El contacto físico de los padres a sus hijos les provee salud física y emocional a los pequeños.
Por años se ha dicho que el mejor estímulo para el desarrollo del bebé es el abrazo de sus progenitores. Esto es totalmente cierto, pues varios estudios lo comprueban, pero más que eso, la experiencia lo demuestra.
Los niños que desde sus primeros meses de vida recibieron amor, a través de caricias y abrazos, crecen más seguros de sí mismos, pues desde esas etapas experimentaron que son importantes en la vida de alguien más, explica la orientadora familiar Ana Lucía Rosel. Nuestro cuerpo simboliza la seguridad para el niño. El cuerpo materno constituye el primer hogar del ser humano, y el paterno se convierte desde el nacimiento en otro refugio con grandes posibilidades de diversión.
Podemos abrazar al niño, envolverlo, presionarlo, liberarlo, elevarlo o girar. Estos sencillos actos, que en la psique de los más pequeños se traducen en seguridad, emoción o bienestar, son justo las experiencias que necesita para trazar en su cerebro la confianza y una saludable relación consigo mismo. Por si fuera poco, también pone en marcha los circuitos relacionados con el aprendizaje.
A continuación se incluyen algunas actividades para jugar con los niños a través del contacto físico:
Se cae, se cae...
Los juegos en los que, por sorpresa, el niño parece que cae al vacío, pero es rescatado antes de hacerse daño, provocan las carcajadas de los más pequeños. Esa actividad libera endorfinas, lo cual repercute en bienestar.
Los bebés más pequeños viven una sensación parecida cuando los suben y bajan cogidos por las axilas (sin soltarlos), o ante movimientos de cierta brusquedad, por ejemplo, el mismo trote sobre las rodillas. De adultos buscamos sucedáneos de esta sensación en atracciones como la montaña rusa o las de caída libre.
Su primer columpio
El balanceo es clave en el desarrollo del bebé, y nuestro cuerpo es el primero en proporcionarle esa experiencia. "Cuando abrazamos y acunamos a un bebé toda una parte de su cerebro se activa, formando conexiones neuronales instantáneas", afirma el pedagogo y músico Don Campbel, en su libro El efecto Mozart.
Es un movimiento simple, casi instintivo, que relaja y procura bienestar al bebé, favorece su equilibrio y memoria.
Cuando su edad y tamaño haga imposible cogerlo en brazos, podemos seguir balanceándonos juntos en una mecedora o un columpio del parque (después de los 4 años).
Padres y cachorros
Nuestro hijo tiene una parte de cachorro y le encanta poner en juego su cuerpo contra el nuestro. Puede ser suavemente, pero también de manera brusca. Pocas cosas deleitan más a los niños mayores de los 2 o 3 años que los juegos en los que exploran su fuerza, cuerpo contra cuerpo, habitualmente potenciados por los padres.
Se necesitan dos contrincantes y una superficie blanda y grande (la cama de los padres es la favorita). Será un buen lugar para chocar, luchar, volar, caer sin miedo y explorar las posibilidades del cuerpo. Fuente: serpadres.es, guiainfantil.com, psicóloga Ana Lucía Rosel
Otras actividades también beneficiarán a los niños:
Un taquito: Jugar con los hijos a envolverlos en una manta (sábana o alfombra ligera) y presionarlos suavemente estimulará muchas de sus conexiones neuronales, lo cual repercutirá en mayor concentración.
Delicados masajes: Hacerles masajes en la espalda y extremidades, además de relajarlos, les ayuda en su coordinación motora y aumenta sus reacciones musculares. Asimismo, intensifica la comunicación afectiva entre el bebé y las personas de su entorno.