El pequeño país suramericano ha puesto en marcha una revolución energética tanto o más admirable que sus grandes hazañas en la cancha de fútbol.
Las noticias sobre Uruguay siempre son sorprendentes. El más pequeño del continente con apenas 3.2 millones de habitantes casi siempre se mete entre los mejores del mundo en fútbol, tiene un nivel de vida comparable al de países desarrollados y, a la hora de debates sensibles, como el de las drogas, no se complica mucho y apuesta por políticas progresistas como legalizar la marihuana.
A esa lista de hazañas ahora hay que añadir una más impresionante: Uruguay ha puesto en marcha una verdadera revolución energética. El sol que está estampado en su bandera de rayas blancas y azules ha ido cobrando un nuevo significado. Este país está a punto de lograr que el 100% de su energía eléctrica provenga de fuentes renovables, está invirtiendo el 3% del PIB en ese cambio, y cerca del 40% de esa energía limpia corresponde ya a energía eólica, solar y biomasa.
Una imagen revela claramente lo que está ocurriendo en Uruguay: el 70% de la carga especial que hoy circula por sus carreteras corresponde a parques eólicos desarmados y paneles solares camino a su destino final, a algún rincón de sus apenas 180.000 Km2 de superficie.
Uno de los artífices de esta revolución que comenzó desde el primer gobierno de Tabaré Vásquez y continuó con Mujica, se llama Ramón Méndez Galain. Es el director Nacional de Energía. Es físico. “Uruguay no tiene ni petróleo, ni gas, prácticamente ha usado todo su potencial hidroeléctrico y está creciendo a un 6% su economía. Al mismo tiempo quiere reducir su pobreza”, explica Méndez quien estuvo presente esta semana en la Cumbre de Cambio Climático en Lima.
En esa escasez de recursos energéticos fósiles, los uruguayos no vieron un problema sino una oportunidad. Los cuatro principales partidos políticos se pusieron de acuerdo y se comprometieron con una política a largo plazo. La Política Energética de Uruguay va hasta 2030 y gane quien gane las elecciones debe mantener el rumbo pactado.
Un rumbo que ya dio frutos. Los uruguayos han visto caer 6% la cuenta de electricidad que pagaban antes. En 2012, como lo recordó el economista mexicano Tabaré Arroyo, autor del reporte Líderes en Energía Limpia de WWF, Uruguay ocupó el primer lugar de países con más alto porcentaje de PIB invertido en energía renovable. Y en 2014, fue el país de América Latina con la mayor tasa de crecimiento de las inversiones en energías limpias.
El secreto, de acuerdo con Ramón Méndez, es una receta sencilla: una política a largo plazo, respaldo de todos los partidos, diálogo entre sector privado y público y atraer a los mejores cerebros. Sobre este último punto Méndez explico que a través de distintos incentivos multiplicaron por diez los investigadores expertos en energía.
Méndez también recordó que en 2007 cuando crearon un mecanismo de “subasta” para las empresas interesadas en producir energía limpia muchos expertos creyeron que estaban locos. La subasta consiste básicamente en poner en licitación una cantidad de energía que debe ser producida y se contrata al mejor postor, al que ofrezca la tarifa más barata. En contraprestación se le asegura un negocio por al menos 20 años o ciertas facilidades tecnológicas. Hoy 53 países han adoptado ese modelo. Los precios de producción eléctrica son competitivos y se han ido acercando a 60 dólares por megavatio por hora (MWh).
"Todo estaba previsto, menos la victoria de Uruguay", fueron las palabras del expresidente de la FIFA Jules Rimet tras el título uruguayo en Maracaná en 1950. Bien podrían acomodarse a la carrera por las energías renovables en el siglo XXI.