Cuando el gobierno de Barack Obama puso en marcha las sanciones económicas en contra de Rusia, con el fin de estrangular su economía y frenar su resurgimiento imperial, lanzó a los rusos a los brazos de los chinos. Fue una política errática que permitió el fortalecimiento de las relaciones económicas, políticas y estratégicas entre Rusia y China. Y en efecto, el gobierno de Joe Biden, le ha dado continuidad a esa misma política con las escaladas de tensiones contra Rusia en el conflicto de Ucrania.
Las políticas arancelarias de Trump, y sus presiones comerciales contra Europa afianzaron las relaciones económicas con los chinos y rusos. Durante el gobierno de Trump, China aprovechó para postularse como un socio estratégico para los europeos y se consolidó como su principal socio comercial.
De ahí que uno de los pasos trascendentales fue el fortalecimiento de un enorme bloque económico entre las potencias de la Gran Euroasia con la nueva ruta de la seda, que une rutas terrestres, marítimas, oleoductos y gasoductos entre China, Asia central, Rusia y Europa. En otras palabras, la administración de Trump fortaleció el desarrollo del proyecto de dominación imperial más importante y estratégico en el mundo.
La UE consume más del 14% de la energía mundial y solo produce el 6,5%; importa el 85% del petróleo y el 67% del gas que consume, y más de la mitad de su gas depende de los suministros de Rusia.
Lo que está buscando Estados Unidos con el incremento de las tensiones con Rusia en el conflicto de Ucrania es disputar a los rusos el dominio del mercado de gas en Europa.
De allí la oposición, tanto de la administración de Trump, como la de Biden, al gasoducto Nord Stream 2, que suministrará gas de Rusia a Alemania y que es el trasfondo del conflicto en Ucrania.
Parte de las cascadas de sanciones que anuncia Estados Unidos contra Rusia tienen que ver con este gasoducto. El país norteamericano busca reducir la dependencia energética europea de Rusia y reconfigurar su mapa energético con ellos como los principales abastecedores de gas en alianza con Nigeria, Qatar y otros países de su esfera de influencia.
Saben que la configuración del bloque económico de las potencias de la Gran Euroasia: China, Rusia y la UE, especialmente Alemania y Francia, pone en jaque su supremacía global, dado que concentrará el poder económico de un bloque de países que tienen el 75% de la población mundial y genera el 60% del PIB del mundo. Esta alianza modifica el mapa económico internacional y coloca a Asia en el centro del poder mundial.
Por eso, la apuesta de Biden desde que llegó al poder ha sido recomponer las relaciones con Europa, crear tensiones entre Europa, Rusia y China, cuyo principal objetivo es impedir el fortalecimiento de sus relaciones políticas y económicas, especialmente las de Alemania y Francia con Rusia y China.
Su estrategia de seguir fomentando la expansión de las fuerzas de la OTAN, organismo que controla, dado que costea el 69% de su funcionamiento, hacia las áreas de defensa de Rusia y sus pretensiones de instalar un escudo antimisiles en Ucrania vulnerando las líneas rojas de defensa de Moscú hacen parte de esa política.
Las supuestas ambivalencias de la postura del canciller alemán, Olaf Scholz, frente a las anunciadas sanciones y las escaladas de tensiones con Rusia y los esfuerzos diplomáticos del presidente de Francia, Enmanuel Macron, para de desescalar el conflicto son movidas políticas interesantes que se deben examinar más allá de las retéricas de las mentiras y las manipulaciones informativas de la Casa Blanca, debido que ambos países y otros países europeos resultan seriamente afectados en sus relaciones económicas con Rusia por las sanciones que pretende imponer la Casa Blanca a Rusia.
En medio de las tensiones, la cumbre entre Vladimir Putin y Xi Jinping y los acuerdos de cooperación que suscribieron marcan una nueva era en la política global, porque apuntan a erosionar el poder imperial de los estadounidenses.