Está a la vista: el EI se encuentra en retirada en Siria e Irak. La histórica ciudad de Palmira fue reconquistada por las tropas de Assad. Eso es importante tanto simbólica como estratégicamente, porque ahora el ataque de Assad puede y debe dirigirse contra el centro del EI: Al Raqa. Y el ejército iraquí prepara el asalto a Mosul. Si tiene éxito, el territorio del autodenominado “Estado Islámico” se verá constreñido y se vislumbraría su derrota y destrucción. Eso no modifica en nada el peligro potencial de atentados terroristas en Europa. Eventualmente podría aumentar incluso la amenaza del terrorismo, ya que el EI se ve tan presionado en su bastión y su territorio de repliegue que lanza ataques furibundos sin ton ni son. Solo una cosa es segura: está bajo presión militar y cada vez recibe menos combatientes voluntarios.
Desplazamiento de fuerzas estratégicas. El probable derrumbe del EI, de la barbarie cotidiana en nombre del islam de este fanfarrón califato, es por lo pronto una bendición para la flagelada población en Siria e Irak. Con el triunfo de Assad en Palmira, con apoyo ruso, se desplazan sin embargo también las fuerzas estratégicas en la región. En primer lugar, Assad ha vuelto a ser definitivamente un factor de poder. Cierto que lo es por la gracia de Moscú, que también puede dejarlo caer rápidamente si quiere, pero es un hecho insoslayable. Quien quiera la paz o por lo menos el término de la guerra en la región no puede ignorar a Assad. Es algo amargo para la oposición democrática siria en el exilio, pero es la realidad política. El hombre responsable de cinco años de terrible guerra civil, de más de un cuarto de millón de muertos, de torturas y expulsiones, ha vuelto a ser una pieza de importancia en el ajedrez del poder del Medio Oriente.
Y también los rusos son más que nunca una potencia en la mesa de negociaciones. Ellos posibilitaron los triunfos sobre el EI y no permitirán que se les arrebaten esos laureles. Eso significa, por una parte, que Assad permanecerá en el poder; y, por otra, que los rusos –pese a todos los problemas económicos que tienen en casa- son nuevamente un actor más que influyente en el Medio Oriente. Y no solo debido a las bases que tienen en Siria, sino porque son los antagonistas de Estados Unidos que, bajo la conducción de Obama, se ha retirado de la región y no parecen tener intereses propios. Un error probablemente fatal, que por lo menos resulta comprensible tras el fiasco de la guerra de Irak.
¿Y los europeos? ¿Ocupados con la crisis de los refugiados? Es cierto que están en la mesa de negociaciones sobre Siria. Están dispuestos a aportar económicamente y al parecer también con “soft skills”. Pero solo intervienen en las conversaciones y en el mejor de los casos serán una potencia signataria de un acuerdo de paz negociado. Su influencia, en esta región tan importante políticamente y situada en su vecindad inmediata, es entre modesta e ínfima. También París y Londres, que tradicionalmente han desarrollado su propia política respecto al Medio Oriente, se encuentran al margen de los acontecimientos y observan, aún cuando Francia intervenga militarmente desde los atentados del 13 de noviembre de 2015. No se percibe que eso tenga efectos que se traduzcan en influencia política.
Guerra no declarada entre chiítas y sunitas. Situación estratégica actual: Assad es el gran ganador en la lucha contra el EI. Los rusos vuelven a tener influencia. Los estadounidenses observan, distraídos por la campaña electoral, pese al incansable John Kerry. Los europeos participan en las conversaciones, pero no deciden nada. El EI está ante su ocaso. Pero el terrorismo islamista continuará. En Pakistán, Nigeria o Europa. Ese seguirá siendo el desafío social del mundo árabe, del mundo musulmán. E Irán lucha, a todas luces exitosamente, por la supremacía regional. También los chiítas. Arabia Saudita, enzarzada en la guerra de Yemen, es la perdedora. Al menos por ahora. Dicho en otras palabras: la guerra no declarada entre chiítas y sunitas continúa.