Ann Coulter conocida por sus críticas furibundas contra la inmigración latina a los EE.UU., consideró que “el creciente interés (de los estadounidenses) por el fútbol sólo puede ser una señal de la decadencia moral de la nación”.
Gritos de júbilo, lágrimas incontenibles, celebraciones callejeras con banderas y bocinas de coches, alegría o tristeza profundas... El fútbol provoca pasiones intensas. Y así como muchos lo consideran un regalo caído del cielo, otros sencillamente lo detestan.
La muestra más reciente de antipatía contra el fútbol la ofreció hace pocos días la autora estadounidense Ann Coulter, conocida y temida por sus críticas furibundas contra la inmigración latina a los Estados Unidos y la política del presidente Barack Obama. Esta vez Coulter arremetió contra el atractivo cada vez mayor del fútbol entre sus compatriotas. En las palabras feroces de Coulter, “el creciente interés por el fútbol solo puede ser una señal de la decadencia moral de la nación”.
Entre otros argumentos insólitos (“No puedes usar tus manos en el fútbol” y “Es un deporte que exige tan poco talento atlético que hasta las niñas lo pueden jugar”), Ann Coulter sostiene que el fútbol es nocivo para la cultura estadounidense, pues es un juego colectivo que no exige hazañas heroicas individuales. Además, opina la columnista, el fútbol fomenta peligrosamente la extranjerización de la sociedad: en Estados Unidos, los jugadores y fanáticos del fútbol son con frecuencia de origen latino.
Como era de esperarse en tiempos de fiebre futbolística mundial, los ataques de Coulter han provocado en pocos días miles de reacciones encontradas en las redes sociales.
"Un disparate". “La idea de la ausencia de exigencia individual en el fútbol es un disparate”, opina el politólogo Timm Beichelt, profesor de la Universidad Viadrina en Fráncfort del Oder, quien investiga sobre la forma en que las emociones individuales y colectivas se manifiestan en el fútbol. “Comparado con los deportes tradicionales estadounidenses como el fútbol americano o el baloncesto”, explica Beichelt, “la proporción entre rendimiento individual y colectivo en el fútbol es similar. En el fútbol hay un arquero o delantero decisivos. Y en cada equipo hay superestrellas como Ronaldo, Messi o Müller, que representan a todo el equipo”.
Por lo demás, la dinámica persona-grupo que se da en cada partido de fútbol permite expresar emociones individuales al interior del grupo. Esto es inmensamente valioso, ante todo en los países occidentales, donde estructuras como la familia, la religión o los partidos políticos han perdido la capacidad de estimular y acoger emociones privadas. En sociedades cada vez más pragmáticas y competitivas, el fútbol ha adoptado el papel de vehículo de expresión emocional dentro de lo colectivo.
Crisol cultural. También la idea de que el fútbol fomenta la extranjerización es discutible. Y no porque la mezcla étnica no esté sucediendo tanto en Estados Unidos como en Europa, sino porque no la provoca el fútbol, sino que surge de la vida misma de las sociedades.
Para Oliver Fürtjes, sociólogo del deporte de la Universidad de Siegen, “el fútbol, más que una causa de cambios sociales, es un reflejo de lo que sucede en la sociedad”. Quizá el ejemplo más elocuente sea la selección alemana. La mezcla de culturas del equipo, con jugadores de origen turco, polaco o africano, es el resultado palpable de una sociedad que se mezcla y liberaliza cada vez más. El fútbol no es el responsable, sino el avance de los tiempos. Pero el fútbol sí es, en su papel de fenómeno masivo, una muestra contundente de que una sociedad se puede fortalecer inmensamente no a pesar de, sino justamente gracias a la mezcla de las culturas.