Incluso después de decir y escribir el nombre de Donald Trump cientos o incluso miles de veces desde su sorpresiva victoria en las elecciones presidenciales de hace un año, uno todavía se siente incómodo. Y así debería ser, porque todavía es difícil soportar que un agitador como Trump, con una inclinación a hablar falsedades y sin experiencia política, pueda ganar –a través de una campaña basada en el fanatismo, la misoginia y el miedo– la presidencia en el país más poderoso del mundo.
Pero si bien es importante resistir la tendencia natural de que la presidencia de Trump se convierta en algo normal, es igualmente importante aceptar totalmente el hecho, por más difícil que sea, de que Trump ganó las elecciones y Hillary Clinton las perdió. Es crucial ser fiel a esa realidad y no culpar a la intromisión rusa, a las acciones del exdirector del FBI James Comey u otras interferencias reales o imaginarias. Buscar chivos expiatorios y emplear la estrategia de desacreditación –una especialidad de Trump– puede ser comprensible para amortiguar la dura realidad de lo que sucedió el 8 de noviembre de 2016, pero sería contraproducente tratar de evitar que se repita.
Un electorado privado de sus derechos
Un elemento clave en la campaña de Trump fue su insistencia en que el país estaba en mal estado y su promesa de que haría a "Estados Unidos nuevamente grande". Este fue un tema atrevido y negativo para llevar adelante una campaña presidencial, especialmente porque Trump describió repetidamente, a menudo erróneamente, cuán malas eran las cosas en el país. Y, por supuesto, casi siempre culpaba a otros por los problemas del país, como lo hizo con los inmigrantes o musulmanes.
Pero su descripción negativa del status quo en el país resonó en muchos votantes porque parecía cierta. El hecho de que Bernie Sanders, un autodenominado socialista del pequeño estado de Vermont, haya podido ganar 23 estados contra Hillary Clinton con una campaña basada únicamente en donaciones individuales, subraya el hecho de que Trump haya podido llegar a su electorado al describir a Estados Unidos como un país en una espiral descendente.
Mientras que Sanders ciertamente no es comparable en estilo, fondo y seriedad, abordó muchos de los mismos problemas que Trump planteó y que atormentan a estadounidenses comunes, como lo es la desigualdad de ingresos o la envejecida infraestructura estadounidense.
Pero el punto central que tanto Trump como Sanders tocaron fue que, cuando se trata del juego político que se lleva a cabo en Washington, los estadounidenses comunes siempre salen perdiendo; el sentimiento de que las élites políticas y empresariales se preocupan solo por sí mismas, mientras que muchos estadounidenses tienen dificultades para llegar a fin de mes, resonó con los votantes hace un año. Algo que sigue resonado todavía hoy.
El atractivo populista
Nada de esto debería ser una sorpresa cuando, según una encuesta de la Reserva Federal de Estados Unidos del año pasado, el 44 por ciento de los estadounidenses dijeron que no tienen suficiente dinero para cubrir un gasto de emergencia de 400 dólares (345 euros); cuando, en un día normal, 32 estadounidenses son asesinados con armas de fuego; o cuando 64.000 estadounidenses murieron en 2016 por una epidemia de opiáceos que ha estado asolando el país durante años –una crisis que los políticos parecen incapaces, reacios o contrarios a tratar, así como muchos otros temas básicos–.
Trump se percató y explotó despiadadamente la sensación generalizada de malestar. Se posicionó presumiendo de su supuesta visión para los negocios y de ser el único candidato no comprometido con la política partidaria. Su pretensión básica de hacer que Estados Unidos "ganara nuevamente" no solo fue extravagante, sino que tampoco fue real: Trump nunca tuvo un plan o la intención de hacerlo.
Sin embargo, no es improbable que vuelva a ganar si se celebrasen otras elecciones hoy. No importa que tras nueve meses en el cargo no haya podido aprobar una iniciativa legislativa importante, que su administración haya estado colmada de escándalos, y que, en general, no haya logrado mejorar la vida de los estadounidenses.
El hecho de que pueda salirse con la suya demuestra que no existe una alternativa creíble ni en el partido republicano, que Trump secuestró y está convirtiendo cada vez más en la suya, ni en el partido demócrata, que está profundamente dividido sobre su futuro curso. También muestra la desesperación y la ira que muchos estadounidenses sienten por tener a alguien que opera, hasta ahora, fuera de las normas políticas del país.
Una peor alternativa
Y aunque cueste creerlo, podemos tener suerte de que estemos atrapados con Trump. Esto a pesar de que durante los primeros nueve desastrosos meses Trump haya causado estragos en muchos asuntos, como en política ambiental o en relaciones internacionales. No obstante, en muchos otros asuntos importantes, como con la fallida prohibición de viaje o la fallida derogación del Obamacare, Trump está demostrando lo caótica y disfuncional que es su Administración.
Así, imaginemos a un futuro candidato que comparta los mismos instintos agitadores de Trump, pero que no fuera tan impulsivo ni caótico y que sí pudiese ejecutar su perniciosa agenda. Si los dos principales partidos no se despiertan para cumplir con las funciones que les corresponde, podríamos averiguar quién podría ser este candidato antes de cuenta.