales, me fui a Fort Benning”, dice.
Tiempo después Zarza se topó de frente con la historia cuando encontró en internet su nombre y rango en las listas que hicieran públicas diversas ONG.
“No puedo responder de lo que haya sucedido en el pasado en la SOA, pero cuando yo asistí no vimos nada extraordinario”, dice el oficial. “Incluso te diría que los cursos eran un poco malos, y en cuanto a doctrina militar tampoco había nada nuevo, pues la de México y EE.UU. son muy parecidas”.
Zarza es de los que duda que sea posible lavarle el cerebro a alguien en tres o seis meses que dura un curso de la SOA. “Incluso tuvimos un instructor colombiano que se la pasaba advirtiéndonos que tuviésemos cuidado de los gringos para evitar que nos pasara lo que a ellos en Colombia”, recuerda.
También asegura que jamás vio técnicas de tortura ni nada similar, ni menos incitaciones al golpe de Estado. ¿Cómo explicar que ni en Colombia ni en México, países de donde viene una parte sustancial del alumnado de la SOA, no hayan tenido uno?
Zarza tiene una particular hipótesis para explicarlo. “Una vez un militar sudamericano nos preguntó cómo habíamos resuelto el problema de los indios; nosotros le respondimos que nosotros somos los indios”, dice. Para este militar mexicano el origen social de sus colegas en países como Chile o Argentina los vuelve propensos a buscar el poder al provenir de las clases altas, mientras que en México, “quien se alista en el ejército es por necesidad o por vocación”.
El rechazo. En 2006 la SOAW, encabezada por su fundador, el sacerdote católico Roy Bourgeois, y la encargada para Latinoamérica de dicha organización, Lisa Sullivan, logró que Argentina cesara el envío de efectivos a la SOA. En la actualidad el instituto se encuentra en Fort Benning, en la localidad estadounidense de Columbus (Georgia).
“La Escuela de las Américas ha hecho mucho mal y aún sigue intentando impulsar dentro de las Fuerzas Armadas las hipótesis de la ‘lucha contra el narcotráfico, y lucha contra el terrorismo’”, dijo la entonces ministra de Defensa argentina, Nilda Garré, durante el acto oficial que sancionó la decisión.
Hoy en la legislación argentina el narcotráfico y terrorismo son hipótesis que deben ser combatidas desde las fuerzas de seguridad y no desde las Fuerzas Armadas. A esta acción se sumaron posteriormente Bolivia, Uruguay y Venezuela.
Para la doctora en ciencia política estadounidense Kimberly Nolan, profesora investigadora en el Centro de Investigación y Docencia Económica de México (CIDE), es posible que tanto los militares como los detractores de la SOA estén diciendo la verdad. Lo que sucede es que los intereses de EE.UU y el rol de los militares en América Latina no son los mismos que en la década de los 80. “Los EE.UU. ya no se preocupan por la región; los países de América Latina ya son democráticos y estables”, dice.
Según Nolan, especializada en asuntos latinoamericanos, tanto los militares como la SOAW tienen su propia agenda. De hecho, la ONG fue creada en los 80 para dar seguimiento a las atrocidades cometidas por varios egresados de la SOA. Desde ese entonces el interés del gobierno federal y de la opinión pública estadounidense en América Latina ha menguado sustancialmente. “Mi mamá quiere saber qué está pasando en Medio Oriente y cómo nos afecta a nosotros”, dice.
Y tanto cambió la visión de los EE.UU. que el Whinsec se enfoca, cada vez más, a la capacitación policiaca: el foco pasó del comunismo al crimen organizado. Algo que no necesariamente asegura su continuidad. Según el último informe del National Survey of Drug Use and Health, de los 20 millones de estadounidenses que consumen drogas, sólo 4 millones consumen drogas duras, incluyendo la cocaína. La lista de organizaciones, políticos e incluso policías y jueces que abogan por la legalización en EE.UU. crece cada año (ver nota de portada). Tal vez, dentro de no mucho, la SOA se quede sin su nuevo enemigo.