El problema es que han sucedido dos cosas más: uno, las entidades bancarias se vuelven más cautelosas a la hora de prestar a las empresas no financieras; y dos, estas entidades empiezan a mirarse con recelo entre sí.
Si en los mercados internacionales se empieza a hablar de riesgo sistémico, en buena parte se debe a la hecatombe que está sufriendo el sector financiero, un suceso que se observa a nivel global y que está tensionando a los mercados de dinero y crédito.
Los estragos han sido especialmente virulentos en Europa. El Stoxx Europe 600, el principal referente de las bolsas del viejo continente, se ha desplomado un 14,6% en lo que llevamos de año. Pues bien, dentro de ese índice, el sector financiero se ha despeñado un 22,2%. Sus mayores víctimas son italianos, empezando por el banco más antiguo del mundo, el Monte dei Paschi di Siena (-60%), junto con el Banco Populare (-41,3%) o Unicredit (-40%). Pero también están Credit Suisse, que con una caída del 40% cotiza en mínimos de 27 años, los franceses Société Générale (-33,3%) y Crédit Agricole (-26,5%), y el germano Deutsche Bank (-32,1%), que ha acaparado muchos titulares en los últimos días.
En Estados Unidos, el panorama, sin ser tan desolador, es muy parecido. El S&P’s 500 ha perdido 8,8% en lo que llevamos de año, pero el sector financiero es el peor del índice con un descalabro del 14,4%. Las caídas son escalofriantes entre emblemas como Bank of America (-29%), Citigroup (-27,5%) y Morgan Stanley (-27,4%). En Japón, el NIkkei se ha hundido un 21,4% en lo que llevamos de 2016, y de nuevo destacan los fuertes descensos de algunos bancos, incluyendo al mayor grupo financiero nipón, Mitsubishi UFJ Financial Group (-41,1%).
Buscan coberturas. Al tiempo que los inversionistas venden despavoridos las acciones de entidades financieras, buscan cubrirse contra los riesgos de incumplimiento en el sector. El más visible se ha producido en el mercado europeo, donde el costo del seguro contra el riesgo de impago medido por los CDS se han disparado a máximos de tres años.
El problema es que al mismo tiempo que crece la desconfianza de los inversionistas hacia el sector financiero, han sucedido dos cosas más: por un lado, las entidades bancarias se vuelven más cautelosas a la hora de prestar a las empresas no financieras, una tendencia que empezó en el sector petrolero pero que poco a poco se propaga a otros. Por otro lado, las propias entidades financieras empiezan a mirarse con recelo entre sí, por lo que también empiezan a mostrarse más duros a la hora de prestarse entre ellos mismo en el mercado interbancario: la liquidez se debilita y el costo del fondeo se encarece.
¿Qué ha sucedido para que la desconfianza en el sistema bancario se haya deteriorado tan rápido en las últimas semanas con riesgos de que se traduzca en un estrangulamiento del crédito que afecte a la recuperación de la economía?
Las razones. Primero, la banca europea parece la más problemática. Sus dificultades son resultado de varios desencuentros: uno, aún poseen activos de baja calidad de la crisis anterior; dos, la desaceleración económica y el aumento de la morosidad les está forzando a tomar mayores provisiones; tres, la volatilidad ha mermado sus ingresos por operaciones financieras; y cuarto, en su negocio tradicional, el de tomar depósitos de los ahorradores y prestarlos, la banca tiene dificultades para generar beneficios en un contexto de bajas tasas de interés.
¿Qué utilidad puede obtener una entidad bancaria si el banco central le impone tasas negativas, las cuales no puede trasladar a los ahorradores (si así hiciera, los depositantes sacarían sus ahorros) y las tasas de largo plazo, que son la referencia para sus préstamos, se reducen más y más?
Esa tendencia de aplanamiento de la curva que tiende a despedazar los márgenes de beneficios de la banca se observa claramente en las dos grandes economías donde el banco central ha impuesto tasas de interés negativas: en la eurozona, reflejado en el mercado alemán, y en Japón.Por ejemplo, en la curva alemana, la tasa a 1 mes se ha incrementado en 25 pbs en lo que llevamos de año a -0,45%. Sin embargo, la tasa de 10 años se ha deprimido en 37 pbs, al descender de 0,63% a 0,26%.
Esa situación llevó a Deutsche Bank a anunciar pérdidas masivas en 2015 (sin obviar las elevadas multas por sus malas prácticas financieras) y a Société Générale a anunciar una advertencia de menores beneficios. Que la presidenta de la Fed, Janet Yellen, insinuara que también allí podrían recurrir a tasas de interés negativas en caso de que las condiciones de los mercados empeoren no ayudó al sector financiero.
Esa situación se vio aún más crispada por el tema de los bonos convertibles contingentes o “cocos”, un instrumento que han utilizado las entidades bancarias para capitalizarse sin tener que emitir acciones: consiste en deuda perpetua que paga elevados intereses y que sólo se convertirán en acciones en caso de que los niveles de capitalización del banco caigan a determinados niveles críticos. Ahora bien, el pago de intereses del bono es discrecional: pagará si goza de buena situación financiera y no pagarlo, al no ser obligatorio, no supone una situación de incumplimiento. Lo que sucedió es que las pérdidas de Deutsche Bank en 2015 junto con la escasa capacidad que se espera del banco para generar beneficios en el corto plazo (algo generalizable a toda la banca europea) hizo suponer que el año que viene no podrá desembolsar el pago de intereses de los “cocos”, lo que pegó a sus acciones y disparó el costo del seguro contra el riesgo de impago.
Regulación no ayuda. Para colmo, la nueva regulación bancaria que entró en vigor en Europa el primero de enero también ha mellado la confianza de los inversionistas en las instituciones bancarias. Se trata de la “Directiva de recuperación y de resolución bancaria”, cuya política consiste en que sea el inversionista privado el que coseche las pérdidas en caso de quiebra, y no el contribuyente. En razón de ella, hay normas más estrictas sobre las pérdidas que deben asumir los acreedores en caso de quiebra de un banco. Pues bien, la directiva también pudo poner nervioso a los inversionistas ante las dificultades que atraviesa la banca europea, sobre todo tras los casos de Novo Banco en Portugal y el reciente rescate de cuatro bancos regionales en Italia.
Finalmente, no hay que perder de vista las pérdidas bancarias ocasionadas por el derrumbe de los precios del petróleo. Aquí es la banca estadounidense la más expuesta. En 2015 quebraron 67 compañías del sector energético norteamericano comparado con 14 el año previo, según las estimaciones de la firma Gavin/Solmonese, y se espera que la situación se agrave aún más en 2016, lo que también está minando las cuentas de resultados de la banca.
Aun así, las entidades financieras mundiales están mejor capitalizadas que en 2008, cuando la quiebra de Lehman Brothers provocó el colapso de la banca. Los banqueros centrales, además, observan muy de cerca los acontecimientos en los mercados de dinero y crédito y harán todo lo que haga falta para normalizarlos en caso de que se sigan tensionando y amenacen con que se produzca un estrangulamiento del crédito. El rally de la bolsa el viernes puede indicar que el castigo fue desmedido, y su rebote será crucial para sacar a los mercados del hoyo en el que están metidos.