Los medios de comunicación en América Latina como miles en el resto del mundo le han dado un gran despliegue a las enardecidas manifestaciones de protestas en varias ciudades de Estados Unidos, donde se han congregados millones de afroamericanos, latinos, blancos e inmigrantes europeos, asiáticos y africanos a expresar su indignación y rechazo por el asesinato del afroamericano, George Floyd, por Derek Chauvin, un policía, en Mineápolis, Minnesota.
Millones de ciudadanos en el mundo rechazan el histórico racismo y la sistemática segregación que la población blanca anglosajona ha impuesto durante más de cuatro siglos en contra de la minoría afroamericana en Estados Unidos. Los medios de comunicación en América Latina se han sumado a las voces que condenan ese racismo, la segregación, los brutales y sistemáticos atropellos, las violaciones de los derechos humanos y asesinatos de afroamericanos por parte de policías blancos. Por supuesto, que los medios de comunicación de diversas tendencias ideológicas han criticado la desafiante, xenofóbica y autoritaria postura del Presidente Donald Trump, frente a las manifestaciones de rechazo del asesinato de Floyd.
El Espectador, de Colombia, en un editorial, aseguraba que Donald Trump prefiere la guerra a enfrentar el racismo y criticó su postura, señalando que “en vez de buscar tender puentes y empezar a sanar heridas (…) se ha dedicado a hacer lo que mejor se le da: dividir, desinformar y fomentar la violencia”. Aseguro que “está creando una peligrosa bomba de tiempo”. Por obvias razones comparto los criterios esbozados por el periódico.
Sin embargo, critico a este diario, como a otros latinoamericanos, debido a que la gran mayoría no han tenido históricamente una política editorial coherente de rechazar y condenar con la misma vehemencia el racismo que sufre la población negra en América Latina. Condenan el racismo y la segregación que sufren los afroamericanos, pero se guarda silencio frente al mismo fenómeno racista, excluyente y segregacionista que sufren los afrolatinoamericanos.
De manera que así como vehementemente condena el racismo, la xenofobia y el segregacionismo de Trump, y repudian la histórica discriminación practicada por la población blanca en contra de la minoría afroamericana, también deben condenar con la misma verticalidad el racismo y la discriminación que han practicado las élites colombianas que controlan el poder económico y político hace más de dos siglos en contra de la población afrolatinoamericana.
Élites que históricamente han excluido a las minorías negras e indígenas de la pirámide del poder y de los grandes beneficios del desarrollo. Minorías marginadas que viven en las regiones más atrasadas y aisladas con los peores niveles de desarrollo, niveles de vida, índices de ingresos económicos y de acceso a la educación, la salud y el bienestar social en estos países del hemisferio.
Lo controvertido es que los principales medio de comunicación condenan y rechazan la brutalidad policial del asesinato del afroamericano Floyd. Sin embargo, no condenan las sistemáticas prácticas racistas, las violaciones de los derechos humanos y los abusos policiales y de la justicia que se cometen diariamente por los prejuicios raciales en contra de población negra latinoamericana.
En el caso colombiano ninguno los grandes medios de comunicación condenó la muerte el 19 de mayo del joven afro, Anderson Arboleda, de 19 años, en Puerto Tejada, Cauca, en la costa Pacífica colombiana como consecuencia de una paliza que le propinaron dos policías “blancos”. Un joven negro que fue apaleado brutalmente por dos policías por violar la cuarentena y murió tres días después de muerte cerebral por causas de los bolillazos en la cabeza. Su asesinato no ameritó una nota editorial y menos una solicitud de condena para los policías “blancos” que le segaron la vida, seguramente porque era un joven pobre de un pueblo perdido en la marginada región colombiana del Pacífico.