En estos momentos, cuando el confinamiento ha puesto a prueba a los padres en su rol de acompañar a sus hjos en los estudios, es clave educar socioemocionalmente. Adriana Muente aconseja prestar atención a los más pequeños, menores de 7 años, quienes no pueden verbalizar lo que sienten y retienen las emociones de sus padres con gran facilidad, causándoles problemas que no siempre se pueden percibir a simple vista.
Durante la pandemia son varios los desafíos que se han enfrentado, pero a nivel personal, en familia, a más de alguno ha complicado que sus hijos no asistan a clases presenciales. Tanto padres como niños se han tenido que adaptar a este nuevo escenario.
Para los más pequeños, entre 3 y 7 años, puede ser aún más complejo, porque no saben verbalizar lo que sienten y, además, pueden absorber las emociones de sus padres con gran facilidad, causándoles problemas que no siempre se pueden percibir a simple vista. En este momento, los padres pueden estar mucho más temerosos, estresados y ansiosos, y sin querer se lo transmiten a los infantes.
Es por esto que en este periodo es tan necesario educar socioemocionalmente a los más pequeños. Para conversar sobre esto, hablamos con Adriana Muente, psicóloga del colegio Markham, quien explica que "la inteligencia emocional es un constructo que se refiere a la capacidad de reconocer, identificar y nombrar nuestras propias emociones y las de los demás. De esa manera, se distingue lo que es tuyo o lo que es de los otros. Puedes dar una respuesta a una acción adecuada a dicha emoción. Y lo más importante es poder manejar o gestionar estas emociones, saber en qué momento actuar de cierta manera, reconocer lo que siento, pero poder manejarlo".
En un principio, dice Muente, los niños necesitan a sus padres para gestionar sus emociones. Cuando recién empiezan a hablar, nombrar cosas. Pero poco a poco los padres deben ayudarles a nombrar sus emociones, que al principio están muy mezcladas con su sentir y sus sensaciones. "Como por ejemplo, cuando dicen que tienen hambre o sueño, pero no dicen “estoy cansado”, “estoy aburrido” o “estoy triste”. Hay que ayudarles a distinguir estas emociones en este proceso, porque la inteligencia emocional es un proceso. Los niños comienzan con ciertas emociones que a veces los abruman y hay que darles nombre, decirles que está bien sentir algo", agrega Muente.
A continuación, la entrevista con la psicóloga:
-Durante esta pandemia, cuando varios niños están confinados, ¿qué tan clave es educar socioemocionalmente?
Es muy importante hacerlo. Yo creo que nuestro rol en los colegios es acompañarlos bastante en este proceso de adaptación, porque una de las cualidades de la inteligencia emocional es la capacidad de poder adaptarse, porque no ha sido fácil. Pero para poder realmente ayudar a los niños, tenemos que estar en una situación tranquila para poder gestionar las emociones como el estrés, la ansiedad, el fastidio y el aburrimiento.
Los niños están experimentando muchas cosas, porque están aprendiendo otras cosas. Estamos en una situación totalmente novedosa, nadie ha pasado por una situación como esta antes y, entonces, es importante acompañarlos y ayudarlos a que hagan una identificación personal: esto es tensión, ansiedad, fastidio o molestia. Como adulto podemos acompañarlos, darles calma y asegurarle de que lo que está pasando no es su culpa y es posible solucionarlo y salir adelante.
-¿Padres o tutores están preparados para lidiar con estos aspectos y orientar a los niños?
En el colegio estamos tratando de tener espacios de capacitación con profesores y bastantes charlas con los padres, porque uno sabe cómo hacerlo. Entonces, estas instancias son recordatorios. Siempre les decimos a los padres que acompañen a sus hijos y les lean libros sobre emociones y se los expliquen. En el mismo momento que están viendo una película o dibujos animados pueden ir comentando lo que les pasa a los niños.
Creo que todos nos hemos abrumado y pasado por una etapa de adaptación. Hay algunas personas que la pandemia les cayó muy tranquila, al principio de marzo, y ahora les está cayendo más pesado, mientras otras personas llevaron su momento más difícil al principio y ahora se acostumbraron. Lo mismo pasa con los niños, tenemos características individuales que nos llevan a manejar estas situaciones de manera diferente, pero hay que recordar el vocabulario emocional: preguntar a los niños qué sienten y dónde lo sienten y si es que lo quieren dibujar, por ejemplo. Cuando los chicos son más grandes es más fácil, pero aún así de los mismos adolescentes se dice que no quieren nada, les llega todo y pasan encerrados en su cuarto.
Hay que reconocer lo qué es natural de la etapa de vida con lo que es demasiado. Por ejemplo, que esté muy callado, comiendo mucho o durmiendo demasiado. Cada uno conoce a sus hijos, así que debe ir midiendo lo que es esperado para la etapa de vida y qué se escapa de eso.
-Cuando hablamos de niños que tienen entre 3 y 7 años, ¿qué clase de acciones deben analizarse con detalle?
Los niños pueden tener una pataleta emocional, un berrinche, una pesadilla o un día en el que están particularmente nerviosos. Los niños son esponjas de lo que perciben de sus papás, pero son cosas ocasionales. Pero si se ve un cambio en relación a cómo están durmiendo, si les está costando mucho dormirse, si se despiertan muy seguido o cambios en el apetito. Estas son las dos cosas que vemos primero, porque hay que descartar. Lo fisiológico es lo primero que habla, digamos, porque no tienen tanta capacidad emocional a esa edad. Yo estaría muy atenta a estos patrones, aunque las rutinas han variado mucho y cada vez se acuestan más tarde, pero no es que no puedan quedarse dormidos. También notar si cambia algo en el juego, porque los niños elaboran sus emociones, experiencias e ideas mediante el juego. Un niño que deja de jugar es preocupante. También si juega siempre lo mismo, hay que observar. Quizá hay algo ahí, puede que quiera elaborar algo y necesita un poco de ayuda. Sería bueno acompañarlo mientras juega. Pero si algo se vuelve muy continuo o si un niño comienza a realizar todos los días pataletas o berrinches, hay que prestar más atención.
Tenemos que ver si esto pasa en una semana, pero igual es bueno observarlo. En general, en el colegio pueden dar un feedback. El colegio y la casa son un equipo, deben trabajar en conjunto, porque todos estamos acá para ayudar al niño o al adolescente.
-¿Qué nos pueden indicar estos cambios de conducta?
Puede ser que de momento esté pasando por un proceso de preocupación, y cuando les preocupa algo demasiado podemos decir que lo está poniendo ansioso. Entonces, es un niño que está muy preocupado por algo que está escuchando en casa muy frecuentemente. Aunque los padres crean que los niños no los escuchan, si estos sienten que en su casa las conversaciones que se tenían en voz alta ahora se tienen a puertas cerradas, se preguntarán qué está pasando. Es importante ser sinceros y decirles que, con el lenguaje más sencillo y tomando en cuenta la edad, lo que está pasando y recordarles que los queremos, que estamos ahí y que papá y mamá los vamos a cuidar.
En adolescentes se pueden ver más cosas de depresión, pero como la entiende la adolescencia, dándose muy de cara con mucha frustración, con no poder salir ni ver a sus amigos. Tampoco pueden ir al colegio, que es su lugar de sociabilización mayor. Hay que cuidar que la preocupación no se convierta en ansiedad y que la nostalgia no se convierta en una depresión o que no ver a mucha gente los vuelva adolescentes que ya no quieren socializar, por temor, incluso.
A veces, a mí me ha pasado este año, ver que los chicos se están poniendo nerviosos y están sacando tics como parpadear mucho, comerse las uñas o morderse los labios, que son síntomas de que algo les está preocupando o algo les fastidia. Está bien conversar de esas cosas, porque puede ser que les fastidie no poder salir, pero quizá la solución no es dejarlos salir, sino que conversar y ver las opciones que tienen: puede ser jugar online durante un rato, un pijama party virtual con las amigas o un Zoom social.
-¿Qué se puede hacer cuando los niños no tienen clases online, sino que trabajan con guías, y no tienen hábitos de estudio?
Es difícil, el proceso de confinamiento demanda adaptación para todos. Una de las cosas que les da más tranquilidad y seguridad a los niños pequeños, a los de primaria y a los chicos de secundaria, es la consistencia. Y la consistencia viene en primera instancia por las rutinas. Entonces, no está mal poner límites, decir que no. Es parte de la labor de ser padres darles la sensación a los chicos de firmeza pero con cariño. El límite nace del cariño, y está bien decir “necesitas descansar”, etc. Hay que mantener una rutina. De hecho las rutinas van a cambiar porque los padres trabajan o hay niños que tienen clases en la mañana y otros en las tardes. Hay que darles tiempo para todo. Una de las sugerencias que les hemos hecho a los papás bastante, es que debe haber una diferencia entre los espacios. El espacio donde estudia no debe ser el mismo donde duerme, come o juega el niño.
Hay que tratar de poner una rutina lo más consistente posible con su flexibilidad, porque las cosas cambian y los días varían. También es conveniente hacer diferencias con el fin de semana, porque en confinamiento todos los días parecen ser el mismo y no se sabe muchas veces qué hora es. Tratar de tener una comida juntos en la familia también es bueno.
Es bueno mantener los rituales, decir oraciones, leer un cuento, etc, eso ayuda a calmar, bajar las revoluciones y entrar al proceso de descanso.
Un niño no puede jugar videojuegos ni estudiar lo mismo que el adolescente. Es una hora de trámite para que comience a estudiar y luego haga sus deberes. Para ayudarse se puede usar el timer del cronómetro o un reloj de arena, para que durante 15 minutos haga su tarea y luego tenga un bloque de tiempo que haga algo divertido. Encontrar espacios para compartir en familia, ya sea armar rompecabezas o un Lego, hacer algo creativo. Tener un bloque de estudio, de ejercicio, de creatividad. Hay muchas cosas que se pueden hacer.
-La sobrecarga de tareas y trabajo es algo que varias personas sienten, estudiantes incluidos, ¿cómo es posible evitarla y organizarse?
Antes el aprendizaje era el niño en la clase y los profesores lo observaban, pero ahora los padres son quienes están más cerca. Es importante ver qué tareas son obligatorias, el colegio no debería enviar demasiadas. Hay que dosificarlas en la medida de lo posible. Se puede hacer una especie de lista de cosas que hacer: cumplir cinco cosas al día en total, no solo labores de colegio, y darles un tiempo. Que los padres ayuden solo un momento. Cada uno debe tener su horario, y si uno no es estilo de horario, debe llegar a acuerdos. Desde los 7 años los niños pueden aprender a ver la hora, y es posible darles esa sensación de firmeza y consistencia, no caer en la impaciencia o irritabilidad. Porque ahí comienzan los gritos y los llantos. La única manera de no llegar a eso es comunicándose y dándose tiempos. Pero no es fácil, es un trabajo continuo.
-¿Esta impaciencia e irritabilidad puede ser captada y absorbida por los niños?
Totalmente, hay un término en psicología que es el modelaje, en el sentido que se copia lo que se ve. Es un término muy antiguo. Los chicos no hacen lo que les dicen, sino lo que ven.
Su primer modelo son los papás, antes del confinamiento sus segundos modelos eran los maestros, pero ahora a quién ven más es a los principales cuidadores: padres y hermanos mayores, por ejemplo.
Los niños van a ver a un papá ansioso, tenso, fastidiado y preocupado, sin saber lo que le pasa. Entonces, sentirán que algo no anda bien y es posible que se pongan ansiosos, fastidiados y abrumados, porque creen que puede ser su responsabilidad. Si uno no dice lo que piensa o le pasa a los niños les pueden venir ideas, ellos son muy creativos y su imaginación de juegos les juega en contra. Hacen conexiones muy rápido. Uno como adulto debe hacer un autochequeo de por qué me estoy sintiendo así y luego tratar de pasar tiempo con el niño.
En el colegio intentamos ser flexibles para acomodar estas situaciones. Es bueno también tratarlo con el colegio, en caso de algún retraso de tareas o poca participación en reuniones. La comunicación es la base para que todo fluya con más tranquilidad.
-Tal como indicas, las pataletas pueden ser frecuentes en este proceso. ¿Cómo enfrentarlas y evitarlas?
Uno va de frente a decirle al niño que su juego se acabó. En el colegio, que es bien consistente y ordenado, siempre sabes lo que va a pasar. No le puedo decir a un niño pequeño que en tres minutos nos vamos, por ejemplo, hay que estar ayudándolo.
Para que termine el juego, hay que estar diciéndole en tanto tiempo nos vamos y luego seguir diciéndole. Las transiciones hay que anticiparlas, esa es una de las técnicas.
En el berrinche, es difícil mantener la calma y el tono de voz tranquilo porque, a diferencia de los profesores, los padres están emocionalmente involucrados con los niños. En esta instancia se les debe decir, por ejemplo: “Necesito que te calmes para que conversemos”. Los padres deben tomar distancia y validar la emoción. Está bien que el niño se enoje, se moleste con los padres o se ponga triste, etc, pero no está bien gritar, pegar o tirar las cosas. Para evitar esto, está bien dejar que el niño se calme un rato.
En cuanto a la educación emocional, trata de cómo me ocupo mejor de ellos para poder enseñarles un mejor modelo de resolución de problemas, de manejo de estrés o de tolerancia a la frustración. Si lo aprenden ahora, a los 5 o 7 años, será mejor que aprenderlo más adelante.
-¿Qué clase de acciones se pueden ir incorporando para trabajar el manejo de estrés o la tolerancia a la frustración?
El primer momento de manejo de la frustración es cuando pierden. Entonces, en un juego de mesa o juego de grupo, no siempre hay que dejarlos ganar. Cualquier momento con un niño puede ser un momento de aprendizaje, ya sea al leer un cuento o ver una película. Es bueno conversar con ellos sobre esto y hacerles preguntas sobre las acciones y emociones de lo que pasa en el libro o película. También es bueno compartir experiencia desde una perspectiva empática. Eso hace que los niños se sientan entendidos y tengan la confianza para seguir conversando.