Argentina siempre nos sorprende. El talento de Maradona, sólo igualado por Messi. Esa curiosa obstinación que es el peronismo, que ha podido ser de derecha o izquierda. Modelo de neoliberalismo con Menem y ahora referencia para el nacionalismo popular con Cristina Kirchner. Escondrijo de Eichmann, el genocida de judíos. La dictadura más perversa del cono sur. Y ahora, de forma insospechada, un argentino se convierte en papa. Nuestros vecinos son inigualables, repletos de contrastes y pasiones desbordadas.
El papa Francisco enorgullece al pueblo argentino, pero al mismo tiempo desata las iras en aquellos que cuestionan su complicidad con la dictadura de Videla, en especial las Madres de la Plaza de Mayo. Se dice que Bergoglio se mantuvo distante frente a los graves atentados a los derechos humanos. Pero se le demanda que aclare su desempeño en el caso de los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, curas obreros del Bajo Flores, secuestrados y torturados en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), centro de represión del almirante Emilio Massera, miembro de la Junta Militar argentina. Se le acusa también de haber militado, a comienzos de los años 70 en Guardia de Hierro, organización peronista de extrema derecha. Finalmente, llama la atención su intervención manifiestamente contingente durante la rebelión de los agricultores contra el gobierno Kirchner. A ello se agrega una tenaz oposición al matrimonio igualitario y a las políticas de educación sexual y salud reproductiva impulsadas por Cristina Kirchner.
Todas estas acusaciones han sido rebatidas por el cardenal Bergoglio, quien incluso debió participar como testigo en el juicio sobre la ESMA. No hay pruebas claras, son exageraciones, malas interpretaciones, sensibilidades exacerbadas. Es lo que se ha dicho en su defensa. Hay que reconocer, sin embargo, que el comportamiento de Bergoglio no se ha apartado de la línea oficial que adoptó la iglesia católica argentina frente a la dictadura. A diferencia de la chilena, fue complaciente con la dictadura y no solidarizó con las organizaciones de derechos humanos. Por tanto, “el silencio” o la complicidad son responsabilidad de la iglesia, como institución, y no de Bergoglio. Por otra parte, el conservadurismo valórico y el antiperonismo que ha caracterizado a la iglesia argentina siempre la ha hecho coincidir con la oligarquía y los militares, lo que hace ilusorio esperar un eventual apoyo a las políticas progresistas de los Kirchner.
Sin embargo, lo que no está sujeto a controversia es el doctor honoris causa que la universidad jesuita El Salvador otorgó, en ceremonia pública, el 25 de noviembre de 1977, al jefe de la Armada, Emilio Massera. Para esa fecha, Bergoglio era una de las autoridades de esa casa de estudios. Aquí no hay interpretación alguna. Es precisamente aquí donde se encuentra la más grave falta del actual papa Francisco.
Fue un error inexcusable haber entregado un honoris causa al almirante Massera, quien utilizó el terrorismo de Estado para aplastar toda oposición al régimen de facto y también para propósitos de enriquecimiento personal. En efecto, en los sótanos de la ESMA se torturó y asesinó a miles de jóvenes argentinos. Allí se encontraba la reproducción de Auschwitz. Hasta marzo de 1978 habían pasado por la ESMA 4.726 personas y sólo un centenar había quedado con vida. Massera regaló a los marinos hijos de mujeres nacidos en cautiverio, que luego del parto eran asesinadas, mientras sus cuerpos eran arrojados al Río de la Plata. Al mismo tiempo, el autodenominado Almirante Cero robaba las pertenencias a los disidentes de la dictadura. Massera era un canalla, como bien lo caracterizó Benedetti en un poema en que celebra su muerte.
Las relaciones que cultivó el actual papa con Massera constituyen una mancha para su purpurado y el honoris causa que le otorgó la Universidad del Salvador una vergüenza para la Academia. Una explicación resulta ineludible. Se la merecen los argentinos, los jesuitas y los mil doscientos millones de católicos en el mundo entero.