Por Gabriel Rovayo, PhD y CEO de EFQM South America Pacific.
Reinventarse… Un término repetidamente mencionado durante esta crisis mundial de salud, causada por la pandemia del COVID-19. Pero es algo necesario, algo que, posiblemente, debía Latinoamérica, como región, hacerlo en algún momento. Tal vez, este momento llegó.
Esta crisis puso en evidencia que a nivel de región no estábamos preparados para una crisis, ni de estas dimensiones ni de esta clase. La salud es la base del bienestar de un individuo, una familia y, ni se diga, de una sociedad o una nación. También ha sido clara la necesidad de que los Estados asuman actividades de planificación que generen las condiciones para sostener y después estimular la oferta y la demanda. ¿Cómo? Con políticas públicas diseñadas para que los sistemas de salud, educación, producción, etc., no colapsen y sigan siendo eficientes, al menos a mediano plazo.
La CEPAl ha difundido un informe acerca del estado en el que se encuentra la región latinoamericana tras la crisis del COVID-19, la misma que no ha terminado aún. Algunos de los puntos más importantes, los detallo a continuación:
“El COVID-19 tendrá efectos graves en el corto y el largo plazo en la oferta y la demanda a nivel agregado y sectorial, cuya intensidad y profundidad dependerán de las condiciones internas de cada economía, el comercio mundial, la duración de la epidemia y las medidas sociales y económicas para prevenir el contagio”. Esto es algo que ya es evidente en la mayoría de los países dela región. En Ecuador, por ejemplo, el COVID-19 tendrá efectos graves en el corto y el largo plazo en la oferta y la demanda a nivel agregado y sectorial, cuya intensidad y profundidad dependerán de las condiciones internas de cada economía, el comercio mundial, la duración de la epidemia y las medidas sociales y económicas para prevenir el contagio.
La solución es reactivar la economía a través de la producción a pequeña escala, impulsando a los pequeños productores mediante ayudas para sacar sus productos hacia los mercados, sin que esto conlleve el gasto de la mayor parte de su utilidad. Proveyéndoles también de insumos como fertilizantes y otros elementos necesarios para garantizar la producción. Y apoyando a los emprendedores, actividad que más que nunca se ha multiplicado, dado el crecimiento de la tasa de desempleo que el confinamiento produjo.
“El desempeño económico de la economía mundial ya era débil antes de la pandemia. En el período 2011-2019, la tasa media de crecimiento mundial fue del 2,8%, cifra significativamente inferior al 3,4% del período 1997-2006. En 2019, la economía mundial registró su peor desempeño desde 2009, con una tasa de crecimiento de solo un 2,5%. Ya antes de la pandemia, las previsiones de crecimiento del PIB mundial para 2020 se habían revisado a la baja. Las estimaciones más optimistas luego del estallido preveían que la tasa de crecimiento de la economía mundial disminuiría al 1,0% o menos. A medida que la pandemia se fue extendiendo, las previsiones fueron reduciendo el crecimiento esperado. Por ejemplo, Goldman Sachs (24 de marzo de 2020) indica caídas anuales del PIB del 3,8% en COVID-19 en los Estados Unidos, el 9% en la zona del euro y el 2,1% en el Japón, y una desaceleración en China que la llevaría a un crecimiento de solo un 3% (Goldman Sachs, 2020). Este es un escenario de recesión mundial; más aún, las economías podrían incluso enfrentarse a una contracción de mediano plazo sin una rápida recuperación”.
Lo dicho por la CEPAL es cierto, luego de la crisis de 2008 se preveía que se necesitaría, al menos, 10 años para una regeneración de la economía latinoamericana. Muchos países de la región parecían estar despegando y esta quiebra mandó por los aires los logros por los cuales se trabajó por años.
Doce años después de la crisis de 2008, una nueva amenaza hizo retroceder la economía. Pero creo que al respecto hay varios aprendizajes. Uno de ellos es el de aprender a ahorrar, no solo vivir a merced de los créditos. A dar prioridad a sectores como la salud (en primer lugar), la educación, los sectores productivos y a dar mayor confianza y apoyo al sector privado, el mismo que es el motor económicos de las naciones en todo el mundo.
“Es necesario reforzar los sistemas de protección social para apoyar a las poblaciones vulnerables. Deben ampliarse los programas no contributivos como las transferencias directas de efectivo a los más vulnerables, las prestaciones por desempleo, subempleo y autoempleo, el crédito sin intereses a las empresas para el pago de salarios y los aplazamientos del pago de préstamos. Debe prestarse apoyo inmediato a los trabajadores de las mipyme, los de bajos ingresos y los del sector informal. Son importantes los aplazamientos de pagos de hipotecas y alquileres, así como otras exenciones, para evitar una crisis de vivienda y las ejecuciones hipotecarias de empresas. Se debe considerar medidas como no cobrar las cuentas de agua, luz e Internet a personas de bajos ingresos durante la duración de la pandemia”.
El mayor reto es que aprendamos a estar preparados para cualquier eventualidad. Para poder auxiliar a los más vulnerables y procurar que quienes se encuentran produciendo, continúen haciéndolo aún en las condiciones más adversas. Esa es la manera en que se vacunará a las naciones contra la terrible corrupción que ha asolado a nuestros países aún más que la pandemia.
Reinventarnos, como sistema económico, como sociedad, como naciones, como seres humanos