Nuevo modelo, basado en consumo de energía per cápita, muestra que la temperatura subirá 1,5º C en 2020, 2º C en 2029 y 3º en 2033. Científicos alertan a empresas y gobiernos.
Durante febrero pasado nuestro planeta mostró un alza récord de 1,35º Celsius sobre el promedio de temperaturas entre 1951 y 1980. En algunos lugares las subas fueron, incluso, 4 a 11,5º C mayores.
La revelación causó un schock en el mundo de los climatólogos, aunque no en el de los políticos y empresarios. En parte, quizá, porque la anomalía de “El Niño” suele “ponerle carbón” a las temperaturas globales cuando está activa.
No obstante, creer que todo no es más que el resultado del capricho de una corriente marina, es un error con rasgos suicidas. Justamente, un grupo científico había anticipado, la semana pasada, que los cálculos de cuánto y a qué velocidad se está calentando el planeta son inexactos, por lo cual ya casi no queda tiempo para evitar un primer golpe grave del Cambio Climático. Peor, que la demanda de energía crecerá un 300% de aquí al 2050, por lo que –si no hay una reacción rápida de transición a las energías renovables– la suba de temperatura para ese momento será catastrófica.
Se trata de Liam Wagner, Ben Hankamer, Ian Ross y John Foster, quiénes crearon un nuevo modelo climático para evaluar la expansión del uso de combustibles fósiles, como el gas, carbón y petróleo, considerando que la cantidad usada por habitante, antes que otras medidas, como la fuente más confiable para predecir la cantidad de emisiones de CO2, gas que impulsa el calentamiento.
El tiempo casi se acabó. Según éste, en apenas cuatro años más (2020), habremos consumido la suficiente cantidad de esos tres combustibles para que todo el planeta aumente su temperatura 1,5º C y en 2029 se arribará a los temidos 2,0º Celsius, límite sobre el cual la civilización corre peligro. Fue para no sobrepasarlo que se firmaron los acuerdos de París, en diciembre pasado.
Es decir, la situación es peor de lo que se creía. Y lo acordado en París se quedó corto. Volviendo a lo que ocurrió el mes pasado, el récord de 1,35º C antes señalado superó por 0,47º C al récord anterior, de 1998. Otro año en el cual el fenómeno climático de “El Niño” hizo de las suyas. A quien le pueda parece que se trata de márgenes de variación, dentro de todo, pequeños, hay que decirle que este promedio oculta variaciones locales dramáticas. Los datos recolectados por la NASA mostraron (siempre para febrero) subas de temperatura promedio de entre 4 y 11,5º C para casi toda Rusia y Escandinavia, Europa Oriental completa, parte del norte de Turquía, toda Alaska, el centro de Canadá y partes del extremo norte de Estados Unidos.
En América Latina, sólo una zona grande de la península de Yucatán y Honduras, una zona costera minúscula de la Patagonia argentina y la isla de Tierra del Fuego, no presentaron aumentos de calor. En cambio, el extremo norte de Chile, el sur del Perú, el centro de Bolivia y el corazón de la Amazonia tuvieron temperaturas entre 2 y 4º C mayores. Para ponerlo en perspectiva: ¿qué ocurrirá, a partir de 2029 cuando, con dos grados más de base, ocurra otro “El Niño” y las economías de Sudamérica deban enfrentar un verano con temperaturas promedio de 4 a 6º Celsius mayores? Los mediosdías de 32º C actuales serán de 36 a 38º C. Con ello aumentará la evaporación, haciendo inviables ciertos cultivos, por ejemplo.
El equipo del UQ's Institute for Molecular Bioscience (IMB) y de la Griffith University, detectaron este “adelantamiento” en el reloj del Cambio Climático, cuestionando los modelos convencionales. ¿Cómo? En el planteado por ellos, si bien un 1% del incremento del PBI está asociado con 1,14% del incremento en la demanda de la energía, el impacto de un crecimiento anual del 1% de la población está asociado con un crecimiento neto del 4,56% en la demanda energía. Así, el crecimiento de la población incrementa, entonces, el hambre de energía rápidamente en el corto plazo, aunque esto sea moderado por un uso menor de la energía per cápita en el largo plazo.
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Un hambre insaciable. En un mundo de combustibles baratos, detrás de una parte de este fenómeno está la Paradoja de Jevons: si una fuente de energía se hace más barata, la gente la usa más y la demanda no decrece. La mejora en la eficiencia da lugar a “una reducción en los precios de los productos o a la percepción un incremento en la riqueza personal”. Luego, “esto resulta en una tasa de demanda individual de la energía más alta, entonces más que estabilizar nuestro uso energía a través de la eficiencia de su producción, el factor dominante que afecta el uso global de energía es el uso de energía por persona”, arguyen los científicos. Lo anterior es muy bueno para quien vende energía, pero no para el planeta. ¿Por qué? “Obviamente, continuar con el escenario actual permite predecir, como resultado, un 300% de incremento la demanda de energía para 2050”.
Lo anterior explica el porqué, si bien el uso de energía por unidad de PIB ha bajado un 37% desde 1950 (alrededor de 0,61% sobre base anual), el consumo energía por persona es un 2,17% mayor, también sobre base anual, o un 130% más desde 1950.
Además, dado que “el 50% de la población (planetaria) tiene un ingreso de alrededor de US$2,50 diarios, por lo tanto, la meta de muchos políticos es mantener un crecimiento económico continuo, de manera de incrementar la prosperidad y permitir aliviar la pobreza”, habrá “un incremento muy rápido de la demanda energía”.
Tomando en cuenta la realidad antes descrita, tanto Hankamer como Wagner, Ross y Foster hacen hincapié en que no será la buena voluntad o, la eliminación del derroche, lo que permitirá a la humanidad ahorrar energía fósil. “Debería enfatizarse –indican en su paper– que este uso adicional de energía no es discrecional en el sentido usual de la palabra. Refleja el hecho de que estándares de vida más altos, intrínsecamente, requieren más energía (vía la producción que está detrás de ellos, sus regulaciones, estándares, la redundancia y los rangos de servicios ofrecidos)”. Y si bien, “algo de la energía es desperdiciada por los consumidores, la mayor parte de este consumo adicional se debe a cambios estructurales que no pueden ser removidos sin degradar sensiblemente la calidad de vida”.
El regreso de los precios altos. Un problema extra surge, afirman, debido a la creencia de que la demanda de energía proveniente de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) seguirá como hasta ahora sin dar un salto. Los precios actuales, bajísimos, podrían interpretarse como una señal de ello. No más que una ilusión, aseguran los científicos, originada en que una fracción relativamente pequeña de la población global, los miembros del grupo G20 (si se exceptúa a China) son los que usan y han usado la mayor parte de la energía global, el 83% en 2010. Y, justamente, esa parte de la población es la que vive, con excepción de China y EE.UU., en un contexto de bajo o nulo crecimiento.
Visto lo anterior, si el mundo regresara a su tasa de crecimiento normal base de 3,9% anual (más/menos 1,4% desde1950), la cual baja solamente 2% durante grandes recesiones, este perfil de crecimiento resulta en el antes citado incremento anual de uso por persona de 2,17%. Crecimiento que puede no ser sostenible por un despegue de los precios, pese a las mejoras tecnológicas que permiten recuperar gas y crudo antes inaccesibles.
Y aquí viene la mala noticia. Mantener esta “trayectoria” de consumo sobre la base de combustibles fósiles, llevará a que –entre 2047 y 2065– 2.044 mil millones de toneladas de dióxido carbono (CO2) sean liberadas. Esto es, 3,4 veces más que en cantidad que los 600 mil millones de toneladas límites que deberían ser quemadas si queremos mantenernos dentro del margen de aumento de temperatura del 2°C. El llamado “margen seguro”. Treinta a cincuenta años más puede parecer un horizonte de tiempo demasiado largo para preocuparse en este momento. No es así. De mantenerse la tendencia actual para la población total planetaria, ya habremos quemado la cantidad de petróleo, carbón y gas necesarios para alcanzar la suba de 3º C para el 2033 y, como ya se dijo, de 2º C para 2029 y 1,5º C para 2020.
Esto, si es que los cálculos sobre el tema ha medido acuciosamente el impacto de otros agentes relevantes para el calentamiento. Por ejemplo, la liberación de CO2 y metano desde el permafrost (capa de suelo congelado que rodean el Mar Ártico) de Siberia, Alaska y Canadá.
La incapacidad de los agentes económicos (en anticipar, primero; medir, después y aceptar los resultados de estas mediciones, en tercer lugar) podría costarnos, literalmente, la civilización. O la entrada en un período de turbulencias globales de resultado incierto. Para el equipo investigador, “las peores consecuencias de los niveles sin precedentes de gases de invernadero en la atmósfera están décadas adelante, y están –entonces– fuertemente no consideradas por el análisis económico actual”. Luego, “sin una intervención gubernamental hemos arribado a una situación donde un libre mercado regulado de manera inadecuada puede no ser capaz de llevar a cabo una transición rápida hacia sistemas de energía neutrales en CO2 y sustentables a largo plazo”.
Esta transición veloz es una de las cuatro condiciones que el equipo investigador anticipa necesarias para que las emisiones de dióxido de carbono (CO2) no nos lleven a un punto en que la situación se vuelva ingobernable del todo. Otra es “la reducción prolongada del crecimiento global a niveles más bajos que los prevalecientes después de la reciente Crisis Financiera Global (lo cual impactará negativamente en el alivio de la pobreza). Una tercera consiste en la reducción en el crecimiento de la poblacion más rápido que el proyectado, lo que supone incrementos en la igualdad, la educación y el acceso de la mujer al mercado laboral. Y un incremento en la eficiencia del uso de la energía más allá de los precedentes históricos”.
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Camino cuesta arriba. Las perspectivas son de estar en un camino cuesta arriba, si de avanzar seriamente en estas cuatro ofensivas se trata. ¿No es demasiado tarde? ¿Es posible hacer algo? Los científicos piensan que sí. “Claramente, acelerar la introducción de esquemas efectivos y viables de un impuesto sobre el carbono ayudaría a promover el despliegue de la tecnología neutra de CO2”. Para sostenerlo, recuerdan que el Fondo Monetario Internacional (FMI) “ha estimado que el costo global de la subvención de la gasolina, el diésel y el queroseno superó los US$ 500.000 millones por año en 2008. Por otra parte, la IEA (International Energy Agency) en 2012 estimó la subvención de los consumidores de todos los combustibles fósiles en US$ 523.000 millones. Los costos del cambio climático son más altos y se han estimado en alrededor de un 1% anual del PIB, US$ 755.000 millones”.
Los efectos económicos del impuesto, en conjunto con eliminar las centrales nucleares, serían bastante menos terribles que los riesgos asociados a no hacerlo. “Se prevé que daría lugar a solamente una pequeña disminución en el PIB (-0,3% en 2035), lo que está dentro de la desviación estándar observada durante los últimos 60 años. La subvención anual a los combustibles fósiles corresponde a aproximadamente el 10% del valor del sector global de la energía que es de unos $ 6 billones (según las medidas usadas en español)”.
El grupo investigador indica que los escenarios que se derivan de las proyecciones de su modelo, sin duda “colocan a economistas y a los ambientalistas globales en el mismo lado, en la medida en que la reducción en las emisiones de CO2 y la mejora de la seguridad energética (y, por lo tanto, del bienestar económico humano) requieren las dos reducciones significativas de la combustión de combustibles fósiles. Que el sector privado global pueda, o no, prever o enfrentar el agotamiento de las reservas (de estos combustibles) y llevar a cabo cambios rápidos a fuentes alternativas de energía, sigue siendo una pregunta abierta”. Las perspectivas pueden ser sombrías, agregan, si no hay consenso político y no se crea un marco de largo plazo que entregue incentivos económicos adecuados a las empresas. De no lograrlo, corremos el peligro, literal, de terminar “cocidos” como la rana que no salta fuera de la olla hasta que es demasiado tarde y el agua, hirviente de súbito, la cocina viva.