Muchos colegios todavía siguen un paradigma educativo vertical basado en el docente, que se refleja en la expresión ‘dictar clase’, para referirnos a un proceso educativo que debería ser mucho menos vertical y más participativo.

Sin embargo, crecientemente veo que las escuelas se ven retadas por la adopción de tecnologías de información y comunicación, en particular computadoras, en la vida diaria. No se debería apuntar sin embargo a un uso irreflexivo de estas herramientas, sino a encontrarles un lugar como recurso pedagógico en lo que para mí sigue siendo central en la educación: la interacción entre individuos y grupos para aprender y desarrollarse.

El modelo finlandés y otros de éxito tienen un respaldo social, político y económico que lamentablemente no hemos visto nunca en el Perú. Se argumenta a veces que la educación peruana en el pasado fue mejor, pero hay que recordar que la matrícula abarcaba solo a la élite.

Hoy la matrícula en primaria casi se ha universalizado y en todos los otros niveles está subiendo, pero lamentablemente las oportunidades educativas a las que los estudiantes acceden en su escuela se vinculan estrechamente a sus antecedentes individuales y familiares. Así, estudiantes pobres, rurales, indígenas, con madres con bajo nivel educativo, o, peor, estudiantes que reúnen todas las condiciones anteriores, asisten en general a escuelas con menores recursos pedagógicos. De esta forma la educación peruana históricamente ha contribuido a mantener o incluso profundizar diferencias socioeconómicas.

Un nuevo modelo de educación peruana tendría que estar basado en la noción de que cualquier estudiante, sin importar sus características, debería asistir a una escuela que cuente con los recursos y docentes necesarios para su desarrollo pleno a través de la educación. En este enfoque, con base en derechos, la educación sería una herramienta para profundizar la democracia en nuestro país.