Durante la rara experiencia de confinamiento provocado por la pandemia del COVID-19, las series televisivas se han convertido en válvula de escape y fieles aliadas de familias, niños y mayores. Las distintas plataformas lo saben bien y han vuelto a promocionar títulos que fueron estrenados hace ya algunos años. Este es el caso de This is us, que, a través de la historia bien contada de una familia americana y sus tres hijos, nos devuelve la fe en la bondad humana, la solidaridad y el amor fraternal por encima de todo. Hay dos episodios que, si bien representan dos momentos separados en el tiempo por algo más de 30 años, contienen un mensaje común: en ambos, la esposa reclama el derecho a perseguir el sueño de ejercer su profesión, a la que había renunciado para cuidar de la familia y hacer de su hogar un lugar armonioso. Por su parte, los esposos colaboran en el cuidado de los hijos, en las responsabilidades domésticas y no acaban de entender la petición de sus parejas. El primer episodio tiene lugar en los años 80, cuando la incorporación de la mujer al mundo laboral era ya una realidad en la mayoría de países occidentales. El segundo episodio sucede en nuestros días y refleja una situación todavía presente en muchos entornos.
Parecía que el siglo XXI iba a ser el siglo de las mujeres, y, sin embargo, un simple análisis de su presencia en ámbitos como la empresa, la economía, la ciencia y la cultura nos pone de manifiesto que las mujeres están lejos de alcanzar un derecho que parece lógico y justo: el acceso a puestos de responsabilidad.
El World Economic Forum publica cada año el Global Gender Gap Report (GGGR) que analiza, a través de la elaboración de un índice, hasta qué punto los distintos países y las regiones del planeta son capaces de avanzar en la igualdad de género en los ámbitos de la educación, la salud, la política y en todas las formas de participación económica. El informe de 2020 pone de manifiesto la urgencia de pasar a la acción y revela que, pese a una ligera mejora en todas las dimensiones del índice, a escala mundial existe todavía una brecha del 31% entre el acceso a las oportunidades y recursos por parte de las mujeres respecto a los hombres.
Es cierto que, desde la publicación en 2006 del primer informe, la brecha ha ido disminuyendo, pero a una velocidad tan lenta que, extrapolando la evolución de los últimos años, bajo las mismas condiciones se tardaría más de 200 años en conseguir una igualdad real en una de las dimensiones, la que mide la participación de la mujer en la esfera económica. Dicho de otra manera: una niña que naciera hoy tendría que vivir más de 200 años, más de dos siglos, para conseguir los mismos derechos y oportunidades que un niño.
En cuanto a la participación de la mujer en la política y su acceso a los puestos de más alta responsabilidad pública, habría que esperar la mitad de tiempo, 100 años, para hablar de una igualdad real.
Como era de esperar, existen diferencias significativas entre distintas regiones del mundo, siendo Europa occidental la que está más cerca de alcanzar la paridad, y Oriente Medio y Norte de África las que están más alejadas de la deseada igualdad. El caso de América Latina y el Caribe presenta un perfil diferente: si bien las mujeres tienen prácticamente las mismas oportunidades en el ámbito de la educación, existe una diferencia muy importante respecto a los hombres en su participación en la vida económica y política.
La pandemia, además de la oferta inacabable de series y conciertos, nos ha traído la agradable sorpresa de la buena gestión que han hecho las presidentas y primeras ministras de Alemania, Nueva Zelanda, Finlandia, Islandia, Taiwán, Noruega y Dinamarca. Es verdad que estos países tienen algunas características adicionales que explican los buenos resultados: altos niveles de calidad de vida y de educación, estructuras productivas y sanitarias sólidas, insularidad y baja densidad. Sin embargo, solo un 7% de los países del mundo están gobernados por mujeres, por lo que el hecho es relevante y digno de ser estudiado en clave de liderazgo.
Las empresas, las organizaciones y los organismos públicos y privados tienen todo el interés en acelerar el proceso hacia una reducción drástica de la brecha de género. No es sólo una cuestión de justicia social; no se trata sólo de que las mujeres, que se han esforzado por formarse y que tienen las mismas capacidades intelectuales que los hombres, tengan los mismos derechos que ellos. Contar con equipos diversos en los lugares donde se toman las decisiones, garantiza una visión más completa del mundo, sus problemas y necesidades: mejora la creatividad y, según indican diversas investigaciones, la productividad. Habrá que seguir las recomendaciones del World Economic Forum y plantear medidas urgentes que reduzcan de una manera sustancial y efectiva las diferencias por razón de sexo y género.