La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ganó las elecciones presidenciales de 2010 con cerca de 56 millones de votos, sumando el 56% de las preferencias en la segunda vuelta. En ese entonces, Rousseff disputaba el balotaje con José Serra, del Partido de la Social Democracia de Brasil (PSDB), un candidato ya derrotado en las elecciones anteriores por el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva (PT). O sea, un escenario político muy favorable para Dilma y muy complejo para Serra, quien traía en su espalda la derrota con Lula y la mochila de ser casi anti candidato del pueblo en el estado de São Paulo, principal circunscripción electoral de Brasil.
En esas elecciones Rousseff arrasó en el nordeste del país, donde superó el 70% de los votos, mientras que en estados como Pernambuco, Bahia, Ceará, Piauí y Maranhão, donde contaba con el apoyo de la familia del ex presidente José Sarney (Partido de Movimiento Democrático Brasileño, PMDB), incluso llegó a la extraordinaria meta del 80% de los votos.
En Río de Janeiro, el centro cultural de Brasil, Dilma fue favorecida en esa ocasión con la buena administración del también PMDB, Sérgio Cabral, quien trajo las Olimpiadas al país y apoyó la candidatura de Brasil para sede del Mundial de Fútbol.
Sin embargo, hoy el panorama presidencial para Rousseff es otro...
Esta vez la actual presidenta de Brasil no encara un candidato derrotado por su compañero de lista. Asimismo, la mala gestión de algunos “petistas” (militantes del PT) en estados estratégicos como São Paulo, donde Fernando Haddad, alcalde de la capital del estado, ha caído en las encuestas, hace mucho más difícil que Dilma logré el mismo porcentaje de 2010, cuando sumó más de 50% de las preferencias.
En la misma línea de las dificultades y el contraste con el placentero 2010, después de explotar el escándalo sobre las pésimas condiciones carcelarias en el estado de Maranhão, donde gobierna Roseana Sarney (PMDB), se hace mucho más complicado que Rousseff repita el rendimiento del 80% de los votos.
Y si a lo anterior sumamos el impacto que dejaron en la memoria de los brasileños las cruentas manifestaciones ocurridas en junio y julio 2013, las que a tres días de la final de la Copa de Confederaciones (30 de julio) provocaron que la aprobación de Dilma cayera 26 puntos porcentuales, desde 71% a 45%, de acuerdo con CNI/Ibope, nuevamente podemos observar que no están las condiciones para que se replique el halagüeño panorama electoral 2010.
Hasta hoy la presidenta de Brasil no ha podido repuntar al 71% de aprobación, y si pensamos que nos encontramos a 72 días del Mundial de Fútbol y la aprobación del gobierno de Rousseff sigue cayendo desde junio pasado, pasando de 43% a un pobre 36%, según la última encuesta de CNI/Ibope, podemos incluso pensar que la comodidad del futuro político de la presidenta de Brasil se encuentra totalmente ligado al surgimiento o no de un nuevo período de protestas relacionado con la apertura de la Copa del Mundo, en momentos en que se mantienen las críticas internas al manejo macroeconómico de la economía (aumento de la inflación y la creciente preocupación con el desempleo) y a los casos de corrupción política (por ejemplo, el reciente escándalo por la compra de una refinería en EE.UU., caso Petrobras). Un parecer que comparte René Berardi, economista, doctor en Sociología, consultor y profesor de la Universidad Federal de Paraná, quien considera que las manifestaciones durante el Mundial abrirán un espacio público y político para que la sociedad civil se manifieste a favor o en contra del gobierno de Rousseff.
Ahora, si nos aventuramos a proyectar que el factor político y macro seguirá por la misma senda, no resulta temerario pensar que Dilma podría seguir bajando en las encuestas, llegando a la peligrosa línea de aprobación del 30%. Para Berardi, ese panorama llevaría a que Rousseff no gane en la primera vuelta presidencial del próximo 5 de octubre, haciendo que las elecciones presidenciales de Brasil se definan en el balotaje.
Pensando en los demás candidatos que aparecen como presidenciables, Berardi cree que el actual senador por el estado de Minas Gerais, afiliado al Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), Aécio Neves, no debiera beneficiarse con una caída de Dilma durante el Mundial, debido a que su lista tiene un bajo grado de credibilidad en el país, principalmente en el estado de São Paulo, que es administrado por su compañero de partido, Geraldo Alckmin, que sufre con un caso de corrupción y lavado de dinero entre la multinacional francesa Alstom y once funcionarios de la antigua eléctrica estatal Eletropaulo, ocurrido entre 1998 y 2003, en los gobiernos del fallecido Mario Covas y Alckmin, respectivamente, ambos del PSDB.
Respecto al actual gobernador del estado de Pernambuco y posible candidato a la presidencia, Eduardo Campos, y la ex senadora Marina Silva, ambos del Partido Socialista Brasileño (PSB), el profesor acredita que sólo Marina podría beneficiarse con las manifestaciones en contra del Mundial y en contra de la actual gestión de Rousseff, debido a que ella cuenta con alto un grado de aprobación y credibilidad en el ámbito social.
Por ende, la Copa del Mundo 2014 podría convertir a la pelota de fútbol en un misil ultra politizado que vaya por las calles atizando las manifestaciones, y que fuerce a Rousseff a la incomodidad de ganar el partido, pero muy probablemente en segunda vuelta, por un marcador no esta vez de goleada y con una parte importante de la hinchada que la exhorta a mejorar.