Si en enero 2020 me hubieran dicho que pasaría cinco meses encerrado en casa con tres hijos haciendo “home schooling”, mi respuesta hubiera sido, “imposible”. Si me hubieran dicho que se darían de baja más del 92% de los vuelos y pararíamos completamente la producción global, mi respuesta hubiera sido “imposible”. Y si me hubieran anticipado que trillones de dólares serían direccionados por los gobiernos a ciudadanos o empresas y que el ingreso básico universal sería seriamente considerado por varios países, una vez más “imposible” hubiera sido mi respuesta. Lo que hasta hace poco nos resultaba “impensable”, es hoy nuestra nueva normalidad y probablemente ese sea el aprendizaje más valioso que nos deje esta pandemia.
Los límites de lo posible o de lo que consideramos “razonable” están definidos por un conjunto de creencias y parámetros culturales implícitamente acordados por una sociedad, con la tendencia de interpretar el presente en función del pasado, proyectando un futuro que se aferre a sostener esa “normalidad”. Este conjunto de factores hace que, en general, esa frontera de lo posible no esté dada por un límite natural, sino que sea autoimpuesta y emerja cuando los intereses de los sectores más consolidados de la sociedad se ponen en riesgo. Es allí cuando el statu quo reacciona categorizando las opciones como “ingenua”, “delirante” o “irresponsable”, o bien simplemente “imposible”.
A mí me tocó vivirlo en un proceso de Escenarios Energéticos en Chile en 2009; cuando “Chile Sustentable” la ONG ambiental propuso la geotermia como una de las tecnologías posibles para salir de la crisis energética, unánimemente el sector y los técnicos la catalogaron de “imposible” “costosísima” e “ingenua”. El statu quo ganó y la geotermia no fue incluida como una de las opciones posibles en los escenarios energéticos a 2030. Llevó solo ocho años y una profunda crisis social quebrar esa frontera y encontrar en el New York Times la primera planta de geotermia chilena reconocida mundialmente. Algo parecido ocurrió en Argentina en 2014; las energías renovables representaban poco más del 1% y el sector consideró imposible la propuesta elaborada junto a una red de aliados que el país podía alcanzar la meta del 8% a 2020 como estipulaba la ley. Una reforma de la ley y un proactivo mecanismo de implementación liderado por el gobierno quebraron ese mito logrando que el país cumpla con esa meta.
Mahatma Gandhi decía “siempre parece imposible hasta que se hace” y Christiana Figueres, en sucharla TED, reafirma que imposible no es un hecho, sino una actitud. Somos nosotros quienes nos autolimitamos, restringiendo las múltiples posibilidades que nos ofrece el futuro.
Porque, correr las fronteras mentales de lo imposible es precisamente lo que necesitamos para responder a una crisis exponencialmente mayor que la pandemia como es la crisis climática. Con una complejidad adicional, la crisis climática no golpea en shock a todo el mundo al mismo tiempo obligándonos a reaccionar, sino que sus impactos se manifiestan de maneras diferente y progresiva. Es la sequía de más de una década de Chile, las inundaciones actuales en el sudeste asiático o el calor extremo en el ártico.
El ser humano, en esta pandemia y a lo largo de la historia, ha demostrado que tiene la capacidad de cambiar, adaptarse y reaccionar. Para responder a la crisis climática, debemos agradecer todos los beneficios que nos dio un desarrollo sostenido en la energía del petróleo, cerrar ese capítulo de la historia y proyectar un futuro muy diferente a la normalidad de los últimos 70 años. Como bien refleja el reciente reporte “Rethinkhummanity”, estamos a la víspera de la transformación más profunda, rápida y disruptiva de la historia de la humanidad.
En los próximos 10 años vamos a modificar radicalmente la forma en la cual generamos energía, alimentos, transporte, materiales y la información. Y ese proceso ya está en marcha, así como ocurrió con la geotermia en Chile o las energías renovables en Argentina, hay varios pioneros que están anunciando esa transformación. El Green New Deal propuestoen Estados Unidos y aprobado en Corea del Sur y la Unión Europea, o la ambiciosa campaña “Raceto Zero”, presentada por las presidencias de Chile y el Reino Unido en UNFCCC, son ejemplo de ello. Lo que hasta ayer parecía imposible se derrumbó y ha llegado la hora de los “irresponsables” para una vez más crear lo “imposible”. Sociedades más verdes, seguras y equitativasnos esperan.
*Con la colaboración de Gonzalo Muñoz