La falta de reformas clave y una clase política que se anula mutuamente le han robado la energía a un país que, hace 10 años, prometía ser la gran estrella de América Latina.
Santiago/Ciudad de México. A eso de las 2.30 de la mañana del 19 de febrero de 2006 una explosión sacudió las minas de carbón Pasta de Conchos, en San Juan de Sabinas, en el estado mexicano de Coahuila, en la frontera con Estados Unidos: 65 mineros quedaron atrapados y sus cuerpos no han podido ser rescatados hasta hoy. Unos meses después, el sindicato de la sección 65 de las minas de Cananea de Sonora, donde se extrae casi la mitad del cobre de México, inició una huelga por mejoras salariales que duraría casi tres años. Además, protestaban por las condiciones de seguridad laboral tras el desastre en Coahuila.
Fue, curiosamente, una huelga en Cananea en 1906 la que contribuyó a sentar las bases de la Revolución Mexicana de 1910. En 2010 la huelga se resolvió con un fallo judicial a favor de Grupo México, la mayor minera de ese país, que es dueña de Pasta de Conchos y de Cananea.
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Al iniciarse la década de los 2000, el futuro parecía sonreírle a Grupo México. Entre 1999 y 2005 había logrado triplicar sus ventas anuales de US$ 1.400 millones a más de US$ 5.460 millones. En el ránking anual de AméricaEconomía de Las 500 Mayores Empresas de América Latina, había escalado del puesto 122 al lugar 50 en el mismo período.
El contexto del país también era propicio. La economía mexicana se expandía a pasos agigantados, impulsada en gran parte por el tratado de libre comercio con Estados Unidos, las privatizaciones iniciadas en el gobierno de Carlos Salinas (1988 a 1994) y las reformas económicas de la administración de Ernesto Zedillo (1994 a 2000). Además, la llegada al poder en 2000 del Partido Acción Nacional (PAN), que en las elecciones de 1999 había terminado con más de 70 años de hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI), prometía una apertura democrática y, por ende, mayores oportunidades y crecimiento.
Pero10 años después, el futuro aún está por cumplirse para la minera. Y también para México.
Las ventas de Grupo México han ido cayendo en los últimos años, alcanzando US$ 4.830 millones en 2009, provocando que la compañía cayera 45 puestos en el ránking de las 500 Mayores Empresas. En la última edición ocupó el lugar 95. Los débiles resultados se deben en parte a los conflictos laborales que tiene la minera y a la fuerte crisis económica que azotó al país el año pasado, pero también reflejan una tendencia mucho más amplia: México se ha estancado, ha perdido el impulso de fines de los años 90 e inicios de siglo y, más allá de la recuperación económica que ya se inició este año, hay pocos indicios de que esta situación se revierta en los próximos años.
Ciertamente, México tuvo un terrible 2009. Su economía se contrajo 6,5% y el virus de la influenza humana H1N1 espantó el turismo, mientras que la violencia del narcotráfico intimidó tanto a los visitantes como a la propia población. Todas las fuentes de divisas del país cayeron: el turismo, las remesas, el petróleo y el sector manufacturero. “Tuvimos un castigo sobredimensionado”, dice Jesús de Juan, socio y director gerente de Boston Consulting Group en México.
Para este año, las proyecciones son que el país crecerá entre 4,1% y 4,5%, según distintas estimaciones, gracias en gran parte a la paulatina recuperación de Estados Unidos. Sin embargo, a una década de iniciada la transición política y de que las empresas mexicanas salieran a la conquista de la región, el balance es magro. El crecimiento promedio en los 10 años en que el PAN ha estado en el poder es de 1,9%, según proyecciones del FMI (la década en Chile arroja 3,8% y en Brasil 3,2%); la producción petrolera mexicana ha ido bajando sin freno desde alcanzar su cima en 2004; la recaudación tributaria sigue siendo la más baja de todos los países de la OCDE y está hoy al mismo nivel que la de Haití (asciende a sólo 9,4% del PIB); en el ránking global de competitividad del Foro Económico Mundial México ha caído del lugar 42 que ocupaba en 2001, al lugar 60 en 2009, y mientras países como Brasil, Chile y Argentina aprovecharon una década marcada por el auge de China, el comercio de México con el gigante asiático es insignificante.
“Sin ser demasiado catastrofista, hay que concluir que ésta ha sido una década perdida”, dice Agustín Llamas Mendoza, profesor de entorno político y social del Ipade, en Ciudad de México. “Patinamos sobre el terreno sin avanzar”.
Para muchos analistas, México ha transitado una década de promesas y expectativas incumplidas. “A raíz de los TLC se generaron expectativas y las empresas mexicanas empezaron a competir con éxito a nivel internacional y muchos querían hacer lo que estaba haciendo México”, dice Gerardo Gutiérrez Candiani, presidente de la Confederación Patronal República Mexicana (Coparmex). “El problema es que no pudimos fortalecer al país con las reformas estructurales que se necesitaban”.
Un ''pato cojo”. Analistas, empresarios y diversos actores públicos mexicanos concuerdan que la falta de vitalidad del país se debe en gran parte a una suerte de parálisis de su clase política. Aunque todos los sectores saben que el país necesita una serie de reformas profundas para dar un nuevo salto -por ejemplo, una reforma tributaria, reformas laborales y reformas al sistema político-, nadie quiere cargar con los costos políticos. La apertura de la industria petrolera, por ejemplo, se ha vuelto un tabú, a pesar de que el país depende en gran medida del hidrocarburo y que los cálculos más optimistas estiman que las reservas se agotarán en 2020.
Los sondeos de opinión pública indican que los mexicanos asocian la venta de empresas estatales a un aumento de precios y, como ocurrió con algunas privatizaciones de la era Salinas, a la creación de monopolios. “La gente sabe que las empresas del gobierno siempre ofrecen precios baratos, como en gasolina y electricidad, y que el gobierno no se va a atrever a subirlos por los costos electorales”, dice Jorge Buendía, director de Buendía & Laredo, una firma mexicana de investigación de opinión pública. “La tragedia de México es que llegó la competencia electoral antes que la modernización económica”, afirma. Según él, eso ha llevado a que el PAN haya desarrollado un clientelismo político. “Se comieron los recursos extra que había para ganarse los votos”.
Muy pocos creen que en los dos años que le restan a Felipe Calderón vaya a haber acuerdos políticos para llevar a cabo algunas de estas reformas. La oposición, comandada por el PRI y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), tiene pocos incentivos para apoyar una iniciativa de un presidente que, en general, se ha mostrado poco proclive a negociar con ellos. Y Calderón no cuenta con el capital político para llevar adelante una reforma importante. En los hechos, todos están esperando las elecciones presidenciales de 2012.
“Felipe Calderón es un pato cojo”, afirma Roy Campos, presidente de la encuestadora Consulta Mitofsky, haciendo referencia al concepto de que un presidente pierde casi todo su poder cuando se avecina su salida de palacio. “De hecho, inició su mandato siendo un pato cojo. Nunca ha tenido el poder”.
La reñida elección de 2006, en la que Calderón le ganó en medio de sospechas de irregularidades por unos pocos miles de votos a Andrés Manuel López Obrador, del PRD, fue un presagio del poco capital político del que gozaría el presidente en estos años. Muchos creen que la guerra contra el narcotráfico, decretada a la semana de asumir el gobierno, fue un intento arriesgado de Calderón por afianzarse políticamente. “La guerra contra los narcos fue un cálculo brutalmente equivocado, Calderón abrió una caja de Pandora”, dice Francisco González, profesor de Estudios Latinoamericanos en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, en Washington DC. “De aquí a diciembre de 2012, Calderón se va a ir replegando ordenadamente, está peleando una batalla de retaguardia. Toda la ambición inicial que el PAN tenía en 2000 no cuajó”, afirma.
Muchos analistas interpretan que el cambio de gabinete realizado a mediados de julio es un intento de Calderón por cerrar filas en el tramo final de su gobierno al rodearse de colaboradores incondicionales. Jorge Alcocer, que fue ex subsecretario de Gobernación en el gobierno priista de Ernesto Zedillo y miembro del equipo de transición del presidente panista, concuerda. “Lamentablemente, Calderón ya se dio por vencido y para muchos su sexenio ya se acabó”, dice. “Eso es muy lamentable porque aún quedan dos años”.
Según los sondeos de Consulta Mitofsky, el gobernador del estado de México, el priista Enrique Peña Nieto, encabeza las preferencias para hacerse con la presidencia, al contar con una intención de voto de 40%. Le sigue López Obrador con 15%. Y, al menos de momento, no se ve a ningún candidato oficialista. “La gente quiere alternancia”, dice Campos. “El saldo de los 12 años del PAN difícilmente será positivo”.
¿Bendición? La fatiga y desánimo que se han apoderado de México también se reflejan en que cada vez más voces cuestionan la estrecha relación económica y social que el país tiene con Estados Unidos. Aunque México es uno de los países que más tratados de libre comercio tiene en el mundo (42 y ahora negocia uno con Brasil), más de 80% de las exportaciones mexicanas tienen como destino el país vecino. Además, unos 30 millones de mexicanos viven legal o ilegalmente al norte del Río Grande, enviando remesas por más de US$ 20.000 millones al año a sus hogares en el sur. Esta estrecha relación lleva a que México siga la suerte de su vecino. Así, la crisis financiera y económica de 2008 y 2009 golpeó a México mucho más fuerte que a otros países de América Latina por la misma razón. Mientras Brasil, Chile, Argentina o Perú lograron engancharse al crecimiento chino para aliviar los efectos de la crisis, México sintió con toda la fuerza el desplome estadounidense.
“¿Cuándo se estancó todo? Cuando se hizo la apuesta que el futuro económico mexicano estaría ligado a Estados Unidos”, dice González, de la Universidad Johns Hopkins. “Eso dio buenos resultados en los años 90, pero a partir de 2001 la bendición se volvió una maldición”. Según González, con la entrada de China a la Organización Mundial de Comercio en 2001, se vinieron abajo las ventajas del TLC con Estados Unidos.
Gerardo Gutiérrez, de Coparmex, también piensa que la dependencia hacia el mercado estadounidense es una debilidad de la economía mexicana. “No hemos tenido la capacidad de fortalecer las estructuras”, dice. “Debemos abrir nuestros mercados”.
Pero no todos son tan críticos al respecto. “Al final del día, nuestras ventajas competitivas están en la cercanía con Estados Unidos”, dice Jesús de Juan, de Boston Consulting Group.
Muchos creen que uno de los grandes fracasos de los últimos años ha sido la incapacidad de los gobiernos por generar empleos y de potenciar a las pequeñas y medianas empresas.
La gran promesa del ex presidente Vicente Fox fue crear pequeños negocios a través de microcréditos. Pero entre 30% y 40% de las Pymes en México quebraron en el sexenio de Fox, según un estudio de la Universidad de Guadalajara. El lema de la campaña de Calderón fue “Felipe Calderón. Presidente del empleo”, una promesa que hoy no aparece en ninguno de sus discursos oficiales. De hecho, muchos lo llaman el presidente del desempleo. Cuando el secretario del Trabajo compareció en octubre de 2009 ante la Cámara de Diputados, una pancarta puso el dedo en la llaga: “Si no hay empleo ¿para qué queremos secretario?”.
Con todo, en esta década el país ha avanzado, aunque mucho más lento de lo que se esperaba. El éxito brasileño sólo viene a resaltar aún más cuánto terreno dejó de recorrer México en los últimos años. “Es verdad que a nivel macro no hemos avanzado mucho”, dice De Juan. “Pero a nivel micro ha habido historias de desarrollo espectaculares, hemos visto la creación de líderes globales, como Cemex y Mexiquem”. De hecho, hay sectores en que la competitividad se ha fortalecido, como es el aeroespacial y autopartes. La automotriz Volkswagen anunció en julio un plan para invertir US$ 1.000 millones en México en los próximos tres años.
Las grandes empresas mexicanas tuvieron, en general, un sólido desempeño en medio de la crisis. Firmas como Bimbo, Femsa y América Móvil registraron fuertes aumentos en sus ventas, en parte gracias a su diversificación geográfica en América Latina.
Pero también el sector empresarial se ha contagiado de la fatiga. En 2002 había 241 empresas mexicanas en el ránking de Las 500 Mayores Empresas de América Latina de AméricaEconomía. Hoy son 119. Y al iniciarse la década, México era la novena economía más grande del mundo. Hoy es, según datos del FMI, la decimocuarta.
“Yo creo que la pregunta no es dónde está México, sino dónde debería estar”, dice Sabino Bastidas, un conocido analista político mexicano que es citado con frecuencia en programas de radio y TV en ese país. “En 2000 había tres elementos que presagiaban un gran futuro: las reservas petroleras de Cantarell, el bono demográfico y el bono democrático. El primero se está agotando, el segundo se exportó a Estados Unidos y el tercero se malgastó”.