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La feminidad no complaciente, una recurrencia en la historia de la liberación de género
Jueves, Octubre 12, 2017 - 13:41

Hoy, sin embargo, la era digital parece reactivar en las mujeres el deseo de satisfacer.

En 1990, MTV prohibió el video musical de Madonna Justify My Love. Ante la censura, la artista apareció en el entonces importante programa de televisión Nightline. En uno de los momentos más interesantes de la entrevista, Madonna es confrontada por cuestionamientos emitidos por ciertas feministas. “¿Cómo explicar que una mujer aparezca –dentro de una situación erótica– encadenada, y que esté, no obstante, en control?” 
 
La respuesta de Madonna es significativa. “Puede que me esté vistiendo como la típica cabeza hueca, pero quien está a cargo soy yo. Soy yo quien está en control de mis fantasías; yo me pongo a mí misma en estas situaciones con hombres. Y todo el mundo sabe, en términos de mi imagen ante el público, que las personas no me perciben como alguien que no está a cargo de su carrera o su vida. ¿No es eso sobre lo que se trata el feminismo? ¿Igualdad entre hombres y mujeres? ¿No estoy yo a cargo de mi propia vida, haciendo las cosas que quiero hacer, tomando mis propias decisiones?”.
 
Si bien es cierto que Madonna no complacía a los caudillos de la moral (iglesia católica, incluida), tampoco era exactamente solícita con ciertas visiones del feminismo. Su discurso visual y musical no estaban hechos necesariamente para agradar, según las convenciones que la envolvían.  
 
En el presente, en este mar de imágenes, de “íconos”, de versiones de mujer que aparecen vertiginosamente en nuestras pantallas, Madonna –que ya no es joven, ni tampoco es el referente obligado para las más chicas– sigue siendo uno de los pocos ejemplos disponibles para evocar ese lema: la no-complacencia femenina. 
 
Una de las grandes ambivalencias de las tecnologías digitales tiene aquí un punto preciso. Las redes incentivan nuevas formas de complacencia en las mujeres. Y aunque tal vez la mirada masculina ya no sea lo más importante, se han hecho definitivas otras formas de expresión que cobijan la búsqueda de aprobación: corazones, seguidores, comentarios, likes. De cierta manera, las redes han reforzado las ganas que tienen las mujeres de gustar, de encajar. 

La moda tiene mucho que ver con las ansias que propicia querer distinguirse o pertenecer. Pero es interesante comprobar que, justo en el momento en que se empieza a construir la moda como “un tema de tocadores y no de academias” –es decir, como un tema de mujeres y no de hombres–, comienza también a circular el mensaje de que el rol de las mujeres debía ser el de encantar y complacer.
 
¿Complacer a quién? Antes era a los varones, que en ese momento eran quienes tenían el poder adquisitivo y se desarrollaban, por fuera de las casas, en actividades fructíferas. Era el momento en que la manera de hacer visible ese poder adquisitivo era precisamente a través de sus mujeres. Atrás, en los divanes, ellas leían lo que la prensa francesa –por ejemplo– les enseñaba: que la moda tenía como gran fin satisfacer los apetitos visuales masculinos. 
 
No es casualidad que los momentos de profunda liberación femenina vinieran siempre con nuevas estéticas y posibilidades que hacían todo menos complacer el status quo masculino. En los años 20, la flapper o la garconne, con su pelo corto (una afrenta a lo ‘femenino’) y sus vestidos más simples se sintió como una amenaza a los roles tradicionales. Un poco más atrás, en el siglo XIX parisino, nuevas formas de feminidad despertaron ansiedades colectivas. Nació así la figura temible y fascinante de la femme fatale. 
 
Para la misma época de la flapper, el cine ofrecía personajes femeninos provocadores y desafiantes. Norma Shearer, al descubrir el amorío de su esposo, procede a hacer lo mismo y luego a divorciarse. Greta Garbo y Bette Davis mostraban personajes que incluso hoy encenderían un sentido de escándalo. En 1933, sin embargo, entró el Código Hays a suprimir toda esa feminidad no complaciente. Un código de reglas restrictivas que determinaban qué se podía ver en las producciones cinematográficas estadounidenses y qué no. 
 
Vístete para agradar cierta mirada heterosexual masculina. Sonríe constantemente. Adáptate a los estándares que no necesariamente van en sintonía contigo. Sé agradable, busca la popularidad. Qué tristemente escasa se siente, en nuestra era de clics e Instagram, la audacia de la autosuficiencia femenina.

Autores

Vanessa Rosales/ Cromos