Se tiene una baja proporción de jóvenes estudiantes, poco escolarizados e insuficientemente preparados, según la OCDE.
Excelsior.com.mx Entender la realidad del sistema educativo mexicano y su interrelación con el sector productivo no es asunto fácil. En la entrega del pasado lunes 12 de mayo se hizo una primera aproximación. Pero el tema es complejo.
Por un lado, México cuenta con una baja proporción de jóvenes estudiantes, que además están poco escolarizados e insuficientemente preparados en relación con los de otros países, según los informes de la OCDE y los resultados del examen PISA.
En el caso de la educación superior, sólo 23% de los individuos de entre 25 y 34 años la han realizado, comparado con un promedio de 39% entre los países de la OCDE.
Debido a esa situación de la educación, la clase empresarial entona la vieja cantinela de que no encuentra a los trabajadores mexicanos con el perfil que precisa, con el talento que desea, y se queja de que no son competentes. Así lo refleja la reciente encuesta publicada por el Centro de Investigación para el Desarrollo A.C. (CIDAC) , un think tank independiente que realiza investigaciones y presenta propuestas para desarrollar a México.
Deficiencias. En su informe señala que a las empresas les defrauda la comunicación escrita y oral en español, la comunicación oral en inglés, la comprensión de textos, o su capacidad de hablar en público; competencias “básicas” que limitan el desarrollo de competencias más complejas.
De hecho, 26% de las empresas mexicanas admite no haber llenado vacantes pese a haber tenido candidatos para el puesto, y el principal argumento que han expuesto para no cubrirlas es la falta de conocimientos.
De aquí se inferiría que el mundo académico no está ofreciendo satisfactoriamente las necesidades de capital humano de las empresas. Sin embargo, esa conclusión, sin ser falsa, podría sólo ser parcialmente correcta, pues al mismo tiempo se constata que los egresados de las instituciones de educación superior (IES) lamentan no encontrar opciones de trabajo atractivas, que les permitan poner en práctica sus conocimientos y competencias, y que además estén bien remuneradas.
En ese sentido hay también algunas evidencias que suscitan dudas sobre si el perfil industrial y tecnológico de México requiere capital humano muy preparado y bien remunerado. El primero es que, al contrario de la tendencia observada en la mayoría de los países de la OCDE, donde existe mayor capacidad ociosa es precisamente entre los que cuentan con licenciatura o posgrado.
Así, la tasa de desempleo entre los individuos de educación superior (4,8% de los estudiantes), es más elevada que entre los que cuentan sólo con la preparatoria (4,4%) o con niveles inferiores de educación (4%).
De hecho, la OCDE admite en sus estudios que en México hay una mayor demanda por el empleo de bajos salarios y capacitación.
Pérdida de talento. Una de las cifras más contundentes es la de la “fuga de cerebros”. Según cifras de la OCDE, en 2011 había 11,2 millones de emigrantes, de los cuales 867 mil contaba con estudios de licenciatura o posgrado.
Según esas cifras, México se ubicaría en el séptimo lugar del mundo con mayor “fuga de cerebros”, individuos sobre los que se ha hecho una inversión sustancial para al final generar PIB en el extranjero. A su vez, México es el cuarto país que más cerebros exporta a Estados Unidos.
Esas cifras, esa “migración altamente calificada” (MAC), como se suele denominar, son dramáticas si tenemos en cuenta el bajo número de científicos e investigadores que produce México.
En el país, según el Banco Mundial, existen 386 científicos por un millón de habitantes. El costo de esa fuga es mucho más alta en México que, por ejemplo, en Alemania, donde habitan diez veces más de científicos, en torno a tres mil 950.
Esto al parecer es una realidad: los talentos mexicanos, los investigadores, científicos y profesionistas más preparados, los que han estudiado una licenciatura o un posgrado, no encuentran empleos en su país donde poder desarrollar los conocimientos adquiridos a cambio de un buen sueldo.
Presupuesto limitado. Y no es extraño si se observa el rezago de México en actividades de investigación y desarrollo (I&D), de innovación, de producción de bienes de vanguardia, de alta tecnología. Sólo 0.4% del PIB se destina a I&D en México, lo cual no sólo es un porcentaje muy bajo, sino que además dicho gasto, inducido por el sector público, está poco asociado con el sector productivo mexicano.
La eficiencia del gasto en I&D, es decir, la capacidad de transformar esa inversión en progreso práctico, en patentes que se incorporen al proceso productivo es negativo si se compara con el nivel promedio de los países miembros de la OCDE.
Se suele argumentar, en contra de eso, que la implantación de fábricas extranjeras de producción de vanguardia en México aporta un alto grado de tecnología. Sin embargo, esa innovación se realiza de manera aislada, sin coordinación con el sector público y más bien a través de alianzas con conocimiento extranjero.
Eso explica que dentro de México, el número de patentes concedidas a los connacionales quedan en muy mal lugar comparado con las otorgadas a los extranjeros. En 2012, de un total de 12 mil 330 patentes concedidas, sólo 281 eran de titularidad mexicana.
Cambio de esquema. Por tanto, el problema de la educación y el crecimiento en México es dual.
Por un lado, es innegable, existe un desajuste, una brecha de competencias, entre las capacidades que el sistema de educación superior ofrece y las competencias que demandan los empresarios. Pero también es verdad que el perfil de producción industrial del país precisa pocos profesionales de vanguardia, que su modelo de integración subordinada a Estados Unidos lo ha dejado atrapado en una economía de retaguardia, de “maquila”, a veces con un mayor nivel de tecnología y mejor pagado, pero “maquila” a fin de cuentas.
El examen PISA de conocimientos ha puesto en guardia a los gobiernos: una institución sólida y seria como la OCDE los evalúa, les dice si lo están haciendo bien en educación o no, y les fuerza a tomar medidas para mejorar los niveles de cobertura y calidad. México ha respondido bien, con reformas y pactos que contribuirán a formar una juventud más preparada, crucial para aprovechar ese “bono demográfico” que está entrando a las universidades.
Pero tiene que ir acompañado de un cambio en la orientación de la política industrial y de desarrollo que abra oportunidades suficientes a los millones de mexicanos que estarán mejor capacitados en futuras generaciones.
Es necesario creer en el poder transformador de la política.
La innovación requiere cooperación, y el sector público debe entrar en abierta asociación con el privado (no sólo con el gran capital y sus facciones afines, sino sobre todo con la pequeña y mediana empresa) para realizar políticas industriales y comerciales activas de modo que se les abra su acceso a los mercados, los capitales y la tecnología.
México necesita liberarse del destino que le ha marcado ser el vecino del sur del país más poderoso del orbe, repleto de recursos naturales, de petróleo, y con mucha costa.
La libertad es la capacidad para realizar lo indeterminado: lo determinado es que México le venda petróleo a Estados Unidos.
Y también que maquile autos dado los bajos salarios del país. Pero lo indeterminado es que escape de la maquila, que exporte productos refinados, energías renovables, tecnología para vehículos eléctricos, biotecnología, aviones, software, chips… y entre en una economía de vanguardia.