Mirando atrás los últimos 25 años, América Latina destaca hoy por la estabilidad democrática y el crecimiento económico.
En 2011 se realizan cinco elecciones presidenciales clave, las llevadas a cabo recientemente en Haití y Perú, y las que vienen en Guatemala, Argentina y Nicaragua. Pese al golpe de Estado en Honduras y el intento de alteración del orden democrático en Ecuador en 2010, en general, la democracia electoral se ha afianzado como único medio legítimo de acceder al poder en la región.
En materia económica, América Latina y el Caribe viven actualmente un importante crecimiento, que se traduce en una reducción estadística de la pobreza. Las previsiones de crecimiento del Producto Interno Bruto son satisfactorias: un 4,7% para 2011. América Latina fue la región donde más creció el porcentaje de recepción de inversión extranjera directa a nivel mundial, aumentando un 40% en relación a 2009. Por otra parte, también aumentó la presencia de empresas transnacionales latinoamericanas, no sólo en la región, sino en el resto del mundo. Igualmente, se ha producido un boom de commodities que beneficia a muchos países de nuestra región.
Sin embargo, un problema sigue afectando gravemente las perspectivas de desarrollo de la región para los próximos años: 10 de los 15 países más desiguales del mundo se encuentran en América Latina, tal como lo revela el primer Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) dedicado a la región. América Latina no es la región más pobre del mundo, pero sí la más desigual. Somos, de hecho, los “campeones mundiales” de la desigualdad.
El coeficiente de Gini, que mide las brechas de ingresos dentro de un país, es contundente. El coeficiente de Gini de América Latina es un 65% más elevado que el de los países de ingreso alto, un 36 % más alto que el de los países del Este Asiático y que el de los países de Europa del Este (o economías en transición). La desigualdad en América Latina es, para sorpresa de muchos, incluso un 18 % más alta que el promedio del África Subsahariana (ver recuadro). La desigualdad tiene muchas expresiones, la más conocida, entre quintiles de ingreso. Pero existen además “desigualdades” por género, edad u origen: las mujeres, la población indígena y los afro-descendientes suelen ser generalmente los grupos más afectados.
La desigualdad no sólo impacta negativamente a las personas, a la economía, a la política, a la sociedad en su conjunto, sino que afecta seriamente la calidad de vida y la libertad. Es un enorme obstáculo para el desarrollo humano. Distintos estudios revelan que los países con alta polarización de los ingresos y elevada desigualdad tienen menos cohesión, son más propensos a tener conflictos sociales, son menos competitivos, y tienen políticas fiscales menos eficaces.
Pero, pese a lo anterior, hay signos alentadores. Estudios del PNUD muestran que un número de países de América Latina han experimentado una disminución en la desigualdad de ingresos en la última década. Esta disminución les debe mucho a las políticas dirigidas directamente a la lucha contra la pobreza.
En países como México, Brasil, Argentina o Chile, por citar algunos, ha habido mayor inversión social en los últimos años, mediante programas de transferencia condicionadas de dinero en efectivo, que en la actualidad cubren aproximadamente una de cada seis personas en la región.
Indudablemente, el combate a la pobreza debe continuar como prioridad de política pública en toda América Latina. Pero no basta: deben fortalecerse también los instrumentos que reduzcan la desigualdad y fortalezcan a los sectores medios, que muestran un importante crecimiento en años recientes. Para tal fin se requiere crear instrumentos que lleguen de manera eficaz a las poblaciones más pobres y vulnerables, y reforzar la efectividad de las políticas universales.
Igualmente es indispensable lograr consensos para una reforma tributaria que asegure al Estado ingresos estables y generados de manera justa para responder a las demandas sociales.
Éste es otro aspecto que no podemos eludir. La región cuenta con una baja capacidad fiscal y una estructura tributaria regresiva, basada en la recaudación de impuestos al consumo e impuestos indirectos. Además, la tributación generalmente es mal empleada.
América Latina necesita pactos políticos para reformar la estructura tributaria, mejorar su competencia técnica para recaudar y hacer un uso más eficiente de los recursos.
Por su rol como generador de empleo y riqueza, el sector privado latinoamericano tiene un papel fundamental en la generación de bienestar social. Para logar el éxito, empresas y gobiernos deben trabajar mano a mano por el desarrollo sostenible de América Latina.
El PNUD puede ayudar con el diseño de políticas eficaces en estos ámbitos, aprovechando su amplia experiencia adquirida y los conocimientos derivados de nuestro trabajo en todo el mundo, y en todo el espectro del desarrollo.
Mirando hacia el futuro, tenemos confianza en la capacidad de América Latina para sortear este importante reto. Reducir la inequidad es un desafío que no admite retrasos. La oportunidad existe. Los desafíos sociales así lo exigen.