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Bolivia: la débil tesis gubernamental del crecimiento
Mié, 14/08/2013 - 09:34

Mauricio Ríos García

Bolivia: las tasas de interés y el peligro de regularlas
Mauricio Ríos García

Mauricio Ríos García es fundador y presidente de Crusoe Research, y analista internacional de SchiffGold. Al mismo tiempo se encuentra desarrollando su tesis doctoral en Economía Aplicada en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Cuenta con una maestría en Economía de la Escuela Austríaca por la misma universidad; realizó estudios de economía, filosofía política, sistemas comparativos de gobierno y políticas de transición y reformas estructurales en la Pontificia Universidad Católica de Santiago de Chile, y es economista por la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba, Bolivia. Actualmente reside en Bolivia y dicta cátedra en tres universidades privadas distintas.

Ha pasado un nuevo 6 de agosto y el gobierno de Evo Morales ha vuelto a presumir sobre el crecimiento y estabilidad macroeconómica de Bolivia como prueba fiel de su buena gestión; desde 2008 que el país no crecía a una tasa que supera el 6% del PIB como el que se espera obtener hasta fines de 2013, pero luego de seis años esto aún no parece despertar sospecha en la opinión pública en general.

Arce Catacora, Ministro de Hacienda, afirma que el crecimiento y la estabilidad macroeconómica se sostienen pese a la caída de los precios internacionales de materias primas, porque, contrariamente a lo que sostienen los neoliberales, incluso se estaría venciendo el desafío de estar expuestos a los shocks externos gracias al impulso que se le ha dado a la demanda interna.

Además de que estas afirmaciones son temerarias para cualquier economista contemporáneo serio, el ministro estrella del gobierno de Morales comete dos errores graves, uno de diagnóstico y otro de prescripción: por un lado, es cierto que se ha registrado una caída en la cotización internacional de materias primas, sobre todo mineras, debido a la considerable desaceleración de países como China e India y su consecuente restricción de demanda, pero a pesar de ser una caída de seis puntos porcentuales desde el inicio de la Gran Recesión en 2007, los precios todavía se mantienen muy por encima del promedio de los últimos seis años, por lo que la explicación sobre el entorno internacional que se sigue en la avenida Mcal. Santa Cruz y la Ayacucho y Mercado para el establecimiento de las políticas macroeconómicas nacionales, es cuanto menos peligrosa.

Por el otro lado, el de la prescripción: Arce no miente al decir que el crecimiento se debe fundamentalmente al impulso de la demanda interna. Sin embargo, si las cada vez más y mayores empresas estatales no son más que un agujero negro que absorbe toda la cantidad de dinero que se le vierte sin producir absolutamente nada, ¿qué es lo que realmente impulsa el crecimiento? Pues el sistema bancario financiero desarrollado durante los últimos diez años. De ahí la intentona pseudo nacionalizadora del sector. El crédito interno crece a un alarmante ritmo de entre el 20 y 25% anual con la “bolivianización” o el nacionalismo monetario como base, que con un tipo de cambio correctamente fijo, pero equivocadamente apreciado, el país sólo importa consumo y encarece la inversión para todo lo que hoy debería estar produciendo precisamente para aprovechar los precios internacionales.

Pero no por tal motivo Bolivia ha evitado los efectos del reventón de la burbuja inmobiliaria estadounidense. Si la mirada estuviese enfocada en las políticas de monetización de deuda y fijación de tasas de interés a la baja por los principales bancos centrales del globo, y particularmente de la Reserva Federal, se entendería que la recuperación de los precios de materias primas desde 2008 se debe a que EE.UU. no ha evitado una segunda Gran Depresión, sino que la ha postergado a cambio de agravarla creando nuevas burbujas paralelas como las del dólar, las letras del tesoro y los bonos soberanos.

En Bolivia todavía hay tiempo. Para Brasil, Argentina y Venezuela, en cambio, la crisis no ha llegado del exterior, sino que incubaron problemas domésticos durante mucho tiempo. En el corto plazo gastaron a manos llenas y consolidaron el derroche fiscal durante una década, pero llegado el largo plazo, con tipos de cambio demasiado apreciados, consecuentes devaluaciones, controles de precios y proteccionismo, viven las consecuencias en forma de inversión colapsada, desempleo, inflación descontrolada, revueltas callejeras e ingobernabilidad. Para cuando la recaída estadounidense sea mucho más evidente, estas economías tendrían ya que haber abandonado sus rigideces productivas y laborales para readaptarse rápidamente una nueva estructura de la demanda.

Si la arrogancia cortoplacista de nuestro ministro todavía le permite ver lo que sucede en su entorno, se dará cuenta de que este problema tiene su firma, pero si además tiene un buen olfato político, o cambia de rumbo radicalmente para detener esta insostenible fiesta del crédito interno, o se va en su mejor momento.

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