Allí estaba de nuevo, el Joseph S. Blatter de siempre. Con talante luchador, lleno de energía, despierto y convencido de sí mismo. Este lunes, cuando se presentó ante la prensa en la sede central de la FIFA, muchos esperaban verlo derrotado. Su tambaleante modo de andar y la curita que lleva desde hace días bajo el ojo derecho llevaban a pensar que podía encontrarse un poco vapuleado por las circunstancias, por no decir noqueado. Pero no, para nada.
Blatter, el timonel eterno de la FIFA, todavía no ha sido vencido. Puede que la comisión de ética de la FIFA lo haya vetado por ocho años junto al presidente de la UEFA, Michel Platini, por abusar de sus cargos y violar el código deontológico; pero el suizo ya dejó claro que no aceptará ese veredicto y que lo refutará en todas las instancias posibles. “¿Ocho años? ¿Por qué?”, preguntó Blatter exaltado antes de anunciar que lucharía “¡por la FIFA, por mí!”. Para Blatter, la FIFA y su persona siempre fueron una misma cosa.
Y precisamente ahí está el problema: Blatter sigue definiendo la agenda a seguir, aún después de haber sido vetado. Él se pasea como un zombie por la base de operaciones de la FIFA, impidiendo que el balompié internacional pueda iniciar el borrón y cuenta nueva que tanto necesita.
¿Blatter, una víctima?. En una alocución cargada de emociones y de expresiones fuertes (“vergüenza”, “mentira”, “injusticia”), Blatter se esmeró en presentarse como una víctima de la Comisión de Ética de la FIFA, exigiendo humanidad y respeto… para sí, ¿para quién si no?. Está claro que el hombre perdió contacto con la realidad. Y es que él sigue sin poder explicar el sospechoso pago de 1,8 millones de euros que efectuó y que los investigadores ven como un soborno para facilitar el triunfo de Blatter en 2011. Su monólogo causaría risa, si el asunto no fuera tan serio.
El fútbol mundial se encuentra en una encrucijada. Los dirigentes del deporte más popular del mundo están desprestigiados. Y con razón. Las indagaciones hechas por autoridades de Estados Unidos y Suiza han dejado a la vista el funcionamiento de un sistema completamente corrupto al que se debe poner un alto. Ahora.
“No puedo decir que este haya sido un buen día para la FIFA”, comentó Blatter. Y al oírlo, más de uno debe haber sentido la tentación de responderle en voz alta: “¡Que sí! ¡Que sí lo ha sido!”. Pero, ¿qué tan bueno ha sido en realidad? Lo cierto es que la condena de Blatter abre la oportunidad para hacer limpieza profunda en la FIFA. Hay que poner fin al sistema de negocios opacos e ilegales que Blatter toleró durante años y en el que participó activamente, según la comisión de ética en cuestión.
Boletos para partidos importantes a cambio de votos, derechos de transmisión a cambio de sobornos, cargos a cambio de influencia… la FIFA se había convertido, virtualmente, en un mercado negro. Todo parecía estar a la venta, incluidos los campeonatos mundiales. Blatter fomentó esta cultura y le sacó provecho durante años. La ironía de todo esto es que haya sido precisamente la Comisión de Ética, que él mismo creó como parte de una campaña de relaciones públicas, la que lo haya hecho caer, al menos por ahora.
El “sistema Blatter” sigue vivo. ¿Cómo continuará esta historia? Con una batalla judicial que amenaza con ser muy larga. Es evidente que Blatter aún no ha sido vencido. Lo mismo se puede decir del sistema que lleva su impronta. Casi todas las posiciones en la jerarquía de la FIFA están ocupadas por figuras leales a Blatter; a muchos funcionarios se les mira ahora con suspicacia y recelo. Más allá de las sentencias que emitan las instancias involucradas en el caso Blatter, la FIFA está frente al desafío monumental de reformarse integralmente.
Sólo cuando la FIFA consiga hacer las enmiendas necesarias se podrá decir que este fue un buen día para el balompié.