El comercio internacional es una vía segura para alcanzar crecimiento y el posterior desarrollo económico.
La expansión viene dada por ciertos elementos, y está precedida por etapas de despegue que generan impulso de manera cíclica, es decir, si las fuerzas productivas combinan eficientemente los determinantes del crecimiento, el aumento de la producción no se hará esperar y, en consecuencia, el repunte del mercado se llevará a cabo incrementándose la productividad.
Este ciclo genera otro ciclo y la sucesión de los mismos impulsa el crecimiento económico, de forma tal que las debilidades de ese proceso sean compensadas por la consolidación de instituciones independientes que generen confianza y empujen la actividad económica.
Es donde el capital social y humano de la sociedad juegan un papel preponderante en la corrección de las asimetrías que llevan implícitas algunas actividades de crecimiento económico.
La estrategia de crecimiento implica combinar factores creando el ambiente necesario para que las fuerzas sociales que participan de esa combinación materialicen el impulso a través de los procesos productivos, según las ventajas competitivas que se puedan potenciar.
Se debe desarrollar una política hacia la integración económica, con modelos exitosos como la Comunidad Andina -de la cual lamentablemente Venezuela dejó de formar parte recientemente-, que además de impulsar el libre comercio intracomunitario con flexibilidades en su arancel externo común, toma en cuenta sensibilidades sociales como las Zonas de Integración Fronteriza (ZIF) y posee todo un andamiaje jurídico e institucional que abarca un variado espectro de quehacer intracomunitario y su relacionamiento con el mundo exterior.
Venezuela, pese a innumerables dotes naturales, no ha podido alcanzar el anhelado desarrollo ni el bienestar de todos los habitantes. Su comercio exterior se limita a la exportación de materias primas básicas con poco valor agregado, cuya explotación intensiva incrementa la vulnerabilidad ecológica irreversible.
Tal como lo demuestra nuestra balanza de pagos, alrededor de 95% proviene de las exportaciones petroleras y el restante 5%, en su mayoría, es producto de las empresas básicas que trabajan con fuertes subsidios.
Venezuela debe reducir la dependencia petrolera, debe diversificar su economía e incentivar las exportaciones no tradicionales, especialmente las del sector privado. El país debe participar en el comercio internacional de forma dinámica con productos de alto valor agregado.
La entrada de Venezuela al Mercosur, bajo las actuales circunstancias, agrava la posibilidad de que nuestra oferta exportable compita so pena del avasallamiento que representará para los alicaídos sectores manufacturero y agropecuario rivalizar con los colosos del sur en circunstancias desiguales.
Si ya el año pasado importamos del Mercosur US$6.800 millones contra escasos 100 millones de exportaciones no tradicionales, ¡qué nos espera para los próximos años de seguir con políticas erradas!
El resultado de la ampliación del gasto público del gobierno, acompañado del rezago productivo y la significativa sobrevaluación de nuestra moneda, es un anormal crecimiento de la importación en todos los niveles, lo que ha llevado en la última década a que aquellos centros fabriles que fueron ocupados por prósperas industrias hoy sean depósitos de productos importados.
Según el desempeño económico de los últimos años, se han visto unos altísimos porcentajes de crecimiento de ambas variables en la época del auge de los precios petroleros. Se observa que el alza importadora acapara sustancialmente los ingresos petroleros y la sobrevaluación de la moneda.
Además, el atraso tecnológico de décadas de bajísima inversión va arrastrando al país a la dependencia, al subdesarrollo y a una mayor vulnerabilidad de nuestros campos y áreas rurales.
Retomando el tema crucial de la sobrevaluación, un informe reciente de la revista especializada The Economist coloca según el índice Big Mac -que hace alusión a esta conocida hamburguesa y sus precios relativos a nivel global- al bolívar con una sobrevaluación de 83%, la más alta de todo el mundo; esto permite ilustrar cuán sobreestimada está nuestra paridad cambiaria y cuán determinante es en el relacionamiento económico de Venezuela con el mundo.
El país debe hacer un gran esfuerzo y diseñar las políticas adecuadas en función de incentivar y propiciar la producción de bienes y servicios de alto valor agregado, capaces de satisfacer las necesidades nacionales y además posibilitar la exportación.
Pero, igualmente, hay que controlar las variables que impulsan la inflación, tener legislaciones similares en material laboral y de protección de inversiones armonizadas con aquellos países que demuestran mayor desarrollo.
Hoy día, ningún país que desee crecer y acceder al bienestar puede mantener una política de entrega discrecional de divisas, según la conveniencia ideológica del agente.
Es necesario abrirse al intercambio de bienes, servicios y tecnología, sin controles cambiarios injustos, con el fin de que el beneficio del crecimiento económico alcance a todos disipando cualquier foco de corrupción y clientelismo.
El reto consiste en manejar los procesos de liberación comercial y mundialización promoviendo la sustentabilidad ecológica y el desarrollo humano equitativo basados en las ventajas competitivas.
Allí podríamos contar con la industria del turismo, que ha estado sometida igualmente a la inseguridad, la sobrevaluación y a la falta de confianza que le genera a muchos operadores no contar con las suficientes garantías para desarrollar esta actividad a plenitud como lo han sabido hacer otros países de la región andina y del Caribe, de la que en definitiva formamos parte en especial medida.
*Esta columna fue publicada originalmente en ElMundo.com.ve.