Mientras escribo estas líneas hay una colección de mandatarios y representantes de mandatarios en Caracas para respaldar la ejecución de un golpe de Estado, planificado desde La Habana. Esto viene sucediendo en Venezuela desde hace más de una década, pero el fallo del Tribunal Supremo de Justicia de esta semana es de tan alto calibre que ahora sí es innegable que en Venezuela no queda ya vestigio alguno propio de una república democrática.
Esto ocurre en la tierra de quien el historiador mexicano Enrique Krauze considera “la figura democrática más importante del siglo XX en América Latina: Rómulo Betancourt” y en la tierra de Carlos Rangel, autor del que probablemente es el mejor libro que se ha escrito sobre la historia contemporánea de Latinoamérica: Del buen salvaje al buen revolucionario.
Esta no es la primera vez que los Castro pretenden utilizar a Venezuela para su objetivo de internacionalizar “la revolución”. La primera vez fracasaron porque se enfrentaron a alguien como Betancourt. Pero Venezuela no estaba a salvo de intentos en el futuro, pues luego vino lo que Krauze denomina “la segunda invasión”, que sería “consentida y concertada entre Chávez y Fidel”.
Krauze en su libro El poder y el delirio (Tusquets, 2008) reconoce cómo Betancourt defendió a la democracia en Venezuela de conspiraciones militares de derecha y de izquierda. Primero, luego de escapar –considerablemente herido– al atentado contra su vida orquestado por el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo, siguió determinado a luchar porque el gobierno de Trujillo sea expulsado de la OEA, organización que Betancourt se imaginaba como un club de repúblicas democráticas.
Betancourt, un marxista convertido en socialdemócrata por su aversión al militarismo y a la sumisión de los marxistas a los designios de la URSS, era odiado por la izquierda radical y por los militares (de izquierda o de derecha). El biógrafo de Betancourt, Manuel Caballero, indica que “Betancourt demostró que los militares podían ser mandados por los civiles... Metió al ejército en cintura, y eso no se lo perdonan”. El historiador inglés Hugh Thomas dijo que “Hay dos vías en Latinoamérica, la de Betancourt y la de Castro”.
Viendo el espectáculo de esta semana en Caracas uno pensaría que falló la democracia, pero no, en realidad no se le permitió triunfar al no ser complementada con un sistema económico liberal. Rangel explicaba que el modelo económico basado en “concesiones populistas, cada vez más onerosas, a actividades no productivas” –posibles solamente cuando el precio del petróleo es alto– deriva en un colapso de la economía que muy probablemente arrastrará las estructuras de la democracia. En 1980 Rangel advirtió que algo estaba fundamentalmente mal con el modelo de desarrollo del país si a pesar de contar con abundantes recursos, se encontraban en medio de una crisis. Dijo que “Viene, pues, de muy lejos la pasión estatista e interventora de los gobiernos venezolanos, y también la costumbre de que la función pública sirva para enriquecerse. Pero en el camino, esas dos tradiciones se han agravado monstruosamente por dos factores nuevos: el socialismo y el petróleo”.
El daño ya está hecho. Le corresponde a las próximas generaciones de venezolanos restaurar las instituciones democráticas que fundó Betancourt y blindarlas con las políticas económicas liberales que recomendó, sin ser escuchado, Rangel.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.