Desde que John Maynard Keynes justificó científicamente la intervención del Estado en la economía durante los tenebrosos años 30’ del siglo XX, los gobiernos latinoamericanos han desarrollado suficientes argumentos teóricos para incrementar su poder económico, en la medida que han aumentado su poder político a través del estatismo.
El populismo ha sido la esencia de las “políticas económicas” de varios gobiernos latinoamericanos, siendo notorios los casos de Chile en los años 70’, durante el gobierno de Allende, Perú en la época de Alan García y Venezuela en la actualidad.
Desde mi perspectiva, entiendo por populismo un enfoque de la política económica de los gobiernos, que es tremendamente intervencionista y tiene como objetivo defender el bienestar del “pueblo”, expandiendo el gasto público con miras a incentivar el crecimiento económico y mejorar la distribución del ingreso a favor de las clases tradicionalmente menos favorecidas, en un modelo donde los intereses políticos se anteponen a los intereses económicos de la sociedad.
Lamentablemente, el populismo como base de la política económica en diversas experiencias en América Latina, también en Europa, siempre ha llevado a las economías al colapso sistémico, con un costo de oportunidad extremadamente alto para las clases que supuestamente buscaban proteger. Y es que el populismo se caracteriza por la aplicación de políticas fuertemente expansivas del gasto público, que terminan provocando crisis cambiaria, hiperinflación, déficit fiscal, deterioro del salario real e inestabilidad social.
La explosiva combinación de factores exógenos (como la caída en los precios de los commodities) y endógenos (expropiación de empresas, controles) en un entorno de populismo, conduce al sistema económico a fuertes estrangulamientos y efectos muy nocivos, como hiperinflación, crisis monetaria, cambiaria, fiscal y deterioro social, como sucede en Venezuela en la actualidad. Cabe destacar que las políticas económicas populistas se desarrollan plenamente en un modelo socialista, donde el poder del Estado en todos los ámbitos alcanza su máxima expresión.
Las experiencias históricas de América Latina donde se ha implantado el populismo en la política económica de los gobiernos, muestran siempre rasgos similares. En primer lugar, el terreno está abonado para el populismo en aquellos países donde en determinado momento se presentan síntomas de depresión económica, fracasos de políticas liberales y descontento social. En segundo lugar, durante la fase de implantación de la política populista, se busca la reactivación de la economía con grandes discursos a las masas y promesas de mejoras en la distribución del ingreso a través de políticas de gasto expansivo, subsidios e incrementos de ingresos de las clases menos favorecidas.
Una vez implantado un programa de políticas económicas de carácter populista, se pueden lograr efectos favorables en una primera fase, como crecimiento económico, recuperación del salario real y del empleo. Sin embargo las bases de esa prosperidad son ficticias, pues la inflación está contenida artificialmente por controles de precios y el crecimiento de la demanda suele satisfacerse con importaciones.
Como el populismo tiene fines políticos y no de equilibrio macroeconómico real, es más importante “parecer” que “ser”, por lo tanto las políticas económicas populistas son superficiales, pues hacen expandir la demanda mientras destruyen las bases de la productividad y la rentabilidad, al atacar a las empresas para defender a los trabajadores.
Como en el populismo las economías crecen pero no se desarrollan efectivamente, apenas ocurre un shock externo que trastoca los ingresos en divisas de los gobiernos, el modelo muestra plenamente sus estrangulamientos y contradicciones. Las reservas comienzan a caer, el endeudamiento externo de la república crece exponencialmente, la escasez de divisas impide cubrir la demanda con importaciones y la escasez de bienes y servicios se impone, convirtiendo a los controles de precios en la fuente de mercados negros donde pocos ganan y muchos pierden. La necesidad se convierte en el elemento de decisión de compra, más importante que los precios ficticios de bienes y servicios que no se consiguen fácilmente.
Cuando comienzan a colapsar las economías azotadas por el populismo, crece la brecha existente entre la oferta y la demanda que llamamos escasez y la existencia de controles de precios que fomentan la reducción de la producción y la aparición de mercados negros, exacerban la inflación, la caída en los salarios reales y fugas de capital financiero y humano. El déficit fiscal presiona a que el gobierno tenga que expandir más la liquidez para mantener su popularidad e imagen de solvencia y depreciar la moneda nacional, provocando una hiperinflación que destruye irremediablemente el poder adquisitivo de las clases trabajadoras.
Las experiencias históricas populistas en América Latina y también en Europa en los años 30’, han mostrado que las leyes de la economía son implacables, porque no se puede gobernar por decreto en el ámbito de los mercados. Los mercados son fenómenos sociales de interacción entre personas e instituciones, donde se negocia, se imponen las necesidades y la búsqueda colectiva del bienestar. El intervencionismo de los gobiernos populistas genera profundas distorsiones al sofocar la competencia, genera desequilibrios macroeconómicos muy difíciles de solventar, costos de oportunidad insensatamente altos, en fin, mucho sufrimiento humano que se podría evitar, si no se impusiera el Estado como mecanismo de coerción política sobre la sociedad civil. Es lamentable ver tanto sufrimiento en países con gobiernos ricos y poderosos y poblaciones injustamente empobrecidas.
Resulta incomprensible que a pesar de las experiencias de contundente fracaso del populismo en América Latina, un país con enorme potencial de desarrollo como Venezuela, esté sufriendo actualmente los embates de las contracciones de un modelo fracasado. Peor aún es que en la región, muchos intelectuales y agentes de decisión sigan defendiendo a ultranza las ventajas del intervencionismo del Estado en la economía, cuando precisamente lo que se necesita concientizar es la necesidad de reducir a su mínima expresión el fenómeno, incentivando el principio del gobierno limitado a funciones de salud, seguridad y educación, justamente las actividades más descuidadas en esta parte del mundo. Menos pueblo y más sociedad civil, menos controles y más libertades económicas, en fin, más mercado y menos Estado.
* Dornbusch Rudiger y Sebastián Edwards. La macroeconomía del populismo en América Latina.