A la memoria del Ing. Raúl Baz.
Los momentos decisivos en el devenir de un país son aquellos en que surge un liderazgo efectivo que enfrenta de manera contundente una grave adversidad. México enfrenta hoy dos adversidades: la que viene del exterior y la hecha en casa. Sobre la primera se está haciendo lo mejor posible. La segunda viene de hace mucho, pero se ha agudizado de manera intencional en los últimos siete años. La combinación promete ser letal y exige respuestas para las que hoy no parece haber ninguna. No hay hacia donde hacerse: la trayectoria no es buena, lo que arroja sólo una pregunta: ¿habrá, primero, un reconocimiento del momento en que estamos y, segundo, la capacidad, pero sobre todo disposición para hacer algo al respecto?
Los embates de Trump y la incertidumbre que estos traen consigo sin duda explican parte del momento que vive la economía mexicana, pero habría que estar ciego, o, más exactamente, intencionalmente cerrando los ojos para no querer ver las causas de una premeditada destrucción de las pocas fuentes de certeza y viabilidad económica, ya de por sí débiles, con que contaba el país. Cualquiera que sea el devenir de los aranceles que nos propine Trump, el futuro del país dependerá de lo que haga, o deje de hacer, el gobierno mexicano y, por más que la presidenta merezca reconocimiento en su conducción de la relación con el presidente norteamericano, el camino que sigue el país no es conducente hacia un futuro promisorio.
Hay dos maneras en que se podría culpar a Trump del momento que vive México hoy: una sería para evadir la responsabilidad de los males que el país confronta, los de los últimos siete años y los de antaño. La otra, la deseable, sería culparlo -es decir, usarlo conscientemente e, incluso, de manera negociada- para llevar a cabo las reformas que el país requiere de manera urgente, independientemente de lo que ocurra con los aranceles.
A nadie debería sorprender que la economía vaya en descenso. Un rápido recuento de lo que el país vive es más que revelador de lo que cae directamente bajo la responsabilidad de los dos gobiernos de Morena: un gasto desquiciado para ganar la elección de 2024; una estrategia de transferencias sociales, justificable en términos de justicia, pero con criterios expresamente concebidos para impedir el crecimiento de la producción y la productividad; controles de precios (gasolina, tortillas, gas) que inexorablemente producirán escasez; producción declinante de petróleo por falta de pago a proveedores; ausencia de inversión en transmisión eléctrica; y la cancelación de una modesta, pero innovadora reforma al sistema educativo, ya de por sí orientado al control, no al desarrollo de las personas o al crecimiento de la economía.
A lo anterior habría que agregar el cambio en las reglas del juego en materia de regulación de la economía (competencia, comunicaciones, energía, transparencia y acceso a la información); la eliminación del único contrapeso institucional efectivo con que contaba el país, la Suprema Corte de Justicia, por el hecho de haber actuado como le correspondía; y conscientemente ignorar los problemas de seguridad y violencia que atosigan a la población por seis largos años.
El país arrastra un problema esencial de capacidad de gobierno que se remonta a los noventa cuando se logró el acuerdo para la equidad en las contiendas electorales que resolvió el problema de acceso al poder, pero ignoró la necesidad de reformar la estructura del gobierno, creando con ello el caos que caracteriza a las relaciones entre los poderes públicos, la violencia e inseguridad que sufre la ciudadanía y la disfuncionalidad del sistema federal. El resultado ha sido un país bifurcado, pero ambos lados coexistiendo en el mismo lugar geográfico, donde conviven una economía formal y una informal, un país de reglas y otro de violencia y un país moderno (con una base económica formidable y altamente productiva) con una economía rezagada, improductiva y dependiente del gobierno.
Nada de esto tiene que ver con Trump, pero el presidente norteamericano puede acabar matando a la gallina que pone los huevos de oro: esa parte del país que es productiva, competitiva y exitosa. Esto no puede ser minimizado: la recesión en que parece estar entrando el país es íntegramente producto de Morena. Son sus acciones, en estas dos administraciones, las que han provocado la situación actual. En lugar de fomentar el crecimiento de la productividad y generar fuentes de certeza, la presidenta nos pide que confiemos en ella. Lamentablemente, eso es insuficiente, pues lo que genera confianza son realidades, no promesas.
Pero sí hay una cosa que está a la mano y que la presidente podría hacer suya: en lugar de lamentar el caos que viene del exterior, la alternativa sería negociar con nuestros vecinos su apoyo para emprender la transformación que México lleva cuatro décadas posponiendo gracias a que el TLC y la migración (antes de AMLO) hicieron fácil no llevarla a cabo y cuyos pocos avances fueron intencionalmente destruidos por AMLO.
La disyuntiva es transparente: culpar a Trump o hacer la chamba. Y eso implicaría abocarse en cuerpo y alma a dos cosas muy concretas: crear condiciones que generen certidumbre y acelerar de manera dramática el crecimiento de la productividad.