Desde el terrible atentado de Niza el pasado verano, parece haberse instaurado un nuevo patrón de ataques terroristas en Europa: una sola persona radicalizada logra matar con la ayuda de los medios más sencillos, a menudo con vehículos pesados y cuchillos. Ha surgido una forma de terrorismo de baja tecnología, contra el que no se puede luchar con bombas, explosivos ni armas de fuego. Y ese terrorismo logra su objetivo con mortal seguridad, porque de lo único de lo que se trata es de matar cuantas más personas mejor. La identidad de las víctimas parece no importar, incluso aunque entre ellas haya musulmanes, como en Niza y en Bruselas. Ya no se trata tanto de matar "infieles”, como, sencillamente, de matar.
El cuento de la discriminación
Desde el inicio de la nueva serie de atentados hace dos años en Francia, se busca saber cuáles fueron las motivaciones de los atacantes. Durante mucho tiempo, el "modelo del discriminado social” dio respuesta a esta cuestión: la causa del terrorismo es la discriminación y la marginación social. No cabe duda de que ciertos barrios franceses fueron descuidados, al igual que ciertos puntos de Birmingham, la ciudad donde vivía el atacante de los atentados del miércoles 22 de marzo de 2017 en Londres. Pobreza e injusticia. Pero esta situación se da en muchos otros lugares del mundo sin que la gente se lance a matar a sus semejantes.
Sin embargo, un nuevo enfoque sobre las razones de los terroristas apunta hacia otra dirección: los atacantes son pequeños delincuentes reincidentes que buscan dar un sentido a su actividad. Convirtiéndose en asesinos de masas, dan un brillo macabro a sus pobres vidas. Y si vinculan todo ello con un destino supuestamente más elevado, la "guerra santa” o la "gloria” de Alá, creen haber dado un sentido a sus fracasadas existencias.
Ningún Dios pide matar
¿Qué tienen que ver estos atacantes con el islam? Masacrar inocentes es sin duda una interpretación perversa de las enseñanzas musulmanas. Y la mayoría de creyentes pacíficos rechazan horrorizados que se los vincule con los ataques. Pero no es tan sencillo. Existe en esta religión una tendencia hacia la mortal sectarización, concretamente entre sunitas y chiitas, justificada religiosamente y utilizada en el ámbito político.
Hay aspectos del islam que amenazan la convivencia pacífica en un mundo global. Los propios musulmanes deben decidir si es necesaria una modernización de su fe, tal y como muchos reclaman, o sencillamente, distanciarse de las interpretaciones asesinas y de sus protagonistas. Los cristianos ya no van a las cruzadas y los musulmanes deberían prohibir de su ideario el asesinato por motivos religiosos. Porque ningún Dios pide matar.
No hay completa seguridad
El trabajo de la Policía y de las fuerzas de seguridad ha mejorado en los últimos dos años. Los británicos siempre estuvieron orgullosos de su efectiva forma de controlar a los grupos islamistas. Pero también en Francia y Bélgica, por ejemplo, se trabaja hoy de forma conjunta, y pudo evitarse la formación de nuevas células terroristas. Los perfiles muestran que algunos delincuentes reincidentes que preparaban atentados se habían radicalizado de forma inadvertida. Los controles más perfectos son incapaces de mirar lo que sucede en la cabeza de alguien, por lo que el riesgo continuará mientras la pérfida ideología del Estado Islámico encuentre seguidores. Y una victoria militar sobre sus milicias en Cercano Oriente agudizará en principio el problema.
Tras el atentado del miércoles, el alcalde de Londres, Sadiq Khan, dijo que no debería haber divisiones entre cristianos, judíos, musulmanes, sijs o hindús. Frente al odio y al ansia asesina, solo podemos presentar nuestra forma de vida tolerante y nuestro valor civil. La señal más poderosa frente al terrorismo es continuar nuestra vida sin miedo. Eso no significa que no haya que perseguir a los criminales con todas nuestras fuerzas y aborrecer sus actos de todo corazón. Habrá actos de duelo y en honor de las víctimas, pero no debemos conceder al terrorismo la victoria sobre nuestra liberalidad.