En julio de 1914, un mes antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, ninguno de los protagonistas en la que sería una cruenta conflagración tenía idea de lo que venía o, como escribe Christopher Clark, caminaban como sonámbulos hacia el precipicio. Leyendo esa y otras narrativas sobre el inicio de aquel sanguinario conflicto es imposible no pensar en la manera en que el presidente va configurando sus piezas hacia la sucesión de 2024 como si el país viviera un momento glorioso en el que todo es miel sobre hojuelas. En las semanas recientes organizó el congreso de Morena para encumbrar a su candidata y excluir a todos los demás aspirantes, ha intentado dividir -destruir es una palabra más precisa- a toda la oposición, y se apresta a garantizar sus deseos a través de la beatitud inherente a su creciente cesión de poder hacia el ejército mexicano.
La “gran guerra,” como se conoce a la Primera Guerra Mundial, fue violenta, horrífica para quienes vivieron largos tiempos (o murieron) en las trincheras, sometidos por armamentos hasta entonces desconocidos como las ametralladoras y, eventualmente, los tanques, que podían acribillar a todo un regimiento en cuestión de minutos. Los medios, dice Paul Fussell,* son siempre “melodramáticamente desproporcionados” a los fines que se persiguen. Así parece ser el lance del presidente en este proceso.
Morena ha venido ganando terreno, parte por el desencanto que caracteriza al electorado desde al menos 1997 en que, de manera casi sistemática, ha votado en contra del partido que ostenta el cargo respectivo. Poco a poco, con la enorme ayuda (en muchos casos de manera ilegal) del presidente, los candidatos de su partido han ganado gubernaturas, desplazando a los partidos tradicionales, hoy medio perdidos en la oposición. El proyecto es clarividente: control, destrucción del enemigo (esa es la caracterización correcta en esta era) y sometimiento integral.
El problema es el proyecto. Una narrativa esperanzadora que polariza y alienta el resentimiento es útil para el control, pero tarde o temprano comienza a hacer agua. Ahora que el presidente ha entrado en la etapa declinante del sexenio, su proyecto es, y crecientemente será, cada vez más vacuo e irrelevante. Así lo muestran las mañaneras, que van perdiendo el filo que tanto impactaba al inicio. El presidente narra el acontecer nacional como si él fuese un mero espectador y no el protagonista. Eso le permite inventar culpables, asignar culpas y adjudicar responsables, pero el mexicano está demasiado curtido como para ceder su desarrollo personal y familiar a cambio de una ficción cada vez más distante de la realidad cotidiana.
Nuestro sistema de partidos políticos es demasiado inflexible como para favorecer el realineamiento que reclama la realidad, lo que ha llevado a alianzas poco santas entre partidos disímbolos. En sistemas políticos como el francés o el brasileño, los viejos partidos se habrían disuelto y nuevas formaciones políticas competirían por el voto. La ductilidad de aquellos sistemas favorece la rápida adaptación de las cambiantes realidades, desplazando a personas y partidos que dejan de tener razón de ser. En México situaciones similares generan oportunidades para los ataques políticos y la paralización de la política. Hoy no es claro dónde quedará la oposición en el próximo ciclo electoral, decimado como está el PRI y carente de liderazgo el PAN. Con todo y a pesar de ello, esas dos entelequias ganaron nueve de las principales diez entidades en las elecciones intermedias de 2021. Lo que los partidos no pueden hacer lo está haciendo el electorado: como ilustró el referéndum revocatorio, un hito de soberbia pura, difícilmente votó por la permanencia la mitad de los votantes que lo encumbraron en 2018. La población no es tonta y la apuesta a la narrativa mera ilusión.
La oposición ciudadana está ahí; la pregunta es quién o qué la puede capturar para convertirla en una fuerza imparable. Hay dos elementos en esta ecuación: una es el partido o alianza de partidos, la otra el o la candidata. Al día de hoy, ninguno de esos elementos está resuelto. Quien aspire a la candidatura tendría que ser suicida para ponerse en la línea de fuego de las mañaneras en este momento, pues la capacidad destructiva de ese instrumento presidencial es implacable, razón por la cual ese elemento de la oposición tendrá que manifestarse a fines del año próximo. Por su lado, ningún candidato puede ganar si no cuenta con una estructura organizacional que le permita acercarse al ciudadano, presentar sus propuestas y promover el voto. La oposición, como está en este momento, es incapaz de organizar una elección nacional susceptible, con un grado razonable de probabilidad, de ganar, máxime cuando la contienda es con el presidente de la República y todos los instrumentos con que ésta cuenta.
Quizá la gran interrogante es si la oposición se entiende a sí misma como tal, desde el PRI hasta Movimiento Ciudadano, pasando por el PAN y el PRD. Se suma o se muere. Todos fenecen si siguen doblándose y, con ellos, México.
El reto para el presidente es que el control le baste frente a las aguas turbulentas que se avecinan desde el norte; para la oposición, toda sumada, el desafío es serlo…
*The Great War and Modern Memory.