Entre las recomendaciones que se le han hecho al gobierno de nuestro país para enfrentar el vendaval que previsiblemente llegará al arribo de Donald Trump al poder justamente el día de hoy, hay algunas que vale la pena analizar pues son difíciles de aplicar con éxito o pueden traer resultados contraproducentes.
En la primera categoría está la de diversificar los destinos geográficos de nuestro comercio exterior, lo que suena fácil pero es bien complicado conseguirlo. Desde que empecé a estudiar economía en el remotísimo año de 1965 la proporción de nuestras exportaciones a EE.UU. era de alrededor del 80% del total, igual que hoy.
Los esfuerzos que se hicieron para diversificar nuestros mercados fueron un gran fracaso, a pesar que en lapsos como el sexenio de Luis Echeverría (1970-76), fueron acompañados de una cáustica retórica anti-yanqui. En el auge petrolero que vino con el siguiente gobierno, la porción de nuestras ventas a EE.UU. inclusive creció.
La dificultad adicional que se nos presenta ahora para diversificar nuestros mercados es que desde que el TLC de EE.UU. entró en vigor ambas economías se hicieron más complementarias, mientras que al comparar nuestra economía con la de China es claro que tienen estructuras competitivas para enfrentase en otros mercados de exportación, como el de EE.UU.
Cualquier diversificación de importancia que se intente llevará tiempo y requerirá de esfuerzos extraordinarios para abrir nuevos mercados, para lo que será útil la amplia red de tratados comerciales que tiene México, al tiempo que ultimamos la Alianza Transpacífica sin EE.UU. y buscamos un acuerdo con China.
Lo que debemos evitar es responder a medidas proteccionistas adoptándolas también nosotros pues ello perjudicaría seriamente a nuestros consumidores, en especial a los de más bajos ingresos. Lo que se debería hacer en caso que EE.UU. imponga tarifas o impuestos de ajuste fronterizo, como ha amenazado Trump, es denunciarlos ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) por violar las reglas comerciales vigentes.
La presión política en México de responder a medidas proteccionistas unilaterales por parte de la administración de Trump con nuestras propias políticas mercantilistas, va a ser intensa, como hemos empezado a ver en numerosos artículos de opinión y editoriales en los diarios, pero por muy grato que aparezca el “ojo por ojo y diente por diente”, debe ser resistido pues dañaría gravemente a nuestra propia economía.
Se puede intentar algo similar a lo que hizo México para poner fin a la dilación de EE.UU. en aplicar la apertura al autotransporte acordada en 1994, que jamás cumplió. En 2009 nuestro país adoptó represalias aprobadas por la OMC, y elevó las tarifas de importación a 90 productos con un valor de 2.400 millones de dólares en industrias con gran influencia en Washington, y el tema, al fin, se encaminó a su solución.
Es de la mayor importancia enfatizar lo que ha dicho el Presidente Enrique Peña Nieto, subrayando que ésta no va a ser solamente una negociación comercial sino que se pondrá sobre la mesa toda la relación bilateral completa, incluyendo temas de seguridad nacional/regional y los flujos de drogas, armas, dinero y personas.
La cooperación binacional en cada uno de estos temas es crucial, sobre todo para la seguridad nacional de EE.UU., y en todos ellos nuestro país puede suspender o disminuir nuestra “reciprocidad” en respuesta a agresiones en otros ámbitos. Todo esto significa que lo más probable es que haya una negociación muy compleja, que EE.UU. intentará mantener en carriles separados y que a nosotros toca que ello no ocurra.
México dispone del talento de docenas de excelentes ex-funcionarios, brillantes economistas y hábiles negociadores con enorme experiencia. Usémoslo a cabalidad en esta difícil coyuntura.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.