La situación con las donaciones de órganos en Alemania es dramática. Hay una gran falta de donantes y, en general, de disposición para la donación. Ahora, el ministro de Salud, Jens Spahn, ha dado inicio a un nuevo reglamento. Y ya las críticas se hacen sentir. No obstante, es bueno que el político de la Unión Cristianodemócrata (CDU) aborde el tema.
En 1997, después de un largo y acalorado debate, el Parlamento Federal (Bundestag), por primera vez, legisló la posibilidad de la donación de órganos en Alemania. El resultado fue una ley que establecía, no obstante, límites muy estrechos. Desde entonces, se ha emitido el mismo recordatorio con desagradable y triste regularidad: "Cada año, alrededor de mil personas que podrían haberse salvado mueren en Alemania esperando un trasplante".
Quien no dice no, es un donante
La disputa sobre la donación de órganos es muy difícil porque se vuelve muy personal: pocas cosas son más personales que el cuerpo. Por lo tanto, Alemania tiene, hasta ahora, el llamado "esquema de aprobación extendida". Esto significa que los órganos solo se pueden utilizar si los donantes, durante sus vidas, o los familiares, están explícitamente de acuerdo. Ahora, Spahn lucha por una "solución de exclusión voluntaria". En consecuencia, la medicina tendría acceso a los órganos de cada difunto si no hay una contradeclaración correspondiente durante la vida de la persona o los parientes después de la muerte.
El éxito de los últimos 20 años muestra cuán correcto es liderar el debate y guiarlo de manera aterrizada. Entre los múltiples problemas actuales que sacudieron el debate, están los relatos recurrentes, a menudo angustiantes, de jóvenes que, esperando en vano un órgano donante, murieron de manera dolorosa; de pacientes que, en su desesperación, recibieron un órgano en algún lugar en el extranjero (ciertamente una zona gris, legalmente hablando) y volvieron con problemas de salud inesperados; de médicos que, ilegalmente, se atrevieron a hacer donaciones entre parientes; de quejas sobre una actitud de rechazo fáctico de las clínicas (que se debe al costo creciente y a la presión del personal); así como de otros múltiples escándalos dentro de la medicina de trasplantes.
Cada uno de estos ejemplos y, aún más, su acumulación, hablan de la necesidad de un pensamiento nuevo sobre la donación de órganos y su marco legal, aún si hoy la "solución de exclusión voluntaria" no sea la respuesta.
Demanda comparable a la de 2007
Alemania ya estuvo parada en este punto una vez. En la primavera de 2007, el entonces Consejo Nacional de Ética pidió al Bundestag que legislara. Diez años después de la Ley de Trasplante de 1997, el panel de expertos presionó para que se produjera un cambio en el sistema, una transición del sistema de aprobación extendida (todavía vigente) a un sistema de exclusión voluntaria modificado.
En ese momento, arduas críticas cayeron sobre el Consejo de Ética; más de 24 expertos habían trabajado durante muchos meses, incluso años, en el tema, consultando a especialistas en ética, médicos y personas afectadas. En esos años la materia también fue delicada. Una vez en 2004, cuando el entonces canciller federal Gerhard Schröder participó en una reunión pública del Consejo de Ética, el tema fue la donación de órganos. Hoy, igual que antes, el asunto sigue inquietando.
¿Es demasiado pedirle al ciudadano una decisión?
Ciertamente, para el Bundestag, plantear preguntas éticas serias resulta particularmente desafiante, pero debe dedicarse, a pesar del punto muerto en el asunto, a este nuevo debate y llegar a soluciones concretas. También debe aclarar el costo de la provisión de oportunidades de trasplante, tanto para los interlocutores de los familiares como para mantener controles estrictos. Porque incluso eso ha sido un problema durante muchos años.
Y sí, es interferir con la libertad de cada individuo y con su derecho de autodeterminación. Pero, ¿es demasiado pedir que, en el caso de una muerte sin voto previo, los familiares se ocupen de esta cuestión y luego decidan?