En medio de dudas y debates sobre su efectividad real, el mercado crece en el país y el Congreso avanza en su regulación.
Alexander Marín Correa para El Espectador. No pasa un año sin que un fumador piense, al menos un par de veces, en dejar el cigarrillo. Su deseo se reactiva cada vez que percibe en otro fumador el olor a tabaco, huele su ropa al final del día o ingresa a un sitio donde alguien pasó horas fumando. Sin embargo, ese anhelo se va diluyendo con la fuerza de voluntad. Al final, el propósito se enlista en las metas del año nuevo. Y es que los fumadores no desconocen los efectos del cigarrillo. Saben que su humo contiene 4.000 sustancias químicas (40 de ellas cancerígenas); y los daños sobre la salud y las consecuencias, que aparecen en las imágenes que traen las cajetillas. Sin embargo, prefieren que nadie se lo recuerde y menos cuando están con un cigarro encendido. Dejar de fumar es una decisión muy personal.
En medio de esa lucha, la del deseo de fumar frente a los propósitos por alejarse de sus efectos, la industria tabacalera viene impulsando nuevos productos con los que promete a sus clientes dispositivos con riesgo reducido. Si bien la industria reconoce que su negocio seguirá siendo el cigarrillo tradicional (produce 6 billones de cigarrillos al año y genera ganancias de US$350.000 millones en el mundo), agregan que en la última década han concentrado su esfuerzo en crear una alternativa: el cigarrillo electrónico.
A diferencia del cigarrillo tradicional o de combustión, que genera humo tras la quema de tabaco, estos nuevos dispositivos cuentan con una batería recargable y una resistencia que genera vapor por el calentamiento de un líquido conocido como glicol de propileno, considerado seguro desde 1997 por la autoridad de drogas y alimentos de EE. UU. (FDA). Es a través de la inhalación de este vapor (o vapear, como se conoce esta práctica) que se suministra la nicotina que calma la ansiedad de un fumador.
Al ser un producto relativamente nuevo, ha sido objeto de una fuerte controversia. Sus detractores, apoyados en pronunciamientos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), no ven los cigarrillos electrónicos como una alternativa, sino como un riesgo. Insisten en la necesidad de regularlos hasta tener datos confiables sobre sus efectos en la salud de quien los usa y de los que están cerca. Su mayor preocupación es que podría ser una puerta para que jóvenes y adultos ingresen al tabaquismo. Además, que más que una alternativa para dejar de fumar, es una estrategia de las tabacaleras para mantener enganchados a los fumadores a la nicotina (calificada como más adictiva que la cocaína). Por eso han pedido que se regulen al mismo nivel que los cigarrillos tradicionales.
Ante el inminente crecimiento del mercado en Colombia, el Congreso tramita una ley para regularlo antes de que se masifique. La Cámara de Representantes aprobó la prohibición de venderlos a menores de edad, pero la meta es restringir su uso en sitios cerrados, al igual que el cigarrillo tradicional. La decisión está en manos del Senado.
Sin embargo, quienes defienden el cigarrillo electrónico aseguran que, más allá de las dudas, está probado que es menos dañino que los tradicionales y que, por el contrario, sí ayuda a alejarse del tabaquismo, al poder controlar la dosis de nicotina. A esto se suma la opción de usarlo en cualquier lugar, ya que al ser vapor (sin los compuestos químicos del humo de tabaco), es menos dañino para las personas que rodean al vapeador.
Estas afirmaciones las respaldan en un reciente estudio del Instituto de Salud de Inglaterra, que en agosto publicó un informe en el que concluye que los cigarrillos electrónicos son 95% menos nocivos que los tradicionales. “Al año mueren 80.000 personas en Inglaterra por el tabaco. Si todos cambiaran a los cigarrillos electrónicos, reduciríamos a 4.000 el número de muertes”, señaló el estudio.
Lo cierto es que, más allá de la controversia, el deseo de muchos fumadores de alejarse del tabaco ha llevado a que el mercado de estos dispositivos esté creciendo en el mundo, moviendo alrededor de US$5 billones al año, especialmente en países europeos y de EE.UU. Y esto tiene una razón: desde la óptica de un fumador, cualquier opción vale la pena.
En Colombia, por ahora, es un negocio incipiente, del cual no se tienen cifras precisas, aunque en crecimiento. Y aunque ya se consiguen cigarrillos electrónicos en algunos centros comerciales, solo este año una tabacalera como la British American Tobacco vio en el país un mercado por explorar, al incursionar con su marca Vype, con la que espera convertirse en una opción para los casi 4 millones de fumadores que hay en el país y que todos los años piensan, al menos una vez, en alejarse o cambiar su forma de fumar.
*El periodista (quien es fumador) fue invitado por la British American Tobacco a los laboratorios de Reducción de Riesgo en Southampthon (UK).