La toma con 170 personas como rehenes por parte del grupo de yihadista Al-Mourabioun, de Al Qaeda, en un hotel en el centro de Bamako, la capital de Malí -antigua colonia francesa, en la región del Sahel, en África occidental- y con un saldo trágico de 27 muertos, ha puesto sobre el tapete las expansiones de células islamistas radicales en África.
Indudablemente que es una consecuencia de la intervención militar de Francia en Malí, hace dos años, noticia que ocupó las primeras planas de diarios, portales de internet, noticieros de radio y de televisión en el mundo. Se miró en aquel momento al presidente francés Francois Hollande como el nuevo adalid de la lucha contra el terrorismo por su cruzada en contra de los avances de las células de Al Qaeda en el Magrebí y el Sahel con la Operación Serval, que buscaba reconquistar el norte de Malí.
El mensaje que envió Francia a la comunidad internacional fue claro: somos un país que combate el terrorismo. Igual que lo hace ahora después de los atentados en el club Bataclan y otros sitios de París. Lo polémico de su apuesta "humanitaria" de hace dos años, sin embargo, fueron sus motivaciones económicas y estratégicas, el intereses que tiene en los territorios controlados por los separatistas Tuareg y los grupos yihadistas radicales.
¿Cuáles fueron las razones de fondo que tenía Francia para lanzar unilateralmente una intervención militar en un país sin salida al mar, con la mayor parte de su territorio desértico; más de 60% de su población sobreviviendo con menos dos dólares diarios y con una de las tasas de mortalidad y analfabetismos más altas del mundo? ¿Por qué Francia rechazó las voces que pidieron que se abriera un diálogo, que se convocara a elecciones presidenciales y se negociará con los Tuareg?
Es evidente que Francia no adelantó esta ofensiva militar por simples fines altruistas, por restablecer la democracia y la paz en Malí, ni por proteger a los ciudadanos franceses en Malí, ni tampoco para proteger los intereses de la UE. La razón: defender sus intereses estratégicos en el Sahel, especialmente los relacionados con el uranio.
Para Francia la situación de Malí era un problema de seguridad nacional, en virtud de que su industria nuclear depende en buena parte del uranio que explota en el Sahel. Y más aún cuando es uno de los países del mundo con mayor dependencia de la energía nuclear, debido a que más del 75% de su producción de energía dependen de sus 58 plantas nucleares.
Por eso es evidente que detrás del sofisma de la lucha contra Al Qaeda lo que se buscó fue amparar las concesiones de uranio que tiene la multinacional francesa Areva en los territorios en disputas Malí y en Níger. Quizás fue por eso que Estados Unidos y sus socios europeos sólo le ofrecieron timoratamente ayuda logística, porque sabían que lo que pretendía eran salvaguardar los intereses estratégicos de Areva, su conglomerado estatal, líder mundial en el sector de la energía nuclear.
Malí es el tercer productor de oro de África y octavo del mundo, y desde hace más de una década el oro se ha convertido en su principal producto de exportación, cuyas explotaciones son controladas en gran parte por empresas francesas.
Malí y Níger son poseedores de una de las mayores reservas de uranio del mundo y la mayoría de aquellos yacimientos están en la zona de conflicto y en la región fronteriza de ambas naciones. En el territorio de Agadez, al norte de Níger, en la frontera mali-nigeriana, la empresa Areva, a través de dos filiales, controlan la explotación de las minas de Uranio de Arlit y Akauta.
El temor que tenía el gobierno del presidente Hollande era que los franceses perdieran el control de las concesiones si los separatistas lograban consolidar un nuevo Estado islámico en el norte. Igualmente tenía miedo sobre el efecto dominó que se podría desencadenar en Níger tras un triunfo de los islamistas radicales y los Tuareg en Malí, dado que éstos últimos en Níger también luchan por su autonomía, lo que incluye una mayor participación en las explotaciones de uranio.
Otro de los recelos que tuvieron los galos, al igual que Estados Unidos y otras potencias en occidente es que al consolidarse un Estado islámico, aquellas reservas de uranio quedarían bajo el control del régimen de Teherán. Eso explicó el respaldo que le dio la ONU y la OTAN a la intervención francesa en Malí.