Para Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional, la cosa está clara: los gobiernos “no pueden utilizar más la opinión pública como excusa” para aislarse frente a los refugiados, porque la gente “es mucho más abierta que sus gobiernos”. Y, ciertamente, los jefes de Estado y los ministros de Interior argumentan siempre que, lamentablemente, nada más pueden hacer por los refugiados, porque deben tener en cuenta la hostilidad del país hacia los extranjeros.
Especialmente sorprendentes resultan las divergencias expuestas por Amnistía Internacional entre la opinión pública de Australia y la extremadamente restrictiva política de asilo que lleva a cabo este país. Siete de cada diez australianos consultados dijeron que su país debía hacer más por los refugiados. También es llamativo que casi un 30 por ciento de los británicos y 20% de los griegos dijeran estar dispuestos a acoger refugiados en su propia casa. En Alemania, que ocupa en la lista el número dos entre los países más hospitalarios, una décima parte de los encuestados dijo que albergaría refugiados en su hogar. Después de todo, una parte del debate en Reino Unido sobre el “brexit” está dominada por un tema de connotaciones negativas como la inmigración. Y Grecia también ha resultado especialmente afectada por la crisis de refugiados.
La realidad es otra. Si la disposición hacia los refugiados es verdaderamente mucho más positiva de lo que se pensaba, ¿por qué entonces no exigen los británicos a su gobierno que permita entrar en el país a los migrantes varados en Calais? ¿Por qué los griegos no alojan a muchos más refugiados en sus propias casas? ¿Y por qué tantas personas se alojan aún en gimnasios en lugar de vivir con familias alemanas? Evidentemente, hay que interpretar con escepticismo estas cifras. Una razón que explica los sorprendentes resultados positivos podría ser un fenómeno largamente conocido: igual que en muchas encuestas muchas personas se resisten a declararse seguidores de partidos de extrema derecha, la gente tiende, por el contrario, a mostrarse más abierta de lo que en realidad es hacia otras personas. Además, esta cuestión puede verse de forma puramente teórica. Si la disposición a acoger refugiados en casa fuera tan grande como asegura el estudio, habría muchos menos problemas de alojamiento.
Es significativo que, en casi todos los países que tomaron parte en el estudio, la mayoría de los consultados, al menos dos tercios o más, aseguraron que las personas debieran tener derecho de encontrar refugio en otro país. De forma general, eso podría significar: “Sí, pero en el país vecino, aquí no”. También hubo mayoría afirmativa a la pregunta: “¿Debería hacer más el gobierno de su país para ayudar a los refugiados que huyen de la guerra y la persecución?” La alta aprobación podría interpretarse como que la palabra “ayuda” no significa necesariamente acogida en el propio país, sino, por ejemplo, apoyo financiero o médico para los campos de refugiados en la región de origen.
China debiera asumir más responsabilidad. Pero, sin duda, la sorpresa más grande la protagoniza el país que encabeza la lista, China. Casi uno de cada dos consultados alojaría a un refugiado en su propia casa, un resultado increíblemente alto. Pero justo en relación con China, esta cuestión parece no tener un significado práctico, pues este país no acoge ni un solo refugiado. Así pues, ninguno de los encuestados debe demostrar si su hospitalidad es en serio.
El estudio deja sin resolver cuestiones tan misteriosas como, por ejemplo, por qué los chinos son mucho más abiertos en esta cuestión que los tailandeses o los rusos, pero propicia la base para un idea: la responsabilidad mundial por los refugiados debiera estar mucho mejor repartida. Si la gente de, por ejemplo, China, Corea del Sur o Chile, desea un mayor compromiso con los refugiados, incluso acogiéndolos en el propio país, ¿por qué las organizaciones internacionales no presionan más a los gobiernos de estos países? Aún no se comprende por qué precisamente Alemania haya acogido a más de un millón de personas en un año, mientras que otros se cierran por completo hasta el día de hoy. Esa cuestión ya no parece responderse con la falta de disposición de la gente.