Su proyecto denominado Visión 2030, que prefigura una nación más fuerte y con una economía diversificada que deje de ser dependiente de su estructura monoproductora de petróleo, lo ha inducido tanto a realizar purgas entre la élite de la aristocracia real, acusada de haberse beneficiado económicamente de manera ilícita, como a ceder en cuanto a modestas demandas de igualdad de género, como lo ha sido la legalización de la posibilidad de que las mujeres conduzcan automóviles.
Si bien esta última concesión deriva en buena medida de la presión de las propias mujeres, quienes a lo largo de años han luchado por obtener ese elemental derecho, no cabe duda de que hubo otros factores de peso. Uno de ellos, muy importante, fue el económico, el cual puede desglosarse en varios rubros. En primer lugar, está el beneficio que traerá el aumento de la participación femenina en el mercado laboral, participación que en 2016 era de 22% y que se espera se eleve a 30%, gracias a la posibilidad de una transportación más fácil. Luego, está la expectativa de que el número de choferes, casi todos ellos extranjeros, se reduzca dramáticamente en 30%, es decir, de 1,3 millones que hay ahora, a 400 mil. Con ello se reducirán las remesas a los países de donde provienen los choferes en 1.3 mil millones de dólares. Y no menos importante, está la venta de autos que se calcula se incrementará en 145% para 2022, lo cual se conecta con beneficios jugosos para las compañías de seguros, refaccionarias y talleres de reparación.
Al parecer, el Reino Saudita se está viendo obligado a volverse más racional en cuanto al manejo de su economía. Por una parte, la imprevisible oscilación de los precios del petróleo de origen multifactorial le ha causado bastantes problemas, y por el otro, hay algo a lo que no está dispuesto a renunciar: A su descomunal presupuesto destinado a la compra de armas a fin de mantener su posición de liderazgo en el entorno regional de Oriente Medio. Su pugna con Irán, su intenso involucramiento en la guerra civil de Yemen -ambos derivados de la confrontación global entre sunismo y chiismo- más sus graves diferencias con Qatar, son las premisas sobre las que se mantiene un gigantesco gasto militar.
Los datos al respecto son apabullantes. El Reino Saudita posee el tercer más alto gasto mundial en defensa: según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), el año pasado fue de casi US$70 mil millones, que constituye 10% de su PIB, sólo por debajo de Estados Unidos y China. Comparativamente, el monto gastado por Irán en el mismo rubro fue de US$14,5 mil millones, y el de Israel, US$19,5 mil millones. La sola intervención saudita en la guerra civil en Yemen, en apoyo al gobierno sunita contra los rebeldes hutíes chiitas le cuesta mensualmente a Arabia entre 3 y 5 mil millones de dólares. Sin embargo, se trata de una guerra que no le ha resultado a los sauditas como preveían. Tras tres años de bombardeos inclementes y bloqueos navales que han detonado una de las más graves crisis humanitarias hoy existentes, con incontrolables epidemias que diezman a la población, los hutíes siguen en pie de lucha, sin visos de una pacificación próxima.
En este contexto, es que el príncipe Mohamed bin Salman ha decidido ceder ante las exigencias femeninas de poder conducir automóviles. Su presunto progresismo en este tema, que lo ha puesto en confrontación con los fuertes sectores clericales islamistas para los que la visibilidad pública de las mujeres es anatema, tiene su raíz más en una necesidad pragmática de ajustar déficits presupuestales que en una sincera convicción de los merecimientos de igualdad de derechos de las mujeres. Y habría que decir que en estos casos, eso es tal vez lo de menos, importa más que se ha dado un paso en el sentido correcto, paso que puede conducir a otros más, a pesar de que la motivación de la autoridad para consentirlo haya provenido de consideraciones ajenas a las legítimas reivindicaciones femeninas.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.