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Venezuela: las minorías intensas
Jue, 20/03/2014 - 09:33

Felippe Ramos

La huelga de policías y el tema de la inequidad en Brasil
Felippe Ramos

Felippe Ramos es sociólogo, director del Instituto Surear para la Promoción de la Integración Latinoamericana y investigador becario del Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA). Fue profesor del departamento de Sociología de la Universidad Federal de Bahía (Brasil) y profesor visitante del Central Arizona College en Casa Grande, Arizona (EE.UU.), como becario de la Fulbright Association. Su área de investigación actual es la integración regional en Latinoamérica y los problemas de la democracia y del desarrollo brasileño y latinoamericano. Vive en Caracas, Venezuela, a fin de desarrollar investigaciones acerca de la cooperación bilateral Brasil-Venezuela.

En el último mes, desde el 12 de febrero, Venezuela ha sido más que un país; ha sido múltiples países, a depender de los discursos elaborados a partir del sesgo y del objetivo político planteado por cada narrador (actores políticos organizados, no organizados y prensa). En medio al huracán de discursos, la dificultad de comprender lo que sucede al país se ha presentado tanto al ciudadano venezolano con una identidad política demasiado fuerte (chavista u opositora) como al extranjero que viene al país para narrar solamente una parte de la multiplicidad de la realidad. A los extranjeros que nunca han estado en Venezuela y que cuentan solamente con lo que es difundido por la prensa, más que incomprensión, lo que abunda es una imagen caricatural.

Ambos (el ciudadano y el extranjero) me hacen recordar el pajarito del cuento del gran escritor brasilero Machado de Assis (quizás debido a la Feria Internacional del Libro en Venezuela, que ocurre hasta el domingo 23 de marzo en Caracas y que ese año tiene Brasil como país homenajeado). En ese cuento, “Ideas de Pajarito”, el autor describe el pensamiento del pájaro que, viviendo en una jaula colgada en una tienda de cosas antiguas, piensa que el mundo es solamente lo que él puede ver desde las rejas a las cuales están limitados sus movimientos. La trampa se encuentra en el hecho de que el pajarito piensa ser libre y, por lo tanto, cree que lo que ve no es el limitado horizonte desde su celda sino que el universo completo -la propia realidad.

De hecho, al conversar con jóvenes de clase media que protestaban en la Plaza Altamira de Caracas, lugar más simbólico del anti-chavismo radical desde el golpe contra Hugo Chávez en 2002, yo pude percibir que ellos creían de corazón que casi toda Venezuela estaba en contra del gobierno, con excepción de algunos pocos que supuestamente, me decían, ganarían plata del gobierno y por eso tendrían interés que él siga existiendo. Aunque seamos generosos y ampliemos la simbólica plaza hasta un kilometro de su rayo, en ese kilometro cuadrado ubicado en la zona más noble de la capital se concentraban las protestas opositoras (a veces habían protestas en otras grandes ciudades, principalmente en el estado Táchira, en la frontera con Colombia). El joven de la Plaza Altamira, por supuesto, no estaba sólo. Contó con la ayuda de la prensa para reforzar la imagen equivocada o limitada de su realidad. Principalmente la prensa internacional. Por ejemplo, las corresponsales brasileras de la TV Globo y del periódico Folha de São Paulo hacían sus reportajes casi todos los días desde la Plaza Altamira: hablaban de las muertes causadas por las protestas, mostraban gases lacrimógenas, detención de jóvenes e incluso de algunos reporteros, cauchos en fuego, rostros cubiertos, gritos, represión, desesperación. Decían que Caracas estaba colapsada, que “el régimen” censuraba ilegalmente, que las multitudes habían transformado la Plaza Altamira en una especie de Plaza Tahir o Plaza Maidan de Latinoamérica. Es decir, para ese discurso el gobierno tendría pocos días de existencia. Su caída, así como en Egipto o Ucrania, sería inevitable.

La fuerza de estas narrativas del apocalipsis es tan grande que yo mismo casi fui contaminado por ese clima de terror. Hubo días en los cuales al conectarme al Twitter, un cierto pánico me dominaba. Entonces, yo salía a la calle. Pero no cualquier calle, sino que las calles de los barrios más alejados de Plaza Altamira (23 de Enero, Catia), de las zonas comerciales más populares (Chacaito, Sabana Grande, Plaza Venezuela) y del centro de la ciudad (Plaza Bolívar, El Silencio, El Calvario). Un tipo de zona que, diferentemente de la Plaza Altamira y su zona de influencia, involucra más de dos tercios de la ciudad de Caracas, en términos de espacio y población. Con la excepción de unos tres o cuatro días más tensos, luego de la prisión del opositor radical Leopoldo López, líder del movimiento La Salida, que buscaba la caída inmediata del presidente electo Nicolás Maduro, la mayor parte de la ciudad de Caracas intentaba seguir sus actividades cotidianas de trabajo y comercio. Por supuesto, había fuerte presencia de policías y Guardia Nacional, grafitis en contra del gobierno, basura y desechos usados en algunas barricadas en la noche anterior. Algunos pocos días hubo cacerolazo, el fuerte sonar de ollas golpeadas por cucharas en las ventanas de edificios en zonas opositoras.

Por tanto, si la existencia de las protestas, algunos días fuertes protestas, era innegable, por otro lado, la existencia de la ciudad que luchaba para seguir su normalidad también era innegable. Pero ese gran detalle no era percibido por el joven de Altamira y mucho menos por la prensa internacional. No les importaba el hecho de que en Catia, gigantesca y superpoblada zona de la ciudad, no habían “guarimbas”, como se llaman las barricadas en Venezuela. No les importaba el hecho de que la Plaza Bolívar, en el centro político de la capital y, luego, del país, contaba con niños jugando tranquilamente. Mientras la corresponsal de Folha de São Paulo decía en su Twitter que el gobierno había censurado el Twitter, no le importaba que yo, también desde mi Twitter, en Caracas, le decía que no era verdad, por más que sea ridícula una discusión en el Twitter sobre la imposibilidad de usarlo.

La imagen de un país en llamas fue, entonces, fabricada. Y, claro, habían llamas, principalmente frente a la jaula del pajarito. Pero fuera de la tienda de cosas antiguas todo un universo de otras realidades estaba siendo ignorado. En el carnaval, fui testigo de la sur-realidad de pasar por una marcha opositora, seguir adelante y llegar al callejón comercial de Sabana Grande en donde miles de caraqueños con sus niños disfrazados de héroes jugaban, protegidos por gran número de policías. Para la prensa y para el joven de Altamira, sólo había la marcha. El niño, su mamá y el carnaval no existían.

Un gobierno no cae si, mientras hay una marcha opositora, a doscientos metros hay una parte del pueblo -y una gran parte del pueblo- que sigue su vida normal y que, si por supuesto tiene descontentos por los fuertes problemas de la coyuntura económica, siguen pensando que es mejor mantener el gobierno que existe que pagar el precio de un cambio de gobierno que no saben como pasaría y en lo que resultaría.

El politólogo Robert Dahl creó el concepto de minoría intensa para explicar un sector de la sociedad cuantitativamente minoritario pero cohesionado, con un liderazgo y un programa. En Venezuela, hay una minoría intensa de opositores radicales, impacientes porque viven hace 15 años bajo un gobierno al cual odian y que saben no tener la capacidad de ganar por medio electoral en el corto plazo. La derrota para Nicolás Maduro por 1% en las elecciones de abril de 2013 fue un duro golpe en la esperanza que esa oposición tenía de aprovechar la muerte de Hugo Chávez para acabar con el chavismo. Por lo tanto, esa parte de la oposición más desesperada está dispuesta a hacer grandes sacrificios, quizás al propio orden democrático y constitucional, aunque lo nieguen, para lograr la superación del chavismo. Ese sector, compuesto desde jóvenes estudiantes de clase media hasta ancianos conservadores tradicionales, reconoce en Leopoldo López y la diputada Maria Corina Machado sus líderes. Una señal de que se trata de una minoría es que la diputada Maria Corina, aunque haya sido la diputada más votada de la oposición en las elecciones de 2010, obtuvo solamente 3,7% de los votos en las previas de la coalición opositora cuando buscaba, en 2012, ser candidata a la presidencia de la República. Leopoldo López, tras haber sido alcalde de una parte de la ciudad de Caracas, no tiene ahora ningún mandato electivo y es solamente el líder de su propio partido político. Juntos, los dos han sido los líderes más visibles de las protestas que han ocurrido en el país. El domingo 16 de marzo, Maria Corina llamó sus seguidores a marchar contra “los cubanos”, afirmando existir injerencia de esa isla caribeña en Venezuela. Al contrario del movimiento latinoamericano más contemporáneo de ayudar Cuba a salir del aislamiento impuesto por décadas del embargo norteamericano y por la hegemonía neoliberal en la región en los años 90, esa parte de la oposición venezolana  presenta fuerte sentimiento anti-Cuba.

Ese sectarismo reaccionario incomoda otros sectores de la amplia coalición de oposición, como los empresarios, que han aceptado la invitación del presidente Nicolás Maduro al diálogo. Lorenzo Mendoza, presidente de las empresas Polar, la más importante del país, y Jorge Roig, presidente de Fedecámaras, la cámara venezolana de comercio, organización que fue actor fundamental del golpe de 2002, pidieron, en el Palacio Presidencial de Miraflores, que el gobierno olvide el pasado y construya junto a los empresarios el futuro. Del lado político, Henrique Capriles, candidato derrotado por amplia ventaja por Hugo Chávez en 2012 y por pequeña brecha por Nicolás Maduro en 2013, sabe que su propia existencia política y la superación del chavismo depende del aislamiento de los sectores más reaccionarios de la oposición. A través de su cuenta en Twitter, dijo que es necesario acercarse de las masas más pobres de la sociedad y que no es suficiente hacer barricadas en las zonas más ricas. Él quiere hablar no solamente para los oídos anti-chavistas, sino para el electorado más amplio que incluso ha votado por el presidente Hugo Chávez.

Queda claro, por tanto, que el hecho de que 49,12% de los venezolanos hayan votado por Capriles en las elecciones presidenciales de abril de 2013 no significa que todos ellos defiendan que el gobierno debe irse por un golpe aventurero cualquier. Muy por el contrario, la oposición radical sólo responde por la minoría absoluta dentro de la propia coalición y del electorado opositor. Por otro lado, en todas las elecciones nacionales desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999, el chavismo ha logrado más que los 50% + 1 de los votos necesarios para ejercer el gobierno con legitimidad. Como comparación, hay que recordar que, debido al sistema colegiado e indirecto en Estados Unidos, fue posible que el presidente republicano George W. Bush ganase las elecciones de 2000 con menos votos que el candidato demócrata Al Gore. Como eso estaba previsto en el orden constitucional norteamericano, nadie habló de falta de legitimidad. La controversia que hubo fue por las denuncias de fraude electoral en el estado, la Florida, que garantizó la victoria republicana.

Parte de las dificultades políticas del chavismo se encuentra, en ese sentido, en la falta de hegemonía simbólica: lo que las minorías intensas han logrado es justamente la reducción de la legitimidad política del chavismo, a través de la construcción de un discurso, aceptado internacionalmente, que diseña el gobierno venezolano como una especie de “dictadura”, aunque ese movimiento político haya ganado casi veinte procesos electorales con la presencia de observadores internacionales. Esa parte de la oposición sostiene que el voto no es suficiente para que se pueda afirmar la existencia de una democracia (con lo que estoy de acuerdo, pero por razones muy distintas a las que ellos plantean). Habla, de ese modo, de la existencia de un “régimen autoritario” que ha reprimido la oposición y las protestas que han tomado algunas partes de la capital y de otras ciudades.

Sin embargo, si el voto no es suficiente para la existencia de la democracia, tampoco la represión a protestas es suficiente para calificar una forma de gobierno como “régimen autoritario”. Recuerdo que, cuando yo vivía en Estados Unidos como profesor visitante en 2011, el gobierno norteamericano tuvo que enfrentar las protestas del Occupy Wall Street. En una ocasión, mientras los manifestantes marchaban por la puente del Brooklyn, la policía cerró los dos accesos y arrestó 700 personas de una sola vez, incluyendo un periodista de The New York Times.  En los disturbios en Inglaterra, que yo también tuve la oportunidad de ser testigo en 2011, fueron registrados muchos casos de brutalidad policial, principalmente contra negros e inmigrantes. En Francia, donde es común haber protestas con quemas de carros, la policía también suele reaccionar fuertemente. Podríamos aún hablar sobre la brutalidad policial en las protestas del 15M en España, de los desempleados en Grecia y las conocidas brutalidades de la policía militar de Brasil y de los carabineros de Chile, para quedar con algunos pocos ejemplos. En ninguno de estos casos, todos lamentables, la prensa internacional habló de “regímenes autoritarios”. En general, la prensa suele usar, incluso, los datos oficiales de muertos, heridos y detenidos suministrados por la propia policía. En Venezuela, prefieren fuentes “alternativas”, como organizaciones no gubernamentales o redes sociales.

Las características muy particulares del bolivarianismo chavista, con fuerte presencia de las Fuerzas Armadas, han dificultado la generación de apoyo al movimiento incluso en la propia izquierda. El apoyo es mucho más táctico y formal que estratégico o ideológico. En los países de Latinoamérica que han salido de dictaduras militares, es muy difícil para la izquierda comprender y apoyar un gobierno de izquierda con rasgos militaristas. Las nuevas contestaciones que surgen de movimientos juveniles y del mundo virtual de la internet, que generalmente asumen características más a la izquierda, en Venezuela son radicalmente anti-chavistas, como el grupo Anonymous. Los intelectuales con alguna identificación con ideas de izquierda, algunos que incluso apoyaron el chavismo durante años, también se han alejado de los planteamientos chavistas que van más allá de una democracia liberal-representativa con participación social. De hecho, el chavismo defiende, en su programa de gobierno, la sustitución de esa democracia por otra, llamada de “democracia directa y protagónica”, en el, aún poco claro, Estado comunal. Desde el punto de vista de los actores con capacidad de formación de discursos hegemónicos, el chavismo ha quedado sólo no solamente en la derecha, sino que también en la izquierda.

De ese modo, queda fácil para la prensa internacional crear el estereotipo por la distancia, dibujando narrativas falsas o parciales, porque nadie hará el esfuerzo de verificar la veracidad. Muy por lo contrario, el público, en general más conservador, ya espera ansioso el tipo de noticia que vendrá sobre el país y que fortalecerá sus propios prejuicios: “régimen”, “censura”, etc. Se puede añadir, aún, el problema de los testimonios, considerada en Derecho Penal la prostituta de las pruebas, con los cuales los medios llenan sus páginas de narrativas subjetivas de personas comunes con miras a agregar un valor de verdad. Por supuesto, sería igualmente posible buscar testimonios favorables al chavismo (recordemos que 51% de los electores han votado por el presidente Maduro), pero estos no aparecen en los papeles de los periódicos o en las pantallas de los canales de televisión.

De cualquier modo, el gobierno ha logrado sobrevivir a los más recientes retos políticos y ha negociado no solamente con sectores privados sino que con el propio líder político, ahora moderado, Henrique Capriles. Asimismo ha llevado a cabo una táctica de guerra de posición con recurso también a la represión específica de algunas formas de protestas más violentas (con uso de barricadas con alambres de púa, botellas con gasolina, etc.), principalmente con el objetivo de evitar que la Plaza Altamira pudiese transformarse en territorio fuera del control gubernamental y para impedir la pérdida de control en la zona fronteriza con Colombia. Ahora el gobierno parece encontrarse en la planificación del day after. Con estabilidad política en proceso de restablecimiento, neutralizando los líderes más radicales de la oposición que defienden salidas extra-constitucionales y quizás reconociendo la legitimidad de la oposición que sigue el camino de la legalidad vigente, el gobierno podrá ocuparse de los temas económicos, que siguen siendo los motivos de preocupación e insatisfacción no solamente de sus opositores, sino que también de sus simpatizantes. Inflación y escasez afectan sobre todo las clases asalariadas y las que viven en la informalidad. Ya es la hora de ir más allá del mundo del pajarito.