A estas alturas, es una cinta imprescindible. Mezcla el amor con la paradoja, la derrota, los perros y la redención. El nuevo cine latinoamericano en su mejor expresión.
La entrada de Alejandro González Iñárritu al mundo internacional del cine tiene nombre y fecha claros: “Amores perros”, el año 2010. La opera prima del hoy reconocido y premiado director de “Birdman”, rezuma honestidad. Descarnada, profundamente humana y feroz.
Si bien son muchas las metáforas que rondan esta creación –algunas sólo posible de descifrar por sus autores- el amor como centro de las relaciones humanas adquiere un valor desgarrador y único. Con su impactante ingreso a las grandes ligas del cine, González Iñárritu propuso un panorama que puede parecer desolador, pero como bien dijo Serrat “nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio”.
En la cinta el amor es un objeto de transacción, pues se haga lo que se haga siempre habrá un desencuentro, un desengaño, un final trágico. El director sugiere que en el amor entre seres humanos, así como en el de los hombres con los perros, siempre se pierde. No hay espacio posible para ganadores. Y el telón de fondo para tres historias de amor fallidas, crueles y feroces es Ciudad de México, el famoso DF, con una visión diametralmente opuesta a las novelas de Televisa.
González muestra la pobreza de Latinoamérica en su visión más cruda, más dura e inmisericorde. Sin embargo, no hay que dejarse engañar, se trata del recurso menos atractivo de la película, aunque –sin duda- no es descabellado pensar que sí es el elemento comercial más potente de la cinta, una manera de llegar al público estadounidense y europeo. No obstante, el director defiende su postura con fuerza: “Cuando me preguntan por qué la película es tan dura, yo contesto que es muy difícil contar un cuento de hadas viviendo en México”.
Porque si existe esa pobreza en México, también se da una tremenda riqueza. Pero tal como lo hizo Walter Salles en “Estación central” (1998), la miseria latinoamericana –en esta caso brasilera- siempre vende bien en los países desarrollados.
En González, eso sí, resultó notorio que provenía de un mundo audiovisual moderno. El ritmo vertiginoso de “Amores perros” le debe mucho al formato del clip o del publicitario comercial. El ritmo narrativo es, sin duda, uno de los grandes méritos de la película, principalmente en la primera historia (de las tres que se entrelazan).
El episodio que muestra a un tipo dispuesto a matar a su hermano por el amor de una mujer es excepcional. Es la historia mejor lograda e, incluso, no resulta aventurado pensar qué hubiera pasado si la película se concentrara totalmente en este cuento.
El ritmo, las actuaciones, lo potente del guión, es muy superior a las otros dos historias que forman parte de la película.
A pesar del éxito, hubo sectores que vieron en la trama rasgos conservadores de misoginia y reaccionarios. Guillermo Arriaga, autor del argumento de la cinta, dijo con claridad que "nunca de los nuncas, quien conoce mi trayectoria, pensaría que escribí una película conservadora. No es misógina. Es nihilista. Punto. Muy pronto aprendí que la principal característica de un personaje debe ser la paradoja. No van los personajes de una sola pieza”, anotó.
Si algo bueno salió de la polémica que generó en algunos círculos la película, es que ayudó a aclarar sus leit motiv. Quien la haya visto puede descubrir las paradojas de la vida como motivo central de las historias, un elemento potente y atractivo.
Además, el director de esta cinta subrayó que opta "por un cine honesto, con todo el poder y la fuerza que pudiéramos meter; creo que ahí radica el éxito de la película: Es honesta. No pretendíamos hacer una pieza para el mercado mundial, pero justamente por eso se ha vuelto universal”.
Otro factor importante que cruza las tres historias narradas es el dolor, que está presente en toda la obra y en muy diversas formas. González Iñárritu dijo que “me importaba mucho el silencio y la sombra de esta historia. El dolor no es sólo para los probres, es para todos. El azar es cabrón y no mira a quien se lleva. No todo el dolor es de pobreza, hay otras clases de dolor”.
Al cumplir quince años, se debe subrayar que “Amores perros” es una cinta imprescindible. Mezcla el amor con la paradoja, la derrota, los perros y la redención. El nuevo cine latinoamericano en su mejor expresión.
Una historia que, además, es capaz de provocar polémica y de aguzar la realidad de la América morena que se presenta sin concesiones, cruda, dura, compleja, pero exquisitamente honesta. Una honestidad brutal, eso sí.
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