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Perú: regulaciones sin sentido contra un árbol de Navidad
Lun, 06/10/2014 - 15:50

Alfredo Bullard

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Alfredo Bullard

Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de "Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales". Es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.

En diciembre pasado estaba en un hospital esperando a ser atendido por el médico. Un pequeño arbolito de Navidad titilaba alegrando el ambiente. En eso ingresó un inspector de Defensa Civil. De inmediato, dirigió su mirada y su ira contra el inocente arbolito. “Los árboles de Navidad son peligrosos para la seguridad, por favor apáguenlo si quieren pasar la inspección”. No cuestionó el tipo de árbol, el tipo de luces o la conexión eléctrica. Solo dijo que eran un peligro y punto. La enfermera presente en la sala, entre sorprendida y triste, desenchufó el árbol.

No existe norma que prohíba los arbolitos con luces. Hay regulaciones sobre conexiones eléctricas y el uso adecuado de ellas. Pero ese no fue el punto del inspector. Él decidió, sin más referente que su absurdo criterio, que los arbolitos de Navidad (y posiblemente los Papá Noeles, las estrellas y los nacimientos) no pasaban una inspección de Defensa Civil.

Le recomiendo al lector leer el libro de Philip K. Howard The Death of Common Sense (La muerte del sentido común). Un amigo me lo regaló hace unas semanas y realmente vale la pena. El libro comienza relatando los avatares de la madre Teresa de Calcuta en 1988 cuando pretendía abrir un asilo para pobres en Nueva York. Los funcionarios, entusiasmados con la idea, chocaban con la propia marmaja burocrática que habían creado.

Como había que renovar el edificio elegido, debía ser aprobada la remodelación. Luego de dos años de trámites, la madre Teresa fue informada de un requisito que hasta entonces nadie le había mencionado: todo edificio de más de cuatro pisos que fuera renovado, debía instalar un ascensor. El costo era de US$100.000. La madre Teresa contestó que hacer una inversión de ese tipo iba contra sus creencias. Necesitaban dinero para comida y medicinas. El ascensor no sería usado por las hermanas. Construir el asilo permitía sacar a pobres de la calle donde no tenían ascensor pero tampoco paredes ni techo. Subir escaleras era un mal menor si se comparaba con lo que enfrentaban a la intemperie. Construirlo no tenía ningún sentido.

La respuesta de las autoridades: no se puede dejar de cumplir con la ley así no tenga sentido. El asilo nunca se construyó.

Howard relata infinidad de reglas parecidas. El desarrollo urbano en EE.UU. enfrenta el problema de una exigencia regulatoria que requiere que las calles sean lo suficientemente anchas como para dejar pasar dos camiones de bomberos a 50 millas por hora al mismo tiempo, por si se presenta la eventualidad de dos incendios simultáneos en lugares distintos de la ciudad. Habla también de regulaciones que prohíben colgar los dibujos de los niños en los nidos o colegios debiendo mantenerse al menos a dos pies del techo, diez pies de las salidas y no exceder el 20% del área de la pared. Y ello a pesar de que nunca se ha identificado un incendio causado por el arte infantil.

Es común que buenas intenciones creen muy malas ideas. Y es más común aun que aparentes buenas intenciones creen abuso de poder o corrupción. Por eso es una buena noticia que el Gobierno acabe de promulgar el Decreto Supremo 058-2014-PCM que ha convertido en indefinidas las autorizaciones de Defensa Civil y limitado la discrecionalidad y los espacios en los que pueden perseguir arbolitos de Navidad y similares.

Y es que en cada inspección al funcionario de turno se le ocurre algo distinto. Cada vez que han visitado la oficina en la que trabajo los inspectores han salido con nuevas objeciones que el anterior no cuestionó. Y es que ni los árboles de Navidad ni la legítima actividad empresarial estarán a salvo de la discrecionalidad burocrática si no le ponemos límites.

*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.

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