El 3 de octubre, cuando es probable que Brasil elija a una mujer de izquierda como presidente, la ciudad de Lima, en el Perú, podría elegir a una mujer de izquierda (Susana Villarán), como alcaldesa.
Esa posibilidad no ha estado exenta de controversias, la más reciente provocada por un sólo párrafo aparecido en un informe de nueve páginas que el banco de inversión Barclays Capital elaboró para sus clientes corporativos (potenciales acreedores de la deuda pública peruana, antes que fuentes probables de inversión extranjera directa).
El párrafo comienza admitiendo que los analistas locales consultados creen que esas preferencias electorales se explican por la “visión de la población sobre qué candidato estaría mejor capacitado para satisfacer sus demandas por obra pública”, no por preferencias ideológicas. Pero los autores añaden que el hecho de que los electores prefieran a la candidata de izquierda “es un signo potencial de cómo las preferencias de los votantes podrían evolucionar en los siguientes seis meses” (es decir, cuando se produzcan las elecciones presidenciales).
Nótese que se habla de un signo “potencial” (es decir, “que puede suceder o existir, en contraposición de lo que existe”, según la Real Academia), y se usa el condicional (“podría”): los autores se limitan a sugerir una posibilidad, no pretenden estar haciendo una predicción. Pues el párrafo de marras desató una batahola en torno al efecto que las elecciones municipales podrían tener sobre las presidenciales, y estas a su vez sobre la conducta de los inversionistas.
Para quienes se tomen la molestia de revisarlo, el pasado reciente podría ser un llamado a la mesura. Porque si hubo una elección presidencial en la que los inversionistas hubieran preferido tener otras alternativas, esa fue la segunda vuelta de las elecciones del 2006: Alan García frente a Ollanta Humala, o “el que intentó expropiar los bancos” contra “el que podría expropiar las minas”, Godzilla versus King Kong. Al final prefirieron creerle a García cuando les garantizó que había cambiado (como garantizó en 1985 que no intentaría expropiar la banca), sencillamente porque no tenían otra opción.
¿Qué tan grande fue el efecto de una campaña electoral, de tan infausta recordación, sobre el desempeño de la economía? No muy grande: pese a que la campaña electoral ocupó cinco meses del 2006, al final del año todas las cifras macroeconómicas (en materia de crecimiento, inflación, cuentas fiscales, deuda pública, balanza comercial, etc.) fueron estupendas.
En su reporte sobre la materia, el banco privado Interbank sostenía lo siguiente: “El Perú experimentó un año particularmente exitoso alcanzando una tasa de crecimiento de 8%, por encima del 6,4% registrado en 2005. Este apreciable nivel de crecimiento fue alcanzado a pesar de la incertidumbre política, relacionada a un periodo electoral en el cual se evidenció un avance en la aceptación de propuestas de política radicales”.
De cualquier modo, quienes creen que un eventual triunfo de Villarán en las elecciones municipales mejoraría las perspectivas electorales de Humala en las elecciones presidenciales, parten de una premisa errada, y siguen una lógica de inferencia francamente discutible. La premisa es que buena parte del voto por Susana Villarán tendría una motivación ideológica. Una encuesta encargada por el PNUD indicaba que, cuando se les pregunta en qué lugar se ubican en el espectro que va de izquierda a derecha, el 59% no sabe cómo responder o simplemente se rehúsa a hacerlo. Sólo 6,9% se identifica como de izquierda.
Esos datos son consistentes con los del Latinobarómetro (de carácter únicamente urbano), tanto para el Perú como para el conjunto de América Latina. Prueba de ello sería el curioso trasvase de votos que suele operar en zonas rurales del Perú entre Keiko Fujimori (presuntamente de derecha) y Ollanta Humala (presuntamente de izquierda). Algunos autores podrían atribuir ese fenómeno al hecho de que ambos encarnan un estilo de liderazgo populista, pero lo que queda claro es que o bien esos electores no coinciden con la ubicación ideológica que se suele atribuir a esos candidatos, o bien (y más probable) el asunto parece tenerles sin cuidado.
En cuanto a la inferencia lógica, el argumento es bastante prosaico: dado que habría más votos por una candidatura de izquierda en Lima, eso haría presagiar un mayor número de votos por otra candidatura de izquierda, en otra elección de nivel nacional. Como ya se indicó, la motivación del voto tanto por Villarán como por Humala no parece ser en lo esencial ideológica. Pero aún si lo fuera, de ello no necesariamente deriva que un triunfo de la primera sea un acicate para la candidatura del segundo.
Al menos por dos razones: la primera es que incluso asumiendo que las alternativas representadas por Fuerza Social (de Susana Villarán) y el Partido Nacionalista (de Ollanta Humala) sean intercambiables para los electores, eso implicaría que, de no conformar una alianza electoral (como no lo han hecho a nivel municipal), el voto de izquierda podría dividirse en las elecciones presidenciales. Es decir, al perder el virtual monopolio que ejerció sobre el voto de izquierda en el 2006, la candidatura de Humala podría verse debilitada, no fortalecida.
La segunda razón es que, como han señalado ambos de manera recurrente, Fuerza Social y el Partido Nacionalista no representan alternativas intercambiables. Sólo por citar un ejemplo, mientras Ollanta Humala reivindica a figuras como Hugo Chávez y Fidel Castro, Susana Villarán no tiene problemas en calificar de “autoritario” al régimen venezolano y de “dictatorial” al cubano. Y eso es algo que parecen sugerir las encuestas de opinión: mientras ascendía la intención de voto por Susana Villarán a nivel de Lima, la candidatura presidencial, cuya intención de voto ascendía en forma paralela, no era la de Ollanta Humala, sino la del ex presidente Alejandro Toledo.
El punto es que, con toda honestidad, no sé con certeza qué va a pasar durante las elecciones presidenciales del 2011, pero tampoco lo saben las aves de mal agüero que hoy fungen de pitonisas.