La película La Dama de Hierro llegó a los cines y trajo recuerdos de la guerra de las Falklands (Malvinas), un conflicto armado que comenzó oficialmente el 2 de abril de 1982, apenas tres cortos años después de que Margaret Thatcher tomara las riendas del Reino Unido como primera ministra.
Desde 1933, Gran Bretaña ha logrado mantener su asentamiento colonial en las Falklands, a pesar de las objeciones de la Argentina. ¿Las Falklands? Bueno, hasta Samuel Johnson tenía algo que decir sobre las Falklands. Esto fue lo que escribió en 1771: "Qué, si no una soledad lúgubre y sombría, una isla descartada para el uso humano, ventosa en invierno y estéril en verano; una isla que ni siquiera los salvajes del Sur se han dignado habitar, donde se debe mantener una guarnición en condiciones que hacen envidiar a los exiliados en Siberia; una isla que será un gasto a perpetuidad, y de utilidad sólo ocasionalmente; una isla que si la fortuna corona nuestros esfuerzos, en tiempo de paz tal vez se convierta en un nido de contrabandistas, y en tiempos de guerra, en un refugio de futuros piratas".
Cuando Margaret Thatcher reemplazó a Jim Callaghan, su gobierno recibió un informe sobre las islas. Como lo resumiera sir Lawrence Freedman en La historia oficial de la campaña por las Falklands: "El breve informe que recibió el gobierno entrante describía el problema. Un remoto conjunto de islas de población menguante y perspectivas económicas limitadas, que dependían de un país vecino para abastecerse y mantenerse conectadas. Ese país vecino reclamaba la soberanía, y si decidía hacer efectivo su reclamo por medio de la fuerza, la pequeña guarnición de su real majestad apenas podría defenderse, y los esfuerzos subsiguientes para recuperar las islas implicaría un operativo anfibio a gran escala. El reclamo por la soberanía bien podía ser 'poco sólido', pero, de todos modos, enturbiaba las relaciones con la Argentina y representaba un problema para Gran Bretaña en las Naciones Unidas. Cualquier emprendimiento a largo plazo en las islas exigía la solución de este problema, pero los esfuerzos por encontrar una salida negociada no habían llegado demasiado lejos. Se les garantizó a los isleños que sólo llegarían al Parlamento las propuestas que ellos aprobaran, pero ninguna de las opciones aceptables para la Argentina convencía a los isleños".
El gobierno de Thatcher no advirtió el peligro que acechaba, como sucede siempre que entran en escena territorios en disputa. De hecho, los servicios de inteligencia británicos no sabían nada de los planes del gobierno militar argentino. La invasión del gobierno de Galtieri encontró a Gran Bretaña con la guardia baja, y luego vino la guerra que dejó más de 900 bajas.
El precio de las islas. A medida que avanzan los preparativos para el 30 aniversario del conflicto armado, la tensión vuelve a aumentar. En diciembre, el primer ministro británico, David Cameron, se molestó por informes que indicaban que naves argentinas habían interceptado barcos de pesca españoles en "aguas de las Falklands". La presidenta Cristina Kirchner desestimó la información y subió la apuesta al declarar que el tema de Malvinas era un asunto global. Además, obtuvo el acuerdo del Mercosur para que no se permita el ingreso de barcos que enarbolen la bandera de las Falklands a los puertos de ese bloque.
Antes de que se exacerbe el nacionalismo, aparezcan las sanciones, se repitan las escaramuzas, haya otra guerra y sólo después la "solución", mejor corramos la disputa por las islas del terreno de la "teología" y sus argumentos interminables, y tratemos de pensar creativamente y de delinear acuerdos basados en el mercado.
El gobierno del Reino Unido y el de la Argentina acordarían que a los isleños en situación de votar lo harían a través de un referendo. El referendo les permitiría a los pobladores -son angloparlantes, e ingleses por sus costumbres, instituciones y lealtades- votar si prefieren el actual estado de cosas, o si estarían de acuerdo, votando sí, con que la Argentina se haga cargo de las islas. Se exigiría una abrumadora victoria del sí por parte de los isleños, digamos del 80%, para que la Argentina tenga derecho a reclamar la soberanía.
En este punto entra el mercado. Los isleños deberían entonces ser compensados por la Argentina. El referendo debería estar pensado para que la Argentina pueda ofrecerles a los isleños un incentivo monetario. Antes del referendo, el estado argentino depositaría en un banco de Suiza una suma -unos US$500.000- por cada hombre, mujer y niño que hayan demostrado ser residentes de las islas hasta ese momento.
Si el resultado del referendo favoreciera a la Argentina -con el 80% de los habitantes en condiciones de votar aprobado el traspaso- los fondos depositados serían girados a sus destinatarios y quedaría establecida la soberanía incuestionable de la Argentina sobre las islas. En este caso hipotético, el desembolso para la Argentina sería de alrededor de US$1.600 millones.
Una transparente solución de mercado para las Falklands sería una manera económica y eficiente de establecer sin ambigüedad la cuestión soberana, una solución que permite evitar el error garrafal de guerras indeseadas y el derramamiento de sangre, sudor y lágrimas.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.