Como argentino debo decir que vivimos en un país trucho. Vivimos en un país donde algunas "monjas" no son monjas y donde algunos monasterios, más que "casas de Dios”, operarían como bóvedas. Esta realidad por momentos incomprensible y humillante, aun para nosotros los argentinos que estamos acostumbrados a digerir todo vómito posible, nos convierte en el reino de la truchada. No debe existir en el planeta entero algo más trucho que este bendito país arrasado por las hordas del kirchnerismo de la ultima década. ¿Será posible cambiar a una sociedad así de trucha? ¿Qué tal si por el contrario, la víctima de todo esto termina siendo el cambio mismo?
Vivimos en un país donde nada parecería ser lo que aparenta y en este contexto advierto la devaluación que Cambiemos está haciendo a su propio mensaje. Lo que originalmente se percibía como "cambio sustancial y de raíz", mutó meses atrás a un gradualismo desdibujado, aburrido y perdedor, pero la mutación lamentablemente no ha finalizado ahí. Tengo la sensación de que hoy el gobierno de Mauricio Macri ni siquiera tiene un programa de cambio gradual en el sentido que de gradualismo ya se mutó a populismo al mejor estilo peronista. Y recordando a las monjas y monasterios me pregunto:¿será Cambiemos la versión trucha de un cambio que nunca ocurrirá? ¿Los argentinos nos habremos comido otro sapo más?
La truchada como clave del éxito. Pero si este fuese el caso, Cambiemos bien podría ser una propuesta económicamente decepcionante pero políticamente óptima. Con esta aparente contradicción quiero decir que hacer economía populista como la actual es claramente una colosal decepción hacia quienes votaron por un cambio genuino, pero a la vez puede convertirse en una estrategia altamente exitosa desde lo político. La peronización de Macri ciertamente deja a un cambio sustancial de la economía argentina para otro momento y concentra todo su arsenal en un sólo objetivo: optimizar el resultado electoral de 2017 ofreciéndole a la ciudadanía lo que reclama: peronismo, populismo, consumo, no ajuste y mucha deuda. Quizá entonces, las elecciones del 2017 debatan sobre "un peronista bueno y con globos amarillos" y "el otro peronista, el original".
No culpo al presidente por haber adoptado esta estrategia de supervivencia política; enfrenta a una sociedad que demanda permanentemente peronismo y no quiere cambiar, sintiéndose muy cómoda consumiendo por encima de sus posibilidades y no cuestionándoselo. En Argentina nadie quiere hacerse cargo por haber permitido la década más infame de exceso fiscal que hemos tenido la chance de padecer. Está instaurada en la ciudadanía la noción de consumo gratis y Cambiemos ante esta realidad y con el escaso apoyo político actual, no puede ni podrá cambiar nada.
Independientemente de la inaceptable improvisación del gobierno en el tema tarifas, el argentino promedio no está dispuesto a soportar el enorme sacrificio que requeriría un ajuste fiscal en serio porque no tolera aceptar que fue arrasado por la administración anterior. Por lo tanto, el plan es crecer, licuar déficit y no ajustar, apostando todo vía endeudamiento a un crecimiento que bien podría no darse. Las emisiones de deuda provincial, que ya comenzaron a pulular con la provincia de Buenos Aires y Salta, emitiendo bastante por encima del bono soberano, son sólo dos ejemplos de una larga y preocupante secuencia de endeudamiento. ¿Lo van a usar para pagar sueldos o para hacer autopistas?
El fracaso económico potencia el éxito político. Esta realidad que significa un fracaso económico no necesariamente implica una derrota política ni mucho menos. Si Macri se convierte en el "peronista bueno" y propaga una recuperación económica para el año próximo, aun cuando sea muy apalancada y de cuestionable calidad, su rédito político puede ser muy significativo.
En un país tan peronista como el que tenemos, "entregar peronismo" a quienes demandan "peronismo" tendrá probablemente su premio. Muchos de los que lo votaron lo seguirán haciendo probablemente y quizá aquellos que no lo hicieron abracen esta devaluada versión de Cambiemos basada en populismo consumista y keynesianismo tradicional.
Engordando a la vaca. No me caben dudas de que 2017 será un año de sustancial recuperación de la economía argentina y eso será muy optimista en cuanto a los activos financieros. Sí dudo de la calidad de dicha recuperación, la cual no provendrá de un cambio estructural de la economía argentina, sino de endeudamiento y obra pública.
Mi decepción económica implica que persistirá en el país una estructura con alto sesgo peronista y es paradójicamente este sesgo el que podría potenciar a Macri en lo político. Será entonces un año en el cual se engordará a la vaca, en donde la Argentina jugará todo el año infiltrada y en donde los cuestionamientos de la calidad de la recuperación quedarán probablemente para el futuro. En un país en donde hasta las monjas y los monasterios son truchos, no podemos pedirle a Cambiemos que sea una excepción. Quizá la versión trucha de este cambio sea lo que necesite Cambiemos para aumentar su poder político y quizá si esto ocurre podamos ver un cambio en serio digamos, en el año 2080.
La versión trucha de Cambiemos hacia un cambio que nunca ocurrirá quizá sea paradójicamente la clave para el éxito político de un proyecto que comenzó a replicar los males del mismísimo movimiento al que critica: el peronismo. Por lo tanto, en esta versión desdibujada de cambio, Wall Street festejará la recuperación de la economía argentina hacia 2017 y si el mundo aguanta probablemente sea muy alcista en el mercado de acciones y deuda argentina. Las preguntas sobre cómo se financió dicho crecimiento llegarán pero para eso faltan dos años, o sea, una eternidad en este país trucho al que aceptamos cotidianamente.
*Esta columna fue publicada originalmente en Sala de Inversión.