El gobierno cubano ha explicado que los cambios en el modelo económico socialista de Cuba ocurrirán "sin prisa pero sin pausa". Esta estrategia política puede ser una buena o hasta necesaria, pero si Cuba ha de competir por inversiones con el resto del mundo, deberá aprovechar las oportunidades cuando se le presentan. Hoy Cuba está viviendo su momento de fama, pero corre el riesgo de perder la atención de los inversionistas que hoy están enamorados de Cuba y de la idea de hacer negocios en la isla.
Cuba no podría haber pedido un mejor momento para regresar al escenario económico mundial. En el resto de América Latina, las economías están sufriendo devaluaciones, la desaceleración económica ha disminuido la competencia por inversión extranjera, y hay empresas locales que buscan diversificar sus negocios más allá de las fronteras de sus países de origen. Brasil, un país tan grande y dinámico que hasta hace poco era casi imposible para las economías más pequeñas competir con él por la atención de inversionistas, ha sido golpeado económicamente y sufre un masivo escándalo de corrupción. Mientras América Latina sufre estos reveses económicos, hay compañías estadounidenses, incluyendo las de la industria agrícola, que están ansiosamente buscando nuevos mercados, algo que han comunicado con urgencia a sus representantes en el Congreso.
Y ahí, entre estas tempestades, encontramos a Cuba, fruto prohibido por más de 50 años que, en menos de un año, ha reinaugurado su embajada en Estados Unidos, ha dado la bienvenida a altos funcionarios del gobierno estadounidense, y ha anunciado al mundo que necesita US$8.000 millones en inversión extranjera directa. Sin duda, los cambios han sido elogiables y el optimismo por el futuro es alto, aunque la realidad sea más complicada de lo que parece.
No todos se dan cuenta que el embargo comercial de Estados Unidos contra Cuba sigue siendo ley, aunque la política del gobierno estadounidense haya cambiado. Si bien hay oportunidades en los márgenes, en particular en sectores como las telecomunicaciones, la realidad es que el comercio abierto con Cuba sigue siendo ilegal en Estados Unidos. En la última Feria Internacional de la Habana, una exposición comercial que se realiza con éxito creciente año tras año, se hablaba sin parar de las dos docenas de empresas estadounidenses que presentaban allí sus productos y servicios. Pero los norteamericanos, salvo pocas excepciones, solo estaban observando. ¿El problema? Si su gobierno les permite invertir en Cuba, no hay garantía que los cubanos les concedan la autorización para hacer negocios, y viceversa.
Son las empresas de otros países las que podrían tener las mejores oportunidades en Cuba en este momento, deseosas como están de invertir antes de que a los estadounidenses se les permita entrar a todo galope. Esto ha sido especialmente cierto desde que Cuba fue eliminada por Estados Unidos de su lista de estados patrocinadores del terrorismo. Antes de eso, las empresas internacionales no estaban dispuestas a tener el estigma de hacer negocios en Cuba, ya que era un riesgo muy alto en relación al pequeño tamaño del mercado cubano. Pero este año, en la Feria Internacional, la comunidad internacional estaba en pantalla grande: España tenía al menos tres pabellones, sin incluir al País Vasco, con pabellón propio. Otros países, como Chile, y lugares tan lejanos como Eslovaquia, tuvieron presencias considerables.
El riesgo para los cubanos es que no lleguen a cerrar acuerdos mientras el interés de los inversionistas sigue siendo alto. A pesar de una nueva ley de inversión extranjera que se anunció en 2014 con mucha emoción, la realidad es que invertir en Cuba – incluso sin considerar las complicaciones del embargo estadounidense -es un proceso lento y burocrático que puede tomar meses (o más) en completarse. Para los inversionistas estadounidenses o de otros países extranjeros, acostumbrados a moverse rápidamente para aprovechar las oportunidades del mercado, el proceso lento y minucioso de invertir en Cuba podría desincentivarlos. El interés será especialmente efímero si se materializan otras oportunidades en el resto de la región, tal como las que ahora se ven en el horizonte con Argentina.
A pesar de estos desafíos, no se puede negar que Cuba hoy es un lugar completamente diferente del que era durante el "período especial" que siguió a la caída de la Unión Soviética. En aquel entonces, era casi imposible comprar incluso productos de consumo básico y las pocas tiendas que existían solo admitían extranjeros.
Los cubanos que crecieron durante ese "período especial" deben sentirse hoy como extranjeros en su propia tierra. Hay muchos nuevos restaurantes y bares en La Habana y los cubanos son bienvenidos en todos ellos, siempre y cuando tengan capacidad económica para disfrutarlos. Hay tal demanda de habitaciones de hotel que la estadounidense Airbnb se ha convertido en una opción preferida para los viajeros internacionales; y sólo el hecho de que Airbnb exista en Cuba ya es asombroso. Los supermercados y centros comerciales están abiertos para hacer negocios y hasta hay atascos de tráfico en partes de La Habana.
No hay duda que se han dado pasos importantes, inimaginables para muchos. La esperanza es que sigan llegando, con más prisa y menos pausa.