Enterarse del nuevo récord de Alemania en materia de exportación es algo que seguramente enfadará al presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Lo más probable es que recurra a Twitter para comunicarle su disgusto al mundo, insistiendo en que este boom comercial es otra evidencia de que los alemanes "destruyen nuestra economía y arrasan con nuestros puestos de trabajo al inundar nuestro mercado con sus productos”.
Pero esa es una visión muy simplista del complejo mundo del comercio. Alemania es un país exportador de gran calibre, pero está por detrás de China y de Estados Unidos, que es el número uno. ¿Por qué el empresariado germano no se indigna al saber que Alemania está en tercer lugar? Porque para comerciar se necesitan dos –uno que quiere vender algo que otro necesita– y porque los alemanes aceptan el hecho de que Estados Unidos sigue siendo la economía más poderosa del planeta. Estados Unidos, no China. Con un desempeño económico valorado en 18.000 millones de dólares y 320 millones de habitantes. ¡That‘s great, Mr. President! 18.000 millones es mucho más de lo que genera China con una población cuatro veces más grande.
La lógica del negocio
Alemania no tuvo nada que ver con la decisión de los fabricantes estadounidenses de mudar sus plantas a otros países para reducir la inversión en mano de obra. El desplome de la industria automotriz de Detroit, por ejemplo, fue propiciado por una mala política y una baja calidad, no por el hecho de que vehículos alemanes estén siendo exportados hacia Estados Unidos. Si Mr. President ve muchos coches de Mercedes Benz en la quinta avenida de Nueva York y pocos autos de Chevrolet en Berlín, eso puede deberse a que General Motors –de Detroit– decidió hace algunos años no continuar usando esa marca en Europa; esa empresa sólo está representada en el Viejo Continente por las marcas Opel y Vauxhall. Los Opel se ven por montones en Alemania. En resumen: cada Opel vendido en Alemania lleva dinero a las arcas de General Motors y garantiza puestos de trabajo en Detroit. Lo mismo aplica para otros productos en otros rubros.
Los alemanes compran como locos
Las críticas que se le hacen a la potencia exportadora de Alemania no son nuevas ni originales. Alemania podría reducir su enorme superávit de exportación, si el Estado invirtiera más. Pero supongamos que el gobierno ordenara renovar todas las escuelas del país de hoy para mañana : ¿de qué le serviría eso a las empresas estadounidenses? Con frecuencia se recomienda aumentar los salarios para que los alemanes puedan comprar más productos importados. Pero, para empezar, la negociación de los sueldos es cosa de los trabajadores y sus empleadores. Y luego: dada la buena coyuntura laboral, los alemanes ya están comprando como locos. De hecho, el consumo interno es el principal motor del crecimiento económico de Alemania.
Además: no fueron sólo las exportaciones las que se multiplicaron en 2016. También las importaciones alcanzaron niveles récord. Alemania es el tercer importador del mundo.
La "debilidad” del euro
Otro factor aludido constantemente es el del euro "débil”, que supuestamente le permite a los alemanes "abusar” de Estados Unidos y otros países. ¡Ese sí que es un disparate! Primero: el euro no es la moneda nacional de la República Federal de Alemania, sino la divisa compartida por diecinueve países europeos. Las decisiones que inciden sobre el valor del euro las toma el Banco Central Europeo, dirigido desde hace varios años por Mario Draghi, que es italiano y no alemán. Es él quien, con su política de "cero por ciento de interés” y su programa para comprar emisiones de deuda pública, hace que la moneda comunitaria se debilite. Es más, el adversario más prominente de la política de Draghi es el representante de Alemania en el consejo del Banco Central Europeo, Jens Weidmann, jefe del banco federal de Alemania.
Quizás cabría reconocer, simplemente, que las compañías alemanas hacen sus tareas; que la mayoría de las empresas medianas dedicadas a la construcción de máquinas, por ejemplo, saben perfectamente qué es lo que sus clientes quieren; que los empleadores no despidieron a su personal cualificado durante la crisis; que los fabricantes alemanes de automóviles también garantizan puestos de trabajo en Estados Unidos… Quizás le convendría a Mr. President confrontar la realidad, aún en tiempos de "hechos alternativos”.