La situación económica y sanitaria de Brasil junto con la anulación, hace una semana, de las causas de corrupción contra el expresidente Lula da Silva, ponen en duda la continuidad de Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales 2022. La sentencia del Tribunal Supremo devuelve a Lula sus derechos políticos quedando habilitado para competir en las elecciones presidenciales.
Por ahora Lula da Silva no ha se postulado para las elecciones del próximo año, pero las encuestas le dan un 50% de los votos frente al 38% a Bolsonaro. A la popularidad de Lula se une la mala situación de la economía y los estragos de la pandemia. Un escenario político en el cual Bolsonaro podría ser el primer Presidente de Brasil que no disfrute de un segundo mandato. Efectivamente, la crisis del coronavirus y un conjunto de malas decisiones de política económica por parte del gobierno de Bolsonaro han llevado a Brasil a una situación desastrosa.
Mala situación económica
Según los últimos datos publicados, en 2020 el PIB brasileño se redujo un 4,1% con relación al año anterior, y solo crecerá un 3,6% en 2021. Estas cifras “rematan” la peor década económica de la historia reciente del país, consecuencia de las dos crisis, la financiera y la sanitaria, y los numerosos escándalos de corrupción que han desgastado a los gobiernos y a la Economía.
El FMI, por su parte, ha señalado que, en 2020, la deuda pública superó el 102% del PIB, y el déficit público fue del 14% del PIB. Este alto nivel de deuda ha provocado que los tipos de interés de los bonos a medio y largo plazo aumentase considerablemente, lo que pone de manifiesto las preocupaciones del mercado sobre los riesgos futuros de impagos y de depreciación del real brasileño (moneda oficial).
De ahí que los mercados financieros brasileños lleven días acusando un elevado grado de volatilidad en la renta variable. Llama la atención, por ejemplo, que desde comienzos de año se haya desplomado un 20% el valor de las acciones de la petrolera Petrobras (Petróleo Brasileiro S.A.), controlada por el Gobierno. Esta caída supone una pérdida de € 15.0000 millones (alrededor de US$ 17.800 millones) de capitalización bursátil. Estos últimos días ha causado gran inquietud en Brasil la decisión de Bolsonaro de nombrar CEO de dicha petrolera al General Joaquim Silva e Luna, un exministro de Defensa sin experiencia en la industria del petróleo y el gas. La volatilidad de las bolsas y la fuerte caída de las acciones de la petrolera se debe a la desconfianza de los inversores, que temen una mayor interferencia gubernamental en la gestión de las empresas públicas, lo que hace dudar de la “agenda liberal” del gobierno Bolsonaro.
A todo ello se le une el importante aumento del precio de los combustibles, un 30% en lo que va de año, como consecuencia de la subida del precio del petróleo. Para conseguir el apoyo de los ciudadanos en las elecciones presidenciales de 2022 y, sobre todo, el voto de un millón de camioneros, Bolsonaro ha anunciado una medida populista: la eliminación temporal (durante 2 meses), de los impuestos de la gasolina y del diésel, lo que agravará la ya difícil situación de las finanzas públicas.
La vulnerabilidad social ha aumentado: el desempleo ha llegado al 15%, su nivel más alto desde 2012, y el coste de la vida se eleva por la alta inflación, lo que sumado al lento avance del proceso de vacunación ha incrementado la presión política sobre el Presidente, que ve como caen en picado los niveles de aprobación a la gestión de su Administración.
La pandemia descontrolada
Además, el COVID-19 ha agravado los puntos débiles de la economía brasileña: bajo crecimiento potencial, gran desigualdad en la distribución de los ingresos y débil posición fiscal. Las autoridades han intentado dar una respuesta rápida y eficaz para apoyar la economía y proteger a los sectores más vulnerables de la población de la pandemia, pero, al igual que en muchos otros países, está aún lejos de ser controlada.
Esta semana y por primera vez desde el inicio de la pandemia, se verifica en todo el país un agravamiento simultáneo de todos los indicadores: récords de muertos, hospitales al borde del colapso y una campaña de vacunación en cámara lenta.
Cierto es que en el plano sanitario se ha conseguido ampliar la oferta de camas y plazas UCI para enfermos COVID, pero estos esfuerzos han sido insuficientes. Brasil es el segundo país con más muertos a nivel global, con más de 277.000 fallecidos. Aunque ya se ha vacunado a 9 millones de personas (muy pocas para una población de 212 millones de habitantes).
Bolsonaro ha despreciado las recomendaciones sanitarias de distanciamiento social, priorizando la actividad económica frente a la salud de los brasileños, como si se tratara de una dicotomía. Promueve aglomeraciones con sus seguidores, cuestiona el uso de mascarillas y la eficacia de las vacunas y critica a las autoridades que aplican medidas de aislamiento social.
Los Gobernadores de los Estados, alarmados por la situación sanitaria, piden que se apruebe un toque de queda nocturno a nivel nacional y cierres en las zonas más críticas, a lo que el presidente ha contestado que aquellos gobernadores que decreten cierres de actividades deberán hacerlo bajo su responsabilidad. La vicepresidenta de la Sociedad Brasileña de Inmunología, Isabella Ballalai, señaló que “esa discordancia entre lo federal y lo estatal ha sido uno de los grandes problemas que ha convertido al país en uno de los peores lugares de gestión de la pandemia”.
Perspectivas de futuro
A pesar de todo lo dicho, siempre hay que dejar una puerta abierta a la esperanza. Como decía Churchill: “Soy optimista. No parece de mucha utilidad ser cualquier otra cosa”.
Hay razones para el optimismo. En el plano económico a finales del mes de enero, el FMI mejoró la previsión de crecimiento para Latinoamérica en 2021 para las dos grandes economías de la región, Brasil y México. Del acierto o no de estas previsiones, y de la gestión gubernamental, dependerá que los logros económicos se traduzcan en mejoras sociales para la población brasileña, especialmente para los grupos más vulnerables.
Y en lo que respecta a la crisis sanitaria, la solución radica en una vacunación más rápida y eficaz, hasta conseguir la ansiada inmunidad de rebaño.
Y, mientras tanto, el presidente Bolsonaro tendrá la mirada puesta en el complicado horizonte electoral de 2022, cuya única meta será ganar ¿a cualquier precio?
*Columna elaborada con la colaboración de Leonardo Lima, consultor del IFC